Mujeres españolas en el nuevo mundo; de oficios varios

Antes de que Hernán Cortés consumara la Conquista de Tenochtitlan, cientos de mujeres españolas ya se habían traslado al nuevo mundo y ocupaban toda suerte de negocios y encargos. Los registros refieren a 253 féminas peninsulares en 1521, quienes se asentaron en territorio desconocido y asumieron toda suerte de oficios, como carniceras, comerciantes, encomenderas, maestras, prestamistas, impresoras y mujeres de la vida alegre.

Así lo comentó ayer la investigadora María José Encontrá y Vilalta, en una videoconferencia que organizó el Centro de Estudios de Historia de México Fundación Carlos Slim, en el marco de los 500 años de la Conquista.

Recordemos que llegaron funcionarios con sus familias, provenientes de distintos contextos sociales, económicos y culturales con los conquistadores, esa hueste que llegó con Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez. Eran personas educadas y, algunas de ellas, incluso habían vivido en la corte de Carlos I, quienes se hicieron de grandes propiedades en la primera región minera localizada en las cercanías de Taxco”, comentó la académica.

La estudiosa narró que, de forma errónea, se ha insistido en que la participación de las mujeres peninsulares en los procesos de la Conquista y su presencia en la Colonia fue nula. Sin embargo, esta idea ha sido parte de los paradigmas tradicionales de la historia, que ha cambiado a partir de su exploración en el Archivo de Indias, las cartas de virreyes, notarías de la Ciudad de México y las actas de cabildo en el Archivo General de la Nación (AGN).

Se pensaba que las mujeres no habían participado en la Conquista o en el virreinato; pero, desde el segundo viaje de Cristóbal Colón, hay documentación que avala el traslado de grupos familiares completos”, dijo.

¿Por qué lo autorizaron? “Para establecer arraigo en esos territorios; y, básicamente, la población que llegó eran personas con un oficio, como la agricultura o la herrería… Y sí quisiera anular el prejuicio creado a raíz de la leyenda negra, que propició Inglaterra, que decía que todas las personas que llegaron (a América) no eran lo mejor de la sociedad; es decir, que sólo había delincuentes o prostitutas. Es una leyenda sin razón de ser, aunque no podemos negar la participación de esos segmentos no apropiados de la población.

Pero sí quiero reiterar que las autoridades intentaron que llegaran familias honorables al nuevo continente”. Tan es así que, para viajar necesitaban la autorización de la Casa de Contratación de Indias, donde un requisito era que fueran de sangre limpia y demostraran del lado paterno y materno, y hasta cuatro generaciones atrás, que no hubieran sido procesados como moros, judíos o por herejía, explicó.

Una vez obtenido esto, buscaban un agente naviero y el costo ascendía a nueve ducados, lo cual no era barato. Y éste se elevó hacia 1582 hasta los 22 ducados, añadió.

Según los registros del segundo viaje de Colón, llegaron familias completas de campesinos y artesanos, entre las que había 308 mujeres.

INTRÉPIDAS

Tras la toma de Tenochtitlan, en 1521, Bernal Díaz del Castillo también da una luz sobre la presencia de las mujeres y cita a María de Estrada, Francisca de Ordaz la Bermuda, la esposa del capitán Portillo, Isabel Rodríguez la Vieja y Mari Hernández, entre otras que no recuerda.

Y si sigo las referencias de los archivos, entre 1520 y 1539 se realizó el registro de 13 mil 262 personas, de las cuales, el 6.3 por ciento correspondía a mujeres; es decir, cerca de 845, aunque ésas son las registradas”.

¿Por qué viajaban a América?, cuestionó. “Por la misma razón que los hombres: querían salir de la miseria o buscaban fama y fortuna”.

¿Qué hacían las mujeres en la Nueva España? “Todo tipo de actividades: comerciantes, encomenderas, maestras, prestamistas, esclavistas o como mujeres de la vida alegre. Un ejemplo fueron aquellas féminas que, en 1524, se establecieron en la capital y alquilaban huertas en la calzada Tacuba.

O, como María de Estrada, hija de un tesorero español que, en 1521, fue una de las carniceras que abasteció a la Ciudad de México y transportaba carne desde Tamaulipas, comercializando hasta las pezuñas y los cueros, ya que tenía una red de fabricación de velas.

También hubo mujeres dedicadas a la compra y venta de esclavos o las prestamistas. “Aquí podemos observar que, como era mal visto prestar dinero y recibir a cambio algo extra, la leyenda que aparece en los documentos es que ‘presta dinero por el gran amor que le tiene a esa persona’, pero nunca habla de intereses o réditos. Creo que en la cantidad anotada ya se establecían los intereses a obtener”.

Y no faltaron las mujeres de vida alegre y de moral distraída, prostitutas, cantoneras o barraganas, quienes no llegaron legalmente, “pero pueden imaginar cómo conseguían el traslado a estas tierras, sobornando a algún miembro de la tripulación o falsificando documentos.

Es algo que existió y, en algún punto, la misma reina autorizó la construcción de una casa destinada a la prostitución en un edificio localizado en Mesones, casi esquina con La Merced, en la Ciudad de México”, concluyó.