Arte y realidad, unidos

Los comercios también están a punto de cerrar por la peste. Sólo las farmacias abrirán en horarios de costumbre y sólo venden cubrebocas y guantes de látex. Una ciudad que crecía a la velocidad del cáncer, que presumía ser la más contaminada, la más poblada se había detenido por un virus que no tenía cura. O eso nos decían, porque no se sabía de dónde había salido ni cuándo había empezado, pero podías protegerte de él por completo sólo con guantes y cubrebocas”, éste es un fragmento de la novela Retrato de mi madre con perros, de Daniel Rodríguez Barrón (Ciudad de México, 1970), publicada en junio de 2019 por Seix Barral y que ahora parece tener una macabra actualidad.

En entrevista con un Diario de circulación nacional, Rodríguez Barrón habla sobre la estructura de su novela, que desde el principio muestra ecos de Hamlet y Orestes, pero sobre todo de Edipo.

El protagonista es Jacobo Flores, a quien se le aparece el fantasma de su madre y le exige que vengue su muerte. Jacobo sale a una Ciudad de México de 2070, en plena cuarentena de una peste, para buscar al asesino de su madre. Y mientras lo busca, hace el recuento de su vida y en particular de la relación con su madre que fue una actriz famosa”, dice el autor.

Y es aquí donde la novela cobra una importancia más allá de la triste coincidencia con la pandemia actual.

En el mundo imaginado por Rodríguez Barrón, las cosas ocurrían de este modo: “Sólo se sabía que se trataba de un virus cuyo nombre era una combinación de letras y números, casi un password que los ciudadanos repetían como un mantra hipnótico que los mantenía como rehenes de sí mismos en su propia casa. Cuando la gente comenzó a morir, algunos quisieron ver pruebas científicas de la enfermedad. Autopsias, estudios, entrevistas con los deudos. Pero el nivel de contagio era tan alto que los cuerpos debían ser incinerados de inmediato por orden estatal. Primero en hornos de hospitales. Pero muy pronto no fueron suficientes y se llevaron los cuerpos a hornos militares. (…) Fue muy fácil determinar quién estaba enfermo. Las personas asistían voluntariamente a los hospitales para saber si estaban o no contagiados. Cuando comenzaron las incineraciones discrecionales nadie volvió a los hospitales. Entonces se exhortó a los ciudadanos a denunciar a los enfermos. Aunque nadie sabía si la peste era real o no.”, se narra en la novela del también Premio Nacional de Periodismo 2008.

Rodríguez Barrón utiliza a Edipo, “no sólo por la perversa relación con la madre, sino por la metáfora de la peste, es decir, del castigo desmedido, injusto y fatal”, dice el autor. Quizás la imagen que resume esta idea sea la del grupo de perros torturados y crucificados en pleno Zócalo, ante una multitud que los acusa de ser el foco de contagio de la peste –aunque, en realidad no se sabe de dónde ha venido, e incluso se sospecha de que no existe, y es una mentira del Estado para mantener en encierro a los ciudadanos–, destaca.

Ése es en realidad el tema de Retrato de mi madre con perros, la indefensión del individuo frente a un mal que lo sobrepasa, que no tiene razón ni objetivo, que no es culpa ni castigo porque la peste contagia a buenos y malos, a niños y ancianos. Jacobo es menos Edipo que Job, un hombre que no comprende por qué él y la población de una futurista Ciudad de México han sido castigados de manera tan brutal.

Como Edipo, como Job, Jacobo Flores va directo a cumplir su propia tragedia. Sabe cuál será su fin, y el lector también”, dice Rodríguez Barrón.

Pero al final, el protagonista consigue decirnos algo que, acaso, sea la verdadera prueba de que la literatura alcanza a ver algo más allá de lo evidente: “Y así, me digo, de generación en generación, nos damos la mano para acompañarnos en la oscuridad y el desconsuelo, muy de vez en cuando nos susurramos una historia, una ficción, y sospecho que quien la susurra sabe muy bien que se trata de una ficción, que la está inventando justo en ese momento, tal vez uno que otro fanático tiene tanto miedo que incluso se cree lo que inventa, pero en cualquier caso, me temo, ésa es la única respuesta posible, la única iluminación y trascendencia: decirnos al oído, tranquilo, no llores, todos estamos perdidos y la noche es inmensa, no alcanzas a vernos, pero atrás y adelante hay un río de gente que pide ayuda, pan y consuelo, si tú no puedes darlo, no llores ni grites, no asustes a los demás, si puedes tomar la estafeta de líder, prometemos seguirte hasta que te canses, te desilusiones o te mueras, no te preocupes, mañana o pasado, otro se encargará de ir al frente, no tienes responsabilidad alguna porque no puedes hacer nada y además no es necesario, ven, aquí estamos todos, los pasados y los presentes, hoy nos tocó acampar en tu angustia, mañana levantamos y seguimos, por hoy lo único que podemos ofrecer es compañía.”

Como Job, el protagonista de Retrato de mi madre con perros, sabe que la desgracia puede golpearnos en cualquier momento, y no somos seres autónomos que puedan crear y sostener la vida por su cuenta, todos sufrimos y estamos en deuda con los demás, y si no podemos ayudar, lo menos que podemos ofrecer es compasión y compañía.