Arte y realidad, unidos

En el mundo imaginado por Rodríguez Barrón, las cosas ocurrían de este modo: “Sólo se sabía que se trataba de un virus cuyo nombre era una combinación de letras y números, casi un password que los ciudadanos repetían como un mantra hipnótico que los mantenía como rehenes de sí mismos en su propia casa.

Cuando la gente comenzó a morir, algunos quisieron ver pruebas científicas de la enfermedad. Autopsias, estudios, entrevistas con los deudos.

Pero el nivel de contagio era tan alto que los cuerpos debían ser incinerados de inmediato por orden estatal.

Primero en hornos de hospitales. Pero muy pronto no fueron suficientes y se llevaron los cuerpos a hornos militares. (…) Fue muy fácil determinar quién estaba enfermo.

Las personas asistían voluntariamente a los hospitales para saber si estaban o no contagiados. Cuando comenzaron las incineraciones discrecionales nadie volvió a los hospitales.

Entonces se exhortó a los ciudadanos a denunciar a los enfermos.

Aunque nadie sabía si la peste era real o no.”, se narra en la novela del también Premio Nacional de Periodismo 2008.

Rodríguez Barrón utiliza a Edipo, “no sólo por la perversa relación con la madre, sino por la metáfora de la peste, es decir, del castigo desmedido, injusto y fatal”, dice el autor.

Quizás la imagen que resume esta idea sea la del grupo de perros torturados y crucificados en pleno Zócalo, ante una multitud que los acusa de ser el foco de contagio de la peste aunque, en realidad no se sabe de dónde ha venido, e incluso se sospecha de que no existe, y es una mentira del Estado para mantener en encierro a los ciudadanos , destaca.

Ése es en realidad el tema de Retrato de mi madre con perros, la indefensión del individuo frente a un mal que lo sobrepasa, que no tiene razón ni objetivo. No es culpa ni castigo porque la peste contagia a buenos y malos, a niños y ancianos.

Jacobo es menos Edipo que Job, un hombre que no comprende por qué él y la población de una futurista Ciudad de México han sido castigados de manera tan brutal.

Como Edipo, como Job, Jacobo Flores va directo a cumplir su propia tragedia. Sabe cuál será su fin, y el lector también”, dice Rodríguez Barrón. Pero al final, el protagonista consigue decirnos algo que, acaso, sea la verdadera prueba de que la literatura alcanza a ver algo más allá de lo evidente.

“Y así, me digo, de generación en generación, nos damos la mano para acompañarnos en la oscuridad y el desconsuelo, muy de vez en cuando nos susurramos una historia, una ficción, y sospecho que quien la susurra sabe muy bien que se trata de una ficción, que la está inventando justo en ese momento, tal vez uno que otro fanático tiene tanto miedo que incluso se cree lo que inventa, pero en cualquier caso, me temo, ésa es la única respuesta posible.

La única iluminación y trascendencia: decirnos al oído, tranquilo, no llores, todos estamos perdidos y la noche es inmensa, no alcanzas a vernos, pero atrás y adelante hay un río de gente que pide ayuda, pan y consuelo, si tú no puedes darlo.