¿Porque lo digo yo?

¿Cuántas veces escuchamos estas palabras dentro de casa y a quema ropa? Años después caí en cuenta que en ese entonces fue donde me tropecé por primera vez con la autocracia, pero siempre lo sentí como un mal, que, como mi adolescencia, llegaría el día que desapareciera de por vida en la mía. Y no. Ahora en el sexto piso el inmortal y paciente destino me la quiere poner de sombrero y no precisamente la añeja versión casera.
Según su definición, la autocracia -del griego «autokrateia»- es un sistema de gobierno que concentra el poder en una sola figura -ojo en lo que sigue- divinizada cuyas acciones y decisiones no están sujetas ni a restricciones legales externas, ni a mecanismos regulativos de control popular excepto quizás por la amenaza implícita de un golpe de Estado o de una insurrección en masa (conste que no estoy dando ideas, esa es la definición) Cualquier parecido a la realidad no es mera coincidencia y mucho menos mi culpa.
La democracia intenta convencer al individuo mientras que la autocracia de manipularlo. En esa manipulación Noam Chomsky -filosofo, politólogo y lingüista de origen norteamericano- menciona 10 estrategias de manipulación masiva en donde a la distracción la sitúa, si no como la importante, si como la más recurrente y consiste en orientar la atención del público hacia temas irrelevantes. Les vendo un billete de una rifa entre amigos, digo, por dar un ejemplo bien rifado.
Otra de las estrategias de manipulación masiva según Chomsky es la de diferir y que se refiere en hacer pensar a los ciudadanos que se toma una medida temporalmente perjudicial, pero a la larga le trae beneficios a la sociedad. El objetivo es que la gente se acostumbre a la medida y no al rechace.
Chomsky no aplica esas estrategias a la autocracia, aunque cada uno de los conceptos tengan obvia convergencia. Lo aplica a todos los sistemas políticos, es más, considera como una utopía la democracia en el mundo actual signado por el capitalismo con su influencia y poder en la sociedad -en el llévele…llévele digamos como sistema económico predominante a nivel global.
Los sistemas autocráticos son muy antiguos, aunque en la actualidad no son bien vistas éstas figuras de gobierno, maduras y castrantes, por no ser democráticos sino autoritarios en su ejercicio. Algunas autocracias son justificadas por la afirmación del derecho divino- hágame usted el favor- o superioridad del líder. Un derecho divino que puede poner de rodillas hasta a la más cruel de las pandemias.
En la autocracia -dicen los que saben- dado que todo el poder reside en manos de una misma persona, a ella se le rinde culto y se la venera como si fuera una deidad o un santo. Esto se potencia desde las estructuras del Estado alentando de esa manera el culto a la personalidad del líder o caudillo, a través de mensajes manipuladores que lo ofrecen como un salvador, un redentor con una fortaleza moral de grandes proporciones que lo lleva a ignorar hasta a la ciencia médica hasta en el cajón de su escritorio.
La ruta históricamente natural para llegar a una dictadura -a menos que en su camino se resbale con una cascara de plátano en forma de inconformidad que llegue al reclamo enérgico y al anémico bolsillo de la sociedad- es la autocracia.
Esa que por el momento está en obra negra, sin planos, mal hecha, desplomada y sin programa definido de terminación.

@barreArq