Teresa Carreño: la niña prodigio que tocó el piano para Abraham Lincoln

  • Teresa Carreño tenía apenas 9 años de edad cuando en el otoño de 1863 fue invitada a tocar el piano para el entonces presidente de Estados Unidos Abraham Lincoln.

La pianista venezolana regresó a la Casa Blanca en el invierno de 1916 para ofrecer un recital de Navidad en honor al mandatario Woodrow Wilson.

Entre uno y otro concierto transcurrieron 53 años. En ese periodo, Carreño desarrolló una exitosa carrera musical como ejecutante, compositora y cantante que la llevó a realizar numerosas giras internacionales y entrar en contacto con maestros de la talla de Gustav Mahler, bajo cuya batuta le correspondió tocar junto a la New York Philharmonic Society. Catalogada desde muy pequeña como niña prodigio, su trayectoria profesional tomó vuelo internacional gracias al impulso azaroso de una guerra y un exilio.

«Niña genio»
Nacida en Caracas en 1853, en el seno de una familia musical -su abuelo era un reconocido compositor de música sacra-, Carreño da muestras desde muy pequeña de su sensibilidad artística.

Esto da pie para que su padre, Manuel Antonio Carreño, comience a darle lecciones de piano y a ponerla a hacer complejos ejercicios que le permiten desarrollar sus habilidades.

Para 1861, la pequeña Teresa ya era considerada una «niña genio» y había compuesto numerosas piezas cortas para el piano, incluyendo ocho valses, tres danzas y dos polkas.

Sin embargo, el deterioro de la situación política en su natal Venezuela -donde su padre era ministro de Hacienda de un gobierno que hacía frente a una guerra civil- hace que la familia opte por emigrar a Estados Unidos en 1862.

Ese mismo año, con 8 años de edad, la joven pianista debuta en Nueva York, donde es catalogada por el público como un «fenómeno musical».

«Ella merece ser calificada no como una niña maravilla, que a la edad de 8 años ha derrotado todas las dificultades técnicas del piano, sino como una artista con una sensibilidad de primer nivel», escribió sobre Carreño el crítico musical de The New York Times.
Su talento impresionó grandemente al compositor estadounidense Louis Moreau Gottschalk, considerado para la época como uno de los mejores pianistas del Nuevo Mundo, quien se convirtió -aunque por un tiempo breve- en el primer profesor de la niña en Nueva York.
Tras sus exitosas presentaciones en la Gran Manzana, Carreño inicia su primera gira por Estados Unidos, incluyendo el concierto privado que ofreció para Lincoln en la Casa Blanca, en el que tocó varias composiciones de Gottschalk así como una de las piezas favoritas del mandatario estadounidense: ‘Listen to the mocking bird’ (Escucha al ruiseñor).
Maestros, amigos e influencias
Pese a todo, la estancia en Nueva York no se prolonga demasiado. En 1866, la familia entera viaja al otro lado del Atlántico y se establecen en París, donde Carreño hace su debut europeo.
Durante sus primeras semanas en la Ciudad Luz, la joven conoce a músicos como Gioachino Rossini, creador de óperas universales como «El barbero de Sevilla», y el compositor húngaro Franz Liszt, quien incluso se ofrece a darle lecciones musicales que ella declina. Con quien sí estudió fue con Georges Mathias, quien había sido alumno de Frédéric Chopin y cuyas lecciones habrían servido para convertir al compositor polaco en el favorito de Carreño.
Durante una gira por Londres, la pianista venezolana conoció a Anton Rubinstein, extutor de Tchaikovski y quien se convirtió en un amigo y en una importante influencia musical para ella. Pero la carrera artística de la venezolana en Europa tuvo también otras vertientes.
Carreño tenía una hermosa voz de mezzosoprano que fue descubierta por Rossini, quien le dio clases de canto que luego le serían de utilidad para explotar otra de las facetas de su talento musical: la interpretación operística.
En 1872, estando la pianista en Edimburgo en una gira de conciertos, una soprano que iba a interpretar el rol de la reina de Navarra en la ópera «Los Hugonotes» se enfermó y Carreño, que nunca había cantado en público, la sustituyó.
«En cuatro días se aprendió el difícil papel y apareció en la obra con gran éxito», recordó el crítico musical de The New York Times en una nota publicada en 1916. Poco tiempo después de aquel episodio, Carreño regresó a vivir en Estados Unidos, donde siguió participando durante varios años como cantante en roles protagónicos como el de Zerlina, de la ópera Don Giovanni.
Dificultades familiares
Durante su primera estancia en Europa, Carreño se casa en primera nupcias en 1873 con el violinista francés Emile Sauret, con quien tiene una hija, Emilita, que la pareja deja al cuidado de una amiga alemana para poder seguir viajando para cumplir con sus compromisos profesionales. Entonces, una seguidilla de problemas golpean a la pianista: la gira fracasa, ella sufre la pérdida de su segundo embarazo, el matrimonio con Sauret llega a su fin y su padre muere en Francia, lo que la deja en una difícil situación económica que le impide hacer frente a los gastos de manutención de Emilita, que termina siendo adoptada por la familia de su amiga alemana.