¿Nacionalismo?

La visita supervisora del secretario de Estado trumpiano Mike Pompeo sólo vino a confirmar que México cumpliera el compromiso de desaparecer los principios de política exterior del nacionalismo mexicano debajo de los escombros de la política migratoria.
En los hechos, esa visita reconfirmó la validez del Memorándum de 1991 del embajador estadunidense en México, el especialista en inteligencia, espionaje y seguridad nacional John Dimitri Negroponte: los EE. UU. deberían aprobar el Tratado comercial con Salinas porque significaría el fin del nacionalismo revolucionario priísta.
Ahí ocurrió la primera derrota del concepto de “nacionalismo defensivo” que acuñó el académico Lorenzo Meyer. En 1962, el presidente demócrata John Kennedy presionó a México para romper relaciones con Cuba y el gobierno de López Mateos se negó, aunque evitó la contaminación comunista. El gobierno derechista y autoritario de Díaz Ordaz reafirmó ese modelo. Echeverría y López Portillo confrontaron a los EE. UU. y salieron perdiendo. Y Salinas de Gortari capituló el nacionalismo al subordinar a México a la lógica de los intereses de seguridad de la Casa Blanca, a cambio del Tratado de Comercio Libre.
Como secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de López Obrador, Marcelo Ebrard Casaubón se coinvirtió en una copia menor del canciller salinista Fernando Solana Morales, aunque los dos reprodujeron, en su simbolismo histórico propio, su Tratado de Guadalupe-Hidalgo: convertir a México en una pieza del juego geopolítico de la Casa Blanca de Bush Sr. en 1990-1992 y ahora de Donald Trump; con Bush fue la geopolítica y con Trump apenas la migración.
En los dos casos México ha mostrado el fin de su política exterior de principios históricos y su utilización con criterios de pragmatismo circunstancial. López Mateos y Díaz Ordaz, en cambio supieron lidiar con los intereses estadunidenses sin ceder principios de soberanía.
El Memorándum de Negroponte al Departamento de Estado y de ahí a la Casa Blanca (publicado por la revista Proceso 758 de mayo de 1991) asienta la teoría de ser un Tratado Guadalupe-Hidalgo 2.0 porque reveló el fin de la diplomacia soberana de México: subordinación de México a la diplomacia imperial de Washington, fin del discurso solidario con los países del Tercer Mundo, elemento para consolidar el modelo económico estadunidense de neoliberalismo globalizador, consolidación de una élite conservadora mexicana en el gobierno y abandono del nacionalismo mexicano y sus intereses regionales.
El Pacto Ebrard-Pompeo hace dos meses refrendó la consolidación de México como el patio trasero de los EE. UU. y la utilización de la policía migratoria mexicana –antes humanista– como antesala. Lo grave fue el hecho de que México aceptó las decisiones estadunidenses a cambio de no poner aranceles, pero no hay indicios de que el TCL 2.0 vaya a ser aprobado en este año; y, por si fuera poco, quedó ya el antecedente de que los aranceles son el instrumento de imposición de intereses estadunidenses en México.
Como todo secretario de Relaciones Exteriores, Ebrard ha tenido margen de maniobra para aportar enfoques de definición de estrategias geopolíticas. Pero lo aceptado con Pompeo en nada beneficia a la política exterior, la borra de cualquier participación estratégica en la geopolítica y en los hechos podría convertir a México en un peón de la Casa Blanca en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Para pertenecer al Consejo de Seguridad de la ONU se requieren, cuando menos, tres cosas: representación de intereses ajenos a los EE. UU., China y Rusia, policía exterior activa y una propuesta de nuevo orden geopolítico internacional. Luego del incidente migratorio, México quedo subordinado a los intereses de seguridad nacional de los EE. UU. En el periodo 1962-1988, la política exterior mexicana fue clave en evitar el dominio imperial en la zona y contribuyó al apoyo a Cuba y a las guerrillas revolucionarias de Nicaragua y El Salvador. Salinas y el TCL liquidaron la última fase del nacionalismo mexicano: el nacionalismo defensivo ante los EE. UU.
La negociación de Ebrard con Pompeo ha sido la misma de Salinas de Gortari con el TCL 1990-1993: ceder principios a cambio de comercio, aunque en el fondo toda relación comercial es, en sí misma, una ideología nacionalista. El TCL 1.0 entronizó el capitalismo estadunidense en México y el TCL 2.0 reconfirmará esa vía: el comercio subordinado del débil ante el norte implica una defensa de los intereses comerciales e ideológicos del capitalismo. Salinas cedió política exterior y Ebrard entregó política interior.
Y lo grave de todo es que no habrá fin del neoliberalismo ni un proyecto posneoliberal si la economía mexicana sigue con el TCL atado al cuello. Y Ebrard, quien firmó como subsecretario de Relaciones Exteriores del gobierno de Salinas de Gortari la formalización legal del TCL 1.0, será el encargado de darle respiración artificial al TCL 2.0 liquidando el nacionalismo defensivo mexicano en su nivel migratorio, lo que indica la continuidad de régimen político.

Política para dummies: La política es memoria histórica o es nada.

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