Narra Herta Müller el terror de vivir acosada

Herta Müller (Rumania, 1953) escribía canciones de rock para sus amigos mientras trabajaba como traductora en una fábrica industrial, durante el gobierno de Nicolae Ceaușescu, en Rumania.

Ambas actividades propiciaron que el servicio secreto la intentara reclutar en sus filas. Al no lograrlo, fue perseguida y acusada de espía, de ejercer la prostitución y de trapicheo en el mercado negro, actividades que eran castigadas con cárcel o trabajos forzados.

Así lo cuenta la propia Müller en uno de los textos más crudos de Siempre la misma nieve y siempre el mismo tío, volumen con 18 ensayos y artículos que deslizan una prosa herida, que son traducidos por primera vez al español y ya circulan en México.

Una vez me pescaron directamente en la calle –rememora la autora–. Iba de camino a la peluquería y un policía me condujo por una puerta metálica hasta el sótano de una residencia universitaria. Allí había tres tipos vestidos de paisano sentados a una mesa.

El jefe era un hombre bajito y huesudo. Me pidió la documentación y dijo: ‘Mira por dónde nos volvemos a ver, puta’. Yo no lo había visto en mi vida. Me acusaron de haber practicado el sexo con ocho estudiantes árabes a cambio de cosméticos y medias”.

Müller le explicó que no conocía algún estudiante árabe. Y recibió la siguiente respuesta: “Así nos da la gana, encontramos hasta 20 estudiantes árabes como testigos”, relata.

Varias décadas después, Müller logró revisar su expediente en la tierra natal. Fue elaborado bajo el nombre de Cristina y  descubrió que no existía rastro de algún interrogatorio ni de las estrechas vigilancias.

Müller también recuerda cómo los servicios secretos entraban y salían de su casa y describe uno de los actos más siniestros que se prolongó por semanas.

(En casa) teníamos una piel de zorro como alfombra y le fueron cortando la cola, las patas y finalmente la cabeza. Aquello era puro maltrato psicológico”, apunta la autora de En tierras bajas y La bestia del corazón.

En entrevista con un Diario de circulación nacional, Isabel García Adánez, traductora del volumen, detalló que éste se publicó hace dos años en Alemania.

Estos textos, explica, son autobiográficos y los publicó después de sus novelas, también autobiográficas, en donde yace una reflexión doble, “en un lado está lo biográfico y en otro se aprecia su manera de escribir, pero ya sin ese filtro que habitualmente usa para contar una ficción.

García Adánez detalla que este volumen es el quinto que compila artículos y ensayos.

MÚSICA Y VENENO

En este volumen, la autora también habla sobre la música, a la que define como la actividad que mejor conserva los sentimientos y explica por qué la dictadura se interesa en someterla.

La música conserva los sentimientos mejor que nada. (Por ello) en todos los lugares del mundo, en todas las épocas, los emigrantes mantienen el apego a la música y la comida de su tierra”.

Eso lo saben los dictadores y siempre “se han servido de la música para someter a los individuos. Los alemanes conocemos bien la penuria musical que dejó tras de sí el nazismo. Cuántas canciones no pudieron volverse a cantar y siguen sin cantarse hoy en día, porque están contaminadas”, al igual que durante el socialismo, el cual palpó todas las teclas que supo para minar el alma de sus súbditos, con lo cual la música se utilizó como instrumento de poder”.

Al respecto, Isabel García comenta que en este artículo Müller aporta algunos de los pocos textos que escribió en  lengua rumana.

Son esas canciones para el grupo de rock de sus amigos, que luego en realidad fueron censuradas y apenas habrán sido cantadas”.

 Sin embargo, su reflexión es vital “porque nos dice que en Alemania la música y el folclor tienen un doble tabú, dado que durante toda la época nazi, aquel folclor fue utilizado para la propaganda y eso la contaminó, dado que ese folclor fue usado en nombre del nacionalismo y aquella música quedó un poco envenenada”.

Pese a todo, Müller justifica que la música no tiene la culpa y señala la diferencia entre la libertad de un escritor y un músico en tiempos de censura.

Los músicos de rock tenían los mismos problemas con los textos de las canciones que los escritores. La censura sospechaba en cada poema alguna referencia al dictador, a la miseria del país o al deseo de salir de él. (Así que) los textos eran sometidos a una censura tan exhaustiva que al final los conciertos se quedaban en canciones completamente huecas y en ritmos para dar brincos y poco más.

Así que cada concierto era media victoria y una derrota completa para esos músicos.

Sin embargo, “los escritores trabajaban en silencio —escribir no hace ruido—; es más: se podía escribir, aunque no se publicara. Y lo escrito aún se podía esconder. Los músicos, en cambio, se enfrentaban con el censor en cada ensayo” y entonces no podían revelar su trabajo.

Por su parte, la traductora recuerda que en este libro también está el discurso que Müller pronunció tras recibir el Nobel de Literatura en 2009 y le dedica otros textos al poeta Oskar Pastior, al expediente que le armaron los servicios secretos de Ceaușescu, a la memoria y el el Aktionsgruppe Banat, el grupo literario que la cobijó en su juventud.

Sin ellos ni habría leído libros ni los habría escrito. Y, lo que es más importante aún, estos amigos fueron vitales. Sin ellos, no habría podido soportar las represalias”, confiesa Müller.

Ellos fueron quienes le mostraron que “la literatura no puede cambiar (la realidad). Sin embargo, sí que puede —aunque sea a posteriori— inventar, a través del lenguaje, una verdad que muestre lo que sucede dentro de nosotros y a nuestro alrededor cuando los valores descarrilan”, porque “la literatura habla con cada persona a título individual –es propiedad privada que permanece en el interior de la cabeza– (y) nada nos habla a un nivel tan profundo como un libro. Y no espera nada a cambio, salvo que pensemos y que sintamos”, dice Müller.