A 230 años de la toma de la Bastilla

Cada país tiene su fecha de conmemoración nacional, y en el caso de Francia ese día rememora la toma de la Bastilla, sucedida la tarde del 14 de julio, en 1789. La Bastilla, hoy convertido en un polo turístico parisino, es una fortificación de origen medieval, que previo a la Revolución Francesa fue utilizada como prisión.

El 14 de julio es el día axial en dicha revolución, al iniciar el desmantelamiento total del posteriormente llamado “Antiguo Régimen”, cuya influencia liberadora se extendería por toda Europa, con muy distintos matices. La profunda crisis social, combinada con los excesos de ostentación y desmesura de la monarquía fueron las causas del conflicto armado que cimbró a Francia durante una década.

Con 72 años de reinado del siglo XVII al XVIII, Luis XIV (apodado el Rey Sol) llevó el sistema monárquico francés al absolutismo. Su frase “el Estado soy yo” ejemplifica la instalación de ese absolutismo en la figura del rey: su sucesor XV reinó por 59 años (ambos son los dos reinados más extensos en la monarquía francesa), hasta 1774, sin modificar mucho el sistema de gobierno. La debacle vendría con Luis XVI, quien vio abolida la Corona pocos años después de asumir el trono. Como ejemplo del desprecio ante la hambruna en Francia está la célebre frase atribuida a la reina consorte de Luis XVI, María Antonieta: “Si no tienen pan, que coman pasteles” (frase que bien pudo no haber pronunciado ella).

La etapa del conflicto iniciado en 1789 terminó hasta el golpe de Estado que dio Napoleón Bonaparte en 1799, quien se proclamó emperador. En este lapso posterior a la toma hubo un periodo de mayor desequilibrio, conocido como El Terror, de finales del 1793 a principios del 1794. En menos de un año afloraron las decapitaciones con la guillotina. Aunque ya existían métodos similares para aplicar la pena capital, en la revolución se popularizó la variante propuesta por Joseph-Ignace Guillotin.

Además de las causas sociales, la vida cultural francesa tiene en sus pensadores los cimientos del cambio a favor del pueblo (aunque las cabezas del gobierno volvieran a figuras totalizadoras como el emperador, con Napoleón, antes de que se le diera un poder real a espacios como el parlamento). Junto con otros países, Francia vivía en aquel siglo XVIII el llamado Siglo de las Luces, el seguimiento del renacimiento: razón y derecho eran las directrices principales que proponían. La ilustración francesa va de la mano con los enciclopedistas, con una pléyade de autores como Voltaire, Jean-Jacques Rousseau, Montesquieu, Denis Diderot o el barón de Holbach, entre otros.

Una característica que comparten varios de estos pensadores es que a la par de su labor como filósofos forjaron también una obra literaria, de gran calidad y a la altura de cualquier clásico literario francés. Diderot es un novelista influenciado por Cervantes, lúdico y quijotesco; Voltaire es un gran prosista cuyos cuentos y novelas cortas logran contar historias maravillosas al mismo tiempo que exponen visiones del mundo. Menos brillantes como piezas literarias pero igualmente de interés para los lectores son las “Cartas persas” de Montesquieu (con un tinte de denuncia social) o las novelas educativas de Rousseau.

La literatura francesa regresaría al conflicto armado con frecuencia. El titán de la novela francesa en el siglo XIX, Victor Hugo, publicó su última novela en 1874, con el título de “Noventa y tres”, precisamente sobre los años más turbios de la revolución, el del Terror de 1793. Otros libros de ficción que regresan a la Revolución Francesa son “El caballero de Maison-Rouge” (1846), “Ange Pitou” (1850) y “Los blancos y los azules” (1867) entre otras novelas de Alexandre Dumas; “El camino de Francia”, de Jules Verne (1887); o “El caballero Des Touches” (1864) de Jules Barbey d’Aurevilly. De los contemporáneos, Patrick Rambaud publicó en 2006 “Le Chat botté”, Jérôme Garcin tiene “C’était tous les jours tempête” (2001) y “Le Pain rouge” (1989) de Marie-Paul Armand, todas con temáticas que tocan los años de la revolución.