México-Trump: culpa de Aguilar Camín y Fuentes

Todo indica que México será, en poco menos de 45 días, un “tercer país seguro” de los EE.UU.

La negociación de un acuerdo arancelario-migratorio del canciller Marcelo Ebrard con el gobierno de Donald Trump representó el final histórico del nacionalismo mexicano que se había definido desde la Doctrina Monroe de 1823 que clamó que América fuera de manera exclusiva para los americanos. Todo indica que México será, en poco menos de 45 días, un “tercer país seguro” de los EE. UU.

El nacionalismo de los liberales del siglo XIX encontró en Juárez al líder de la defensa de los intereses nacionales. El fin de la guerra asimétrica de México con los EE. UU. llevó a la pérdida de la mitad del territorio mexicano, los hoy estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Y los liberales lograron derrotar la opción conservadora de la absorción total de México por los EE. UU., pero los conservadores consiguieron poner a Maximiliano como emperador, aunque la tozudez de Juárez lo derrotó y fusiló en 1867.

De 1867 a 1992 prevaleció el nacionalismo como el eje de la seguridad nacional de México. En 1992 el presidente Salinas de Gortari consolidó la negociación del Tratado de Comercio Libre con los EE. UU. y quitó de los documentos ideológicos del PRI el concepto de Revolución Mexicana para meter la gelatinosa idea de liberalismo social. El fondo fue la cancelación definitiva del nacionalismo mexicano en su fase de –concepto del historiador Lorenzo Meyer– “nacionalismo defensivo”.

La negociación de Ebrard liquidó los últimos vestigios del nacionalismo. Pero en realidad, la gran derrota del nacionalismo mexicano ocurrió en 1986-1988 con la redacción del reporte “El desafío de la interdependencia” que presentó la Comisión Sobre el Futuro de las Relaciones México-.EE. UU., creada a propuesta bilateral por el presidente Miguel de la Madrid y el presidente Ronald Reagan. Esa Comisión se dio a la tarea de encontrar los puntos de conflicto en la relación bilateral y hacer propuestas para disminuirlos y convertirlos en oportunidades.

El resultado fue el esperado. El reporte (publicado en 1988 como libro por el Fondo de Cultura Económica) propuso la modificación de las barreras culturales, educativas y de conflicto histórico: en México, el enfoque de que los EE. UU. le robó la mitad del territorio en la guerra del 47; en los EE. UU., la resistencia de México a compartir enfoques de seguridad estratégica.

Las propuestas fueron en el sentido de modificar contenidos de libros oficiales de historia, de aceptar que la guerra del 47 tuvo su escenario histórico limitado, que los EE. UU. podrían ser un territorio aliado de México y que el capitalismo estadounidense necesitaba de un México sin memoria histórica. En 1985 había iniciado México una fase de liberalización comercial fronteriza para la libre importación de productos estadounidenses de consumo: vía productos estadounidense, los EE. UU. absorbían a México.

Lo interesante de los miembros de la Comisión por parte de México fue la presencia del escritor e historiador Héctor Aguilar Camín y del escritor Carlos Fuentes, los dos muy cercanos al entonces secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari. Ellos dos fueron, por lo tanto, corresponsables de las recomendaciones para abatir el nacionalismo en fase defensiva que existía en México.

Y como el reporte fue parte de la estrategia de Salinas de Gortari para iniciar, ya como presidente de la república, las negociaciones del Tratado comercial, en consecuencia, la pérdida de sentido nacionalista en aras de lo comercial tiene una corresponsabilidad en Aguilar Camín y Fuentes.

Los dos escritores, hasta antes de formar parte de la Comisión, eran parte de los activos culturales nacionalistas en grado superior y hasta furioso en Carlos Fuentes, quien en los años setenta había publicado un furioso artículo en la prensa estadounidense con el titulo provocador de “¡Escucha, Yanqui, México es una nación, no un pozo petrolero!”, y siempre se declaró fanático del cardenismo que expropió el petróleo en 1938. Por ello extrañó su participación en las conclusiones de la Comisión que barrían con los últimos vestigios del nacionalismo mexicano que representaban la última y débil línea de resistencia a la absorción comercial de México para convertirlo en parte del mercado de consumo de productos estadounidenses.

Las conclusiones de la Comisión no tuvieron mucho efecto en la definición de la relación bilateral, porque el gobierno de De la Madrid (1982-1988) ya había adelantado la apertura comercial. Quedó, eso sí, como documento oficial de una comisión binacional con mandato legal.

Y el reporte debe ser ahora desempolvado en México para encontrar el punto de inflexión del nacionalismo mexicano y la responsabilidad de quienes participaron en esa declinación cultural mexicana ante el avasallamiento estadounidense.

En los años del TCL México supo eludir, a veces de manera grotesca, los acosos estadounidenses, como en 2001 cuando el presidente Fox pretextó una operación quirúrgica para no votar en la ONU a favor de la invasión de Irak ordenada por Bush. Pero a pesar de ello, los gobiernos de los EE. UU. de Bush padre, Carter, Reagan, Clinton, Bush hijo y Obama toleraban el inexistente en lo real y poco en lo simbólico del nacionalismo mexicano.

Trump destruyó hasta el simbolismo del nacionalismo y el canciller Ebrard nada hizo para resistir. El Tratado como rehén y el efecto negativo de aranceles de castigo llevaron a México a ceder su política migratoria a los intereses estadounidenses. México queda, de manera oficial, como el patio trasero de los EE. UU. y como parte del mercado estadounidense.

 

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