John Lear, el obrero en el arte

  • El historiador revisa la construcción de un imaginario que formó la identidad de un vasto sector social de México

CIUDAD DE MÉXICO.

La representación pictórica del obrero a principios del siglo pasado y la relación entre arte, Estado y mecenazgo son dos de temas que explora el historiador estadounidense John Lear en su libro Imaginar el proletariado. Artistas y trabajadores en el México revolucionario, 1908–1940 (editorial Grano de Sal), que se presentará mañana, a las 17:00 horas, en el Aula Magna del Centro Nacional de las Artes, con la participación de Carlos Guevara, Alfredo Gurza, Alberto Híjar y Fernando Amezcua.

La publicación estudia la influencia mutua entre los artistas y las organizaciones de trabajadores durante la etapa armada de la Revolución y en las décadas en que se consolidó el nuevo régimen, explorando la obra de muralistas, pintores y grabadores que protagonizaron las primeras décadas del siglo XX.

En síntesis, es una revisión sobre los lazos entre artistas, obreros y campesinos, así como la construcción de un imaginario que, en gran medida, formó la identidad política de grandes sectores de la sociedad mexicana, a partir de la obra de José Guadalupe Posada, Saturnino Herrán, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Xavier Guerrero, Fernando Leal, Ramón Alva de la Canal, Tina Modotti, Jean Charlot, así como la presencia de publicaciones como El Machete, el Taller de Gráfica Popular (TGP), la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) y la Escuela de Pintura al Aire Libre.

La primera imagen que el historiador dibuja es aquel artista o muralista que posa o camina por su estudio, enfundado en un overol azul, reafirmando la imagen de un trabajador intelectual. “Considero que todo empezó, hasta cierto punto, de una forma doctrinal (por parte de los artistas), pero también es cierto que tuvo un intento sincero de los artistas de acercarse a estos grupos sociales (obreros y campesinos) que surgieron a partir de la Revolución Mexicana”, afirma Lear en entrevista.

Aunque también querían reconocer su cardenismo e imaginar su papel en la transformación del país. Claro que ahí hay doctrina, un adoctrinamiento que ayudó a los artistas a entender y proyectar, hasta cierto punto, algo minoritario. Además, hay que ver que estos artistas tuvieron una relación con el gobierno y que, si bien no fracasaron totalmente en su idea de llegar a la clase obrera, tampoco lograron ser del todo independientes del gobierno. Así que con este libro quise contar esa historia”.

En este sentido, apunta el historiador, quizá se puede hablar de dos panoramas. Por un lado, existió una propaganda que no necesariamente llegó a la clase obrera y que no hablaba lo suficiente de su vida, así como los artistas del gobierno que, tras la institucionalización del partido en el poder, hicieron de su arte un museo y una celebración, aunque sí existió una crítica en muchos de los murales y, sobre todo, en la producción gráfica a partir del grabado.

Lo cierto es que, “ante lo limitado del mercado del arte, los estudiantes y los artistas establecidos dependían del Estado para obtener formación, patronazgo y empleo”. Y en este punto, los encargos para realizar murales públicos a principios de los años 20 eran el ejemplo más obvio.

Sin embargo, la diversidad de colectivos y publicaciones de artistas, así como sus alianzas con sectores del movimiento obrero organizado y su uso de medios artísticos alternativos, como el grabado, les facilitaron un importante grado de autonomía respecto del control gubernamental”, destacó.

Aunado a esto, se formaron de colectivos de artistas, que en parte seguían el modelo sindical, tales como el Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores (SOTPE) en los 20, y la LEAR en los 30, y “facilitaron la discusión entre ellos en torno a la función del arte, su comunicación con el Estado como mecenas, como aliado reformista, y su contacto con sectores sociales organizados.

Quizá uno se cansa de la imagen de ese obrero representado en los murales o en los grabados y lo vemos asociado a una época de propaganda comunista, pero si lo pensamos un momento, comprenderemos que esto representó un descubrimiento en sí mismo y del otro, pero desde el arte.

Recordemos lo difícil que es encontrar a una persona trabajando de verdad en obras de arte del siglo XIX. Entonces no existía eso. Quizá en alguna tarjeta turística o como una crítica de las clases bajas. Así que fue muy importante entender el papel de los trabajadores en el imaginario colectivo e incorporarlo al mundo visual. Eso fue un gran logro, incluso antes de que llegara a México la Revolución Bolchevique y se creara un Partido Comunista en México”, concluye.