“¡Que viva Edith González!”

Llegó el día de despedirse de Edith González: cuerpo presente, féretro cerrado y seis retratos rodeados de un pequeño jardín improvisado con las tradicionales flores blancas. El teatro Jorge Negrete abrió ayer sus puertas para escribir muchos más capítulos de una mujer que luchó contra el cáncer hasta su último aliento.

La carroza se acercó al inmueble en la colonia San Rafael antes del mediodía, paso lento, velocidad que permitió a la gente despedirla. “¡Bonita!”, le gritó una señora; dos personas arrojaron al toldo un par de rosas blancas y muchos otros agitaban sus manos para alumbrar el camino de la guerrera que dejó este mundo el pasado jueves.

Dentro, teatro lleno. Vanessa Bauche, quien junto con Cynthia Klitbo recibió la petición de Edith de llevarla a este inmueble, tomó el estrado. Frente a ella, los familiares: el hermano Victor Manuel González, doña Ofelia Fuentes, la madre; después se integraría el viudo Lorenzo Lazo y destacó la ausencia de la pequeña Constanza.

Arriba, Bauche reconstruyó la imagen, la personalidad y pensamiento de su amiga. La conoció hace 30 años en unas clases de baile en Televisa, recordó. Jamás quebró su voz. Pieza por pieza hasta unir el rompecabezas de lo que fue Edith en vida y lo que dejó a su muerte.

Todos escuchaban atentos, desde el fan que sostenía un óleo con un retrato amorfo, hasta un sujeto que ondeaba una bandera mexicana del lado izquierdo del escenario y las señoras que sostuvieron su flor con una mano y al bebé con la otra.

Los que conocieron a la actriz sabía que la verdad absoluta y la incorruptibilidad era su valor primordial para vivir. Era una mujer que desde los cinco años comenzó su andar en la actuación y, por ende, fue parte de la Asociación Nacional de Actores (ANDA) desde ese momento. Fundó la Comisión Juvenil de la ANDA.

Entre el público emergían solitarios alaridos a la actriz; reporteros de tele se entrometían con su trabajo y a los fans les molestaba. Varias veces se esuchó el “¡shh!”, y proseguían a adentrarse más de la vida privada e intelectual de González. El mariachi contratado por Ricardo Berger, amigo de Edith, le cantaba Las Golondrinas y Mayte e Isabel de Pandora le dedicaban Si nos dejan.

El lagrimeo estuvo ausente en los espectadores mas no en los amigos que, desconsolados, buscaron preservar la imagen de su amiga de viajes.
Victor Manuel, su hermano, relató que él y Edith frecuentaban el Estadio Azteca y el Olímpico Universitario para ver futbol. Ella era una apasionada por las Chivas Rayadas del Guadalajara, y aunque la veían cómo una mujer con muchos modales, la rebeldía fue parte de su persona. “Viajábamos en peceras o camiones de la basura al estadio y esperábamos a entrar haciendo puerta”, recordó.

Los relatos la colocaban como una mujer protestante, capaz de irse a parar al Zócalo por luchas ecológicas y una lider nata, ya que a raíz de su cáncer de ovario, estaba buscando organizarse para hacer saber al gobierno su preocupación por la falta de medicinas en el sector salud. Ella creía en la Cuarta Transformación, dejó entrever su hermano. Sin embargo, no lo logró.

Jesús Ochoa llevó a la irreverencia. Con Lorenzo frente él no aguantó a revelar que era muy meloso con su mujer y Daniel Gómez Casanova, productor de tres obras de teatro en las que participó, lo confirmó. Y fue más allá: remarcó su pasión por la playera rojiblanca y su impuntualidad para llegar a trabajar en la puesta Purgatorio. “También nos tomábamos tres minutos más por estar platicando justo en la tercera llamada”, reveló.

Del suspiro a la risa, así fue el homenaje póstumo de Edith, abarrotado el teatro pese a que se desarrolló en horario laboral, de ignorar un poco el mariachi hasta ponerle atención a las historias que se contaban a lo largo de dos horas.

Edith fue viajera, vivió en París junto a una de sus amigas y no sabía cocinar, era culta, una mujer letrada y apasionada por la literatura.

Hace una semana y media texteó a sus amigas. Les dijo que estaba en el hospital. “El miércoles en la noche recibimos una llamada de Lorenzo y se tomó el tiempo de decir adiós”, contó Alejandra Alemán, de sus amistades más cercanas.

La anécdota dejó un nudo en la garganta. Lo deshicieron con un aplauso para seguir escuchando a Luis Felipe Tovar y a Lorena Velázquez, su segunda madre y, para ésta, Edith, una hija.

Llovieron mensajes del público. Un hombre gritó que se enamoró de Edith por Corazón salvaje y que su lucha lo motivó; una pareja de homosexuales hizo lo propio y una señora sacó de su ronco pecho un “¡Que viva Edith González!”.

Y así dieron paso a que Ofelia Fuentes, apoyada de sus familiares, agradeciera el amor a su hija. “¡Se me fue mi niña!”, exclamó entre lágrimas.