Jaime Labastida, libre de ataduras

La libertad, el albedrío, la autodeterminación, han definido la vida, la obra creativa y la investigación del poeta y filósofo Jaime Labastida. “Es lo que más valoro. Me fijo con entera libertad mis propios propósitos de investigador y autor”, afirma en entrevista con un Diario de circulación nacional.

Nunca he tenido una beca en mi vida. No he pertenecido a los sistemas nacionales de creadores ni de investigadores. Creo en las formas independientes de los seres humanos de agruparnos”, comenta quien cumplirá 80 años el próximo 15 de junio, lo que significa “un esfuerzo de supervivencia y una acumulación vital de experiencias”.

El ensayista y académico que nació en Los Mochis, Sinaloa, en 1939, sentencia que le ha gustado ir a contracorriente. “No escribo lo políticamente correcto. No soy ni un poeta ni un ensayista popular. No soy del gusto de una gran cantidad de gente. Y no me importa”.

Con el mar y el sol, “a plomo, brutal”, como inspiradores de sus 60 años de actividad poética, Labastida festeja sus ocho décadas de vida con la publicación de su poesía completa que, bajo el título de Animal de silencios, editará este mes la Universidad Autónoma de Sinaloa.

La primera vez que se reunió la poesía que hasta entonces había escrito fue en 1996; el Fondo de Cultura Económica la publicó como Animal de silencios. Voy a retomar este nombre y agregaré en una línea abajo dos fechas: 1958-2018. La primera es simbólica, pues el suplemento cultural del  periódico Novedades dio a conocer mi primer poema, Estaciones de un pueblo”, cuenta.

El también editor explica que el nuevo volumen incluye la totalidad de sus textos poéticos, “excepto uno o dos”, a los que ha dejado “tal como aparecieron, no cambié una sola letra, los respeté íntegramente”.

Tras revisar las seis décadas de exploración de este género literario, Labastida comparte algunas reflexiones, “si es que uno puede ser crítico de sí mismo”, sobre el desarrollo de su propuesta lírica.

Creo que mis primeros poemas pecaban de un grave defecto: era tanta mi pasión por decir las cosas que no ponía el suficiente cuidado en la manera de decirlas. Son poemas sin suficiente ritmo y musicalidad. Hay imágenes muy rudas. Me importaba mucho la tensión, afirmar las cosas con brusquedad. Esto está presente en mis dos primeros libros”, confiesa.

Poco a poco fui afinando la voz, puliendo mis ritmos, abandonando una poesía poco rítmica, poco musical”, considera. “Hubo una segunda etapa de carácter experimental, en la que recogí incluso fragmentos de libros, de periódicos, noticias de la calle, conversaciones, homenajes, citándolos en otro contexto”.

El bardo dice que siempre estuvo preocupado por algo que, cree, a partir de su poemario Dominio de la tarde (1991) ya empezó a tomar cuerpo. “Un poema de largo aliento, tomando como ejemplo textos inalcanzables como Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, Soledades de Luis de Góngora y Muerte sin fin de José Gorostiza.

Me interesó la poesía de carácter conceptual y profundo. Y libros como Elogios de la luz y de la sombra (1999) o En el centro del año (2012) cumplen ya el cometido que me había propuesto”, explica.

LAS HUMANIDADES

La lectura y el paisaje inhóspito rodeado de mar en el que creció guiaron al joven Labastida por el camino de las humanidades. “Me marcaron las conversaciones con mi padre, quien era médico pero en su juventud escribió poesía y le interesaba la historia. De niño leía mucho. En casa había una biblioteca a la que acudíamos mis hermanos y yo.

Mi vida en un lugar inhóspito me influyó. Mi casa estaba rodeada de monte y de plantas cactáceas. Mi padre iba a cazar venados al terminar sus consultas y nos llevaba al mar en una pequeña lancha con motor fuera de borda. Siempre que pienso en el mar evoco las costas de mi natal Sinaloa”, comenta.

Quien dirigió la Academia Mexicana de la Lengua de febrero de 2011 a febrero de 2019 admite que en su poesía también está presente el sol. “Pero un sol a plomo, brutal, teníamos temperaturas muy violentas cuando iniciaba el verano. Los Mochis era un pequeño poblado, de unos 15 mil habitantes, sin calles pavimentadas, sin drenaje ni agua potable y electricidad sólo por las tardes”, recuerda.

Sin embargo, la vida del futuro escritor dio un vuelco cuando se trasladó a la Ciudad de México, en 1954, para estudiar la preparatoria en la Universidad Militar Latinoamericana, donde tuvo “profesores excepcionales” que descubrieron y fomentaron la vocación literaria de tres jóvenes: Eraclio Zepeda, Jaime Shelley y él, quienes más tarde formarían el grupo literario La Espiga Amotinada, junto con Óscar Oliva y Juan Bañuelos.

Decidí estudiar filosofía en la UNAM, no literatura, porque pensé que la primera podía darme un sustrato para escribir poesía. Me interesaba crear poesía con fondo filosófico, no la filosofía en sí”, agrega el discípulo de filósofos de la talla de Eduardo Nicol, Luis Villoro, Eli de Gortari, Ricardo Guerra y Adolfo Sánchez Vázquez.

Labastida se entregó a dos pasiones más: la docencia, que empezó a ejercer a los 21 años, y la edición, oficio que aprendió con los legendarios Arnaldo Orfila y Joaquín Diez-Canedo Manteca, y puso en práctica en la revista Plural de un Diario de circulación nacional, que dirigió durante casi 20 años, a partir de 1976, y en la editorial Siglo XXI, de la que sigue al frente.

La edición significó un aprendizaje fundamental. Un periódico registra las aguas de la superficie, la espuma; las revistas, las corrientes intermedias, y las editoriales las corrientes profundas. Pero son parte del mismo río, que busca acercarse a los lectores, informarlos, formarlos”, concluye.

El INBA rendirá un homenaje al poeta el domingo 16 de junio, a las 12:00 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes (Juárez y Eje Central).