El limbo de los niños del EI; víctimas colaterales

Muchos de ellos apenas tenían la edad escolar cuando sus padres los llevaron al califato del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria. Miles más nacieron ahí.

Los niños son el sector más vulnerable de los remanentes de la comunidad del Estado Islámico: lo que queda de los más de 40 mil combatientes extranjeros y sus familias que llegaron de 80 países diferentes para ayudar a construir el califato. Muchos ahora están detenidos en campamentos y prisiones en todo el este de Siria, Irak y Libia.

“¿Qué fue lo que hicieron estos chicos?”, preguntó Fabrizio Carboni, funcionario de la Cruz Roja, después de atestiguar la miseria que lo rodeaba en una visita reciente al campamento Al Hol en Siria. “Nada”.

Sin embargo, incluso cuando se trata de niños, los gobiernos extranjeros cuyos ciudadanos están abandonados en los campos y las prisiones han tenido problemas para decidir qué hacer con ellos.

Según investigadores, el Estado Islámico empleó a niños como exploradores, espías, cocineros y sembradores de bombas y, a veces, como combatientes y atacantes suicidas. Los videos propagandísticos mostraban a niños pequeños que decapitaban y disparaban a los prisioneros. Algunos experimentaron años de adoctrinamiento en el EI y, en el caso de los chicos mayores, entrenamiento militar.

Víctimas

“Son víctimas de la situación porque fueron en contra de su voluntad”, dijo Peter Neumann, director del Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización del King’s College de Londres, “pero eso no significa que, por lo menos en algunos casos, no sean un riesgo”.

Si averiguar qué hacer con los niños es complicado, decidir qué hacer con las mujeres y los hombres es aún más difícil.

Hay por lo menos 13 mil seguidores extranjeros del EI que están retenidos en Siria, entre ellos 12 mil mujeres y niños. Ese número no incluye a 31 mil mujeres y niños iraquíes detenidos ahí. Otros mil 400 están detenidos en Irak.

No obstante, sólo algunos países —Rusia, Kosovo, Kazajistán, Indonesia y Francia— han intervenido para traer de regreso a ciudadanos.

En los hacinados campamentos al este de Siria, las esposas e hijos de los combatientes del EI están muriendo de insolación o hipotermia, de desnutrición y enfermedades. Los niños están demasiado agotados para hablar. Las mujeres que han renunciado al grupo viven aterradas de ser atacadas.

La mayoría de los gobiernos extranjeros se muestran reacios a aceptarlos de regreso, por lo que terminan siendo parias internacionales que nadie quiere, ni sus países de origen ni sus carceleros.

“¿Quién quiere ser el político que decide repatriar a un sujeto que, en dos años, va a hacerse estallar con una bomba?”, dijo Lorenzo Vidino, director del Programa sobre el Extremismo de la Universidad George Washington.

El hecho, dijo Vidino, es que pocos extremistas regresan para ejecutar ataques en sus países de origen. No obstante, los casos excepcionales (como los ataques en París y Túnez) han hecho que la idea de la repatriación sea políticamente tóxica en muchos países. Por lo menos uno de los atacantes del atentado en Sri Lanka en Pascua era un esrilanqués que fue entrenado en Siria.

Algunos países, como Reino Unido y Australia, han revocado la ciudadanía de las personas que son sospechosas de haberse unido al EI en el extranjero, y los han abandonado de manera efectiva a ellos y a sus hijos en una detención indefinida sin cargos, por lo que ahora son potencialmente apátridas.

Tan sólo Reino Unido ha cancelado los pasaportes de más de 150 personas, según Sajid Javid, el secretario del Interior.

Las mujeres

La opinión de que las mujeres del EI eran presas pasivas, “esposas yihadíes” seducidas con el propósito de que se unieran al califato y se casaran con sus combatientes, se derrumbó conforme surgieron pruebas de que las mujeres habían fungido como ejecutoras para la brigada de moralidad del califato o, en algunos casos, tomaron armas en el combate.

“La retórica de los medios y los políticos es que les lavaron el cerebro, las engañaron y están enamoradas o no saben qué están haciendo”, dijo Meredith Loken, profesora adjunta en la Universidad de Massachusetts en Amherst que ha estudiado a las mujeres que se unen a grupos extremistas violentos.

“No obstante, incluso si no toman las armas”, asegura que muchas estaban contribuyendo de manera activa con el grupo.

Mujeres como Shamima Begum, adolescente británica, y Hoda Muthana, una joven nacida en Estados Unidos, han recibido la atención de los medios en semanas recientes, en parte porque es muy difícil evaluar el papel que desempeñaron y el riesgo que plantean.

Begum se mostró impenitente cuando un periodista la encontró en un campamento sirio en febrero; pidió regresar al Reino Unido por el bien de su hijo nonato mientras insistía en que el bombardeo de 2017 en el Estadio de Manchester, donde murieron 22 personas, estaba justificado. Muthana, por el contrario, dijo que se arrepentía de haberse unido al Estado Islámico e insistió en que le habían “lavado el cerebro”.