Frente a diversas señales como el sobrecalentamiento de la economía estadounidense y una curva de rendimientos negativos para los bonos de gobierno de largo plazo, que apuntan hacia el final de este ciclo económico, sé que a mis lectores, como a mí, les interesa tener luces que indiquen qué será de nosotros, como países latinoamericanos, en el porvenir. La incertidumbre es mucha, especialmente en el caso de nuestro país, ante lo que estamos viendo y viviendo todos los días desde el cambio de gobierno.
El periodo de recuperación y crecimiento de los últimos años en Estados Unidos, impulsado por un uso más intensivo del gas shale y el consumo, llevó a crecimientos superiores al 4% del PIB. Sin embargo, es importante notar que los países en América Latina no pudieron sumarse a este crecimiento. Por lo que para poder entender mejor esas posibles señales de orientación de las que hablo, conviene asomarse al informe publicado por el Banco Mundial, titulado “¿Cómo afecta el ciclo económico a los indicadores sociales en América Latina y el Caribe? Cuando los sueños enfrentan la realidad», el cual fue presentado apenas hace unos días, el 4 de abril. En él se señala que las expectativas de crecimiento para la región durante 2018 y 2019 fueron menores al 0.9%, lo que representa un reto para generar los recursos para implementar políticas redistributivas y la resiliencia necesaria para enfrentar una recesión.
El informe indica que los países latinoamericanos no pudieron aprovechar el periodo de crecimiento impulsado por los precios de las materias primas. El ingreso de los individuos de la región sí aumentó entre 2003 y 2013, durante lo que el Banco Mundial llama una década de Oro, sin embargo, estos países no lograron aumentar la productividad y generar las políticas necesarias para eliminar la pobreza intergeneracional. Este lapso estuvo marcado por políticas que produjeron mejoras transitorias, las cuales no prepararon a las sociedades y a las economías para enfrentar un crecimiento posterior más lento.
Las grandes economías de la región como Brasil y México tuvieron un crecimiento débil. Brasil enfrentó una breve recesión entre 2015 y 2016 con crecimientos negativos de -3.5% del PIB, en un entorno de escándalos de corrupción y debilitamiento del gobierno. Mientras México ha continuado con un crecimiento estable, pero lento, entre 2.1% y 2.9%, con una proyección de crecimiento de 1.7% para 2019. Países como Argentina aún enfrentan crecimientos negativos, mientras que Colombia espera crecer al 2.7%.
Sin embargo, la capacidad para transformar estos crecimientos en políticas de desarrollo se verá limitada durante 2019. El Banco espera que 27 de 32 países en la región tengan un déficit fiscal durante este año; continuando la tendencia de los 29 países con déficit fiscal durante 2018. Y mientras México y los países de Centroamérica se encuentran en un periodo de consolidación fiscal, Brasil aún tiene que dar grandes pasos para solventar su déficit de 6.9% del PIB. Por lo que esta debilidad fiscal pone en riesgo la capacidad de los países latinoamericanos para responder a una recesión.
En América Latina, sólo 4% de la población vive debajo de la línea de pobreza extrema del Banco Mundial de 1.90 dólares por persona al día (respecto al 10% de la población mundial). Y aunque la región ha pasado de 13% en 1995 a 4% en 2017, al establecer un umbral de pobreza de 5.50 dólares por persona al día, un alto 24% de los habitantes en la región viven con menos de este ingreso. En México han existido pocos cambios en esta cifra entre 2014 y 2017, mientras que en Brasil, la recesión ha aumentado la pobreza en 3 puntos porcentuales.
El Banco Mundial señala que una manera para distinguir entre las mejoras transitorias y los cambios de largo plazo en los ciclos económicos es observar un índice de “necesidades básicas insatisfechas” que comprende carencias en vivienda, acceso a agua, educación y carencias intergeneracionales como la educación de los padres. Durante la década dorada del crecimiento existieron mejoras del 40% en el ingreso de las personas en Guatemala y Honduras, y de 20% en grandes economías como Brasil y México. Sin embargo, este índice de necesidades básicas insatisfechas tuvo una mejora más lenta, del 20%, principalmente en economías regionales emergentes como Perú y Colombia. Esto refleja que los avances en necesidades básicas fueron más frágiles que en ingresos durante la década pasada. Indicadores como el desempleo o la pobreza por ingresos están directamente relacionados con el ciclo económico por lo que un periodo con recesión debilitará las variables de desarrollo social.
Los programas de transferencias directas como Prospera en México y PETI en Brasil constituyeron la principal forma de redistribución durante el periodo de la década dorada con gastos cercanos al 0.4% del PIB. Estos se diseñaron como instrumento de largo plazo para ofrecer incentivos y combatir así las necesidades básicas insatisfechas. Sin embargo, no estuvieron diseñados como programas para combatir los shocks del ciclo económico.
Así, los países de América Latina aún no han diseñado políticas que funcionen como amortiguadores para los shocks cíclicos. Estas políticas funcionan como los seguros de desempleo en Europa, ya que se activan sólo en momentos bajos del ciclo económico. No obstante, requieren de un diseño fiscal que a veces compite con otras políticas. En cambio, las políticas redistributivas en América Latina tuvieron la característica de que la cantidad de beneficiarios aumentó en tiempos de shock, cumpliendo el objetivo de la política.
Sin embargo, el número de beneficiarios no disminuyó en tiempos de bonanza, lo que genero rigidez para formular otros instrumentos.
En camino hacia un punto bajo del ciclo económico en los próximos años, la formulación de estos seguros de desempleo y políticas que permitan que los individuos en la economía informal, o fuera de los mercados, cuenten con un amortiguador en las dimensiones de vivienda, salud y educación, serán la clave para mantener los índices de desarrollo social en América Latina.
Y más allá de lo que el informe señala y sugiere, yo debo insistir en mi preocupación por la ausencia de temas como el combate a la informalidad, la inclusión financiera o el incremento a la productividad, por solo mencionar tres ejemplos de políticas que van más allá de lo asistencial y paliativo y que no aparecen, con la importancia debida, en la agenda pública. Estas son las cosas que verdaderamente nos pueden preparar para enfrentar cualquier escenario adverso.
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