Friburgo, la ciudad medieval y la de la bicicleta

Hay una Friburgo en Suiza que tal vez suene más y luego está la Friburgo de Alemania, la que está a los pies de la Selva Negra y lleva el apellido de Brisgovia. Una animada ciudad para descubrir porque combina su herencia medieval con su inconfundible ambiente universitario y su apuesta por la ecología. Un acierto para tu próxima escapada.

RECORRIDO POR EL CASCO ANTIGUO
La primera toma de contacto con esta bonita ciudad alemana debe comenzar en el casco antiguo, y, más exactamente, en la plaza del Ayuntamiento (Rathausplatz), donde se levanta esta sede administrativa dividida en dos.

Está el Nuevo Ayuntamiento, ocupando dos bonitos edificios renacentistas, y, justo al lado, el Nuevo, con una llamativa fachada de piedra roja que acoge la oficina de Turismo. Frente a ellos, la iglesia de San Martín, y delante, el monumento dedicado al monje franciscano del que se cuenta que fue aquí mismo donde el susodicho Berthold Schwarz inventó la pólvora por casualidad.

Tomando la calle Franziskanergasse, en la que admirar la histórica casa Haus zum Walfisch o de la Ballena –residencia del humanista Erasmo de Rotterdam–, se llega a la plaza de la Catedral, donde uno se podría quedar a pasar el día, porque hay mucho que ver y que saborear.

Lo primero, su catedral, cuya torre es el símbolo de la ciudad, también su llamativo Almacén Histórico, la Casa del Grano, la casa Wentzinger Haus (museo histórico) y el barroco Palacio Arzobispal. Y después, en el Münstermarkt, el mercado diario que se monta en ella, con sus puestos de verduras, hierbas aromáticas, flores y otros en los que probar la lange rote, la salchicha típica de Friburgo, que se hace a la parrilla.

Abierto el apetito, se puede rematar la comida en este entorno, por ejemplo, en la terraza de la cervecería Ganter (ganter-brauereiausschank.de), un lugar auténtico donde sentarse a tomar una cerveza local o alguno de sus generosos platos con las mejores vistas. Otra idea es seguir caminando en dirección a la Puerta de Martín hasta dar con el Mercado Cubierto para degustar especialidades gastronómicas de todo el mundo.

BARRIO DE LOS CARACOLES
Después de coger fuerzas, la tarde hay que dedicarla a descubrir Schneckenvorstadt, el barrio de los caracoles, que no puede tener más encanto por su ambiente bohemio, sus pintorescas callejuelas – especialmente Gerber y Fischerau–, sus fachadas históricas y sus canales, por algo se le conoce como la Pequeña Venecia. También hay terrazas y cafeterías donde sentarse un rato y tiendecitas muy coquetas para entretenerse saltando de una a otra.

Andando se llega hasta la plaza de los Agustinos, una de las preferidas por los jóvenes de Friburgo, en la que se impone dedicarle un tiempo al Augustinermuseum (museo de los Agustinos) para ver su valiosa colección de arte, de las más prestigiosas del sur de Alemania.

Entre parada y parada, y mientras se busca la segunda puerta de la ciudad medieval, la de los Suabos, habrá que detenerse en alguna de las pastelerías del centro de Friburgo para probar la famosa tarta de cerezas Selva Negra, por ejemplo, en la confitería Gmeiner (chocolatier.de), entre las mejores de la ciudad.

LA FRIBURGO MÁS VERDE
Para el segundo día, te proponemos imitar a los friburgueses y coger una bici, que por algo es su medio de transporte favorito, para descubrir la ciudad verde, la que se enorgullece además de estar entre las más ecológicas y sostenibles del mundo.
Desde la Estación Central de Tren, donde está también la Estación de Bicicletas, el recorrido podría pasar por el parque del Palacete Colombi –que acoge exposiciones del Museo Arqueológico–, el jardín Stadtgarten o el Seepark (el Parque del Lago, en el barrio Betzenhausen) hasta llegar al nuevo barrio Vauban, construido bajo un concepto de distrito sostenible en lo que era una antigua base militar francesa abandonada.