La maldición de Terpsícore “El Intercolegial”

La maldición de Terpsícore “El Intercolegial”

Parte 1

Muchos de ustedes probablemente no estén enterados de qué es el “Intercolegial”. Es el nombre que lleva una serie de eventos de bailes de todo tipo, en los cuales, distintas academias docentes del mismo arte realizan concursos de forma itinerante por la República Mexicana. Normalmente se baten de forma seria y al límite posible, grupos de chiquillas y/o chiquillos desde los 3 y 4 años hasta mayores de edad. Hasta ahora todo suena bien, pero me atrevo a compartirles mi punto de vista:

Es incuestionable que uno de los principales deberes de un padre o una madre es “tratar” (dentro de lo posible y lo legal) de hacer felices a sus respectivos hijos, apoyándolos y acompañándolos en sus sueños y proyectos de vida, incluso en casos como cuan-do alguno de ellos (o ellas), sienten que son legítimos y directos descendientes de la mismísima diosa Terpsícore (musa de la danza de la mitología Griega) y peor aún, cuando deciden sin reserva alguna honrar en forma in-discriminada y seria el oficio de dicho linaje. El caso se complica más todavía, cuan-do si por alguna devastadora circunstancia el vástago sale desfavorecido en ritmo y acción en la danza, evidencian-do una ascendencia más pegada a la especie paquidérmica  o batracia que a la de una divinidad danzante. Ahí es donde hay que ser lo más fuertes y lo más engañosos posibles, para que a decir de la psicología moderna, no vayamos a demolerles la vi-da trastocando la autoestima de los malaventurados chiquillos.

La complejidad de un caso Terpsicoreico, se desata en el momento en el cual estamos presenciando algún horrido y mal logrado espectáculo de danza (donde participe algún vástago cercano) acompaña-do de música infame, plaga-do de arrítmicos y torpes movimientos, inclusive malignos, devastadores y tener que modificar en forma súbita, la expresión natural que toman nuestros rostros al atestiguar un acto escalofriante como aquel. El reto es tan difícil como podría ser el estar viendo en vivo a la joven Linda Blair mientras rodaba la película “El Exorcista” en el momento en que se retorcía al recibir gotas de agua bendita y en el preciso instante en que se le voltea la cabeza al revés; tener que poner cara como si estuviésemos escuchando en vivo a Timbiriche cantando la canción de MEXICO como pieza final de un concierto.

Como comenté, lo anterior no es cosa fácil, pero si de casualidad alguna hermana, tía, consorte o abuela de la creatura (que en ese momento se encontrará “protagonizando” uno de los espectáculos) nota que nuestra cara no ha moldeado a la perfección y en forma inmediata una ex-presión antagónica a nuestra horrorizada alma, seremos los culpables eternos de todo lo malo que le suceda a nuestra pequeña durante toda la vida.

El no ser capaces de falsear la expresión instantánea y constantemente durante las 7 horas que por lo menos duran estas aterradoras funciones (los mal llamados intercolegiales), ofrece también peli-gros más allá de nuestras mismas familias y se los digo por experiencia propia. Su-pongamos que una hija, nieta, amiga, hermana o sobrina de algún vecino pertenezca a la descendencia paquidérmica en cuestiones danzantes: nunca, nunca se permita ser sorprendido con el rostro aterrado o aturdido, de inmediato todas las inquisitivas mira-das del enardecido séquito del pequeño batracio, voltearán implacables y de manera satánicamente coordinadas  (como si uno aventara una piedra a una jaula de perros bravos), así como si detectaran todos al mismo instante que algo a su alrededor no está en orden, parecería que tienen ojos en la nuca en caso que estos hinchas estuvieran frente a Ud., créamelo! Si esto sucede, mi consejo es cambiar de asiento lo más lejos posible, o abandonar el teatro antes de que termine el evento, evitando así entrar en una refriega sin cuartel contra un enemigo numeroso y hostil. Por lo regular en esos casos, quien acaudilla la rapaz gavilla, es la tía mayor, ávida de combate por su eterna soltería y fealdad y no por defender la torpeza innata de su pequeño tronquito.

Con el análisis y conclusiones antes relatados, pasaré a la siguiente parte de la historia, tratando de narrar los horrores y perversidades a los cuales un indefenso e incauto padre se somete durante la infernal experiencia de asistir a un “Intercolegial”