Por qué Jesús iba a fiestas

Los rostros de los hombres tienen vehemencia, pero son comunes. Su líder es seguro, pero desconocido. Lo llaman Rabí; más se parece a un obrero. Y está bien que así sea, pues ha pasado mucho más tiempo construyendo que enseñando. Pero esta semana se ha iniciado la enseñanza. ¿Hacia dónde se dirigen? ¿Al templo para adorar? ¿A la sinagoga para enseñar? ¿A las colinas para meditar? No se les ha dicho, pero cada uno tiene su idea al respecto. Juan y Andrés esperan que los lleven al desierto. Allí fue donde los llevó su maestro anterior. Juan el Bautista los guiaba a las colinas desérticas y oraban muchas horas. Ayunaban durante días. Anhelaban la llegada del Mesías. Y ahora, el Mesías está aquí. Seguramente Él hará lo mismo. Todos saben que un Mesías es un hombre santo. Todos saben que el negarse uno mismo es el primer paso hacia la santidad. Con toda seguridad la voz de Dios la oyen primero los ermitaños. Jesús nos lleva a la soledad. Al menos eso piensan Juan y Andrés. Pedro tiene otra opinión. Pedro es un hombre de acción. Del tipo de persona que se arremanga. De los que se ponen de pie y hablan. Le agrada la idea de ir hacia alguna parte. El pueblo de Dios necesita estar en movimiento. Quizás nos lleva a algún sitio para predicar, piensa para sí. Y al caminar, Pedro bosqueja su propio sermón, por si Jesús necesita un descanso.

¿Ocurrió tal especulación? ¿Quién lo sabe? Sé que ocurre hoy en día. Sé que los seguidores de Jesús a menudo se alistan con elevadas aspiraciones y expectativas. Quizás fue Andrés el que lo preguntó. A lo mejor Pedro. Es posible que todos se hayan dirigido a Jesús. Pero apuesto a que en algún momento del viaje los discípulos expresaron sus suposiciones. -Así que Rabí, ¿hacia dónde nos llevas? ¿Al desierto? -No -opina otro-, nos lleva al templo. -¿Al templo? -desafía un tercero-. ¡Nos dirigimos hacia donde están los gentiles! Luego se genera un coro de confusión que acaba únicamente al levantar Jesús su mano y decir con suavidad: -Nos dirigimos a una boda. Silencio. Juan y Andrés se miran entre sí. -¿Una Boda? -dicen-. Juan el Bautista jamás habría asistido a una boda. Vaya, si allí se bebe, hay risas y bailes… -¡Y ruido! -aporta Felipe-. ¿Cómo se puede meditar en un ruidoso casamiento? -¿O predicar? -agrega Pedro. -¿Por qué tenemos que ir a una boda? Buena pregunta. ¿Por qué llevaría Jesús a sus seguidores, en su primer viaje, a una fiesta? ¿No tenían trabajo que realizar? ¿No tenía principios que enseñar? ¿No estaba limitado su tiempo? ¿Cómo podía caber una boda en su propósito en la tierra? ¿La respuesta? Se encuentra en el segundo versículo de Juan 2 (el versículo del cual no pude pasar). «Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos».

Cuando los novios hicieron la lista de invitados, incluyeron el nombre de Jesús. Y cuando Jesús se presentó con una media docena de amigos, no fue revocada la invitación. Quienquiera que fuese el anfitrión de esta fiesta estaba feliz de que Jesús estuviese presente. -Asegúrense de anotar el nombre de Jesús en la lista -quizás haya dicho-.  ¿Por qué lo invitaron? Supongo que se debía a que lo querían. ¿Gran cosa? A mí me parece que sí. Creo que es significativo que la gente común de un pequeño pueblo disfrutara de estar con Jesús. Creo que vale la pena destacar que el Todopoderoso no se comportaba de manera arrogante. El Santo no era santurrón. Aquel que todo lo sabía no era un sabelotodo. El que hizo las estrellas no tenía la cabeza metida en ellas. El que posee todo lo que hay en la tierra nunca la recorrió con altivez. Nunca. Pudo haberlo hecho.

¡Ciertamente podría haberlo hecho! Podría haber sido de los que dejan escapar nombres al descuido: «¿Alguna vez te conté de la ocasión en que Moisés y yo subimos a la montaña?» Podría haber sido jactancioso: «Sé lo que estás pensando. ¿Quieres que te lo demuestre?» Podría haber sido altanero y soberbio: «Poseo algunas tierras en Júpiter…» Jesús podría haber sido todas estas cosas, pero no lo fue. Su propósito no era jactarse, sino sólo acudir. Se esforzó sobremanera por ser tan humano como cualquier otro. No necesitaba estudiar y sin embargo iba a la sinagoga. No tenía necesidad de ingresos y sin embargo trabajaba en el taller. Conocía la comunión con los ángeles y escuchaba las arpas del cielo, sin embargo, asistía a fiestas organizadas por cobradores de impuestos. Y sobre sus hombros pesaba el desafío de redimir a la creación, no obstante, dedicó el tiempo de recorrer a pie ciento cuarenta y cuatro kilómetros que separaba a Jericó de Caná para asistir a una boda.

¿Me permites hacer una opinión que tal vez produzca el arqueo de una ceja? ¿Me permites que te diga por qué pienso que fue Jesús a la boda? Pienso que fue a la fiesta para… agárrate fuerte, presta atención a lo que digo, permíteme que lo diga antes de que pongas a hervir el agua y desplumes la gallina… creo que Jesús fue a la boda para divertirse. Considéralo. Había sido una temporada difícil. Cuarenta días en el desierto. Nada de comida ni agua. Una confrontación con el diablo. Una semana dedicada a la iniciación de unos novatos galileos. Un descanso sería bienvenido. Una buena comida con buen vino acompañados de buenos amigos… pues bien, suena bastante agradable. Su propósito no era el de convertir el agua en vino. Eso fue un favor para sus amigos. Su propósito no era el de demostrar su poder.

El anfitrión ni siquiera supo lo que hizo Jesús. Su propósito no era el de predicar. No existe constancia de un sermón. Realmente queda sólo un motivo. Diversión. Jesús fue al casamiento porque quería a la gente, le gustaba la comida y, el cielo no lo permita, hasta puede ser que haya querido dar un par de vueltas bailando con la novia.

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