Una tragedia anunciada

El caso de Tlahuelilpan en Hidalgo, dará mucho de qué hablar. La tragedia pasa a la historia negra del país y allende las fronteras, sus dimensiones, circunstancias y todo aquello que la rodea merece ser investigado, transparentado y sancionado. La pérdida de vidas humanas bajo esas condiciones no es un hecho menor: hombres, mujeres, niños y personas de la tercera edad, fueron prácticamente sacrificados ante la mirada inerte de las autoridades que preveían los inevitables acontecimientos.
Es importante destacar que no se trata de aventar culpas, eso se lo dejo al senador Monreal que le aventó la pelota a las policías Estatal y Municipal, sino de deslindar responsabilidades; de corregir los errores; de replantear las estrategias; de prevenir y evitar lamentables y desgarradores sucesos; de combatir las causas y; de solidarizarnos ante el sufrimiento y desesperación de los segmentos sociales más desprotegidos y regularmente utilizados como carne de cañón.
Es inevitable hacernos reflexiones y cuestionamientos que brotan inexorablemente en torno a los hechos, ya que lo único que nos queda claro son los desastrosos, tristes y dantescos resultados, que nos conducen a tener sentimientos de dolor, frustración, coraje y desesperación ante la impotencia que nos embarga al vivir en tierra de nadie.
Existen algunos puntos que siguen sin respuesta, el ducto donde ocurre la explosión se supone era uno de los más resguardados, inclusive en esa parte pasa bajo tierra, lo que implica que los huachicoleros hicieron trabajos para desenterrarlo y las autoridades por lo visto ni cuenta se dieron. Además, es preciso mencionar que para perforar el tubo debe realizarse cuando no transporta combustible, información que solo tienen las personas que trabajan en Pemex, asimismo quienes lo hacen son especialistas con conocimiento y herramientas para ello. Así las cosas, ¿ninguna autoridad se enteró de esos trabajos que seguramente se tardaron algunas horas en hacerlos?
En ese orden de ideas, los huachicoleros colocan válvulas para regular el flujo del hidrocarburo, en esta ocasión inexplicablemente dejaron que saliera el chorro y se formara una laguna de combustible, que evidentemente iba a ocasionar un percance de grandes dimensiones como finalmente ocurrió.
Tal panorama era obvio para las autoridades incluyendo a las de Pemex, que cerraron el ducto varias horas después. De donde se desprende una nula coordinación, sin protocolos de contención, simplemente determinaron estar rebasados por la multitud que se aglutinaba en torno al lugar donde el percance era inminente con riesgos mortales y aun así decidieron dejar correr los lamentables acontecimientos con las consecuencias registradas.
La impresión que nos deja esa amarga experiencia es que la estrategia para combatir el huachicoleo es incompleta, parcial y defectuosa; así mismo que el problema va para largo, se aprecia falta de coordinación, carencia de sensibilidad y, lo que es peor, ese tipo de sucesos nos lleva a pensar actos premeditados, calculados, mezquinos y perversos, en síntesis: injustificables.