La “Gran Novela Americana”, literatura de autoconsumo

La “Gran Novela Americana” es una etiqueta un poco ridícula que se escribe con mayúsculas y que se debe poner en perspectiva para decir que los estadunidenses la entienden como esa novela de gran complejidad que explica su realidad social, afirma Eduardo Lago (España, 1954), uno de los grandes expertos en el tema, quien se autodefine como “el espía que vigila los pasos de esta literatura desde hace tres décadas”, tal como da cuenta en su libro Walt Whitman ya no vive aquí. Ensayos sobre literatura norteamericana.

Un ejemplo reciente sería Libertad, de Jonathan Franzen, que explica la era de Barack Obama… con sus limitaciones. Así que hay toda una trayectoria de novelas que explican la realidad de un país que es complejísimo”, dice a Excélsior . “Sin embargo, considero que EU no ha dado todavía a algún escritor que tenga la fuerza epigonal que llegó a tener David Foster Wallace en el siglo XXI”.

Destacó el caso de Thomas Pynchon y Don DeLillo, dos narradores de gran potencia en territorio estadunidense. “Sin embargo, predomina una especie de debilidad creativa y lo que a mí me molesta es que el resto del mundo —España de donde soy y México quizá— toma todo como si fuera la ‘Gran Novela Americana’. Todo se acepta y se publica así, pese a que lo más interesante que se produce en Estados Unidos es lo que hacen los escritores negros, las mujeres, los latinos y las comunidades étnicas, pero no como grandes individualidades, que es lo que le gusta a la industria”.

Lago considera que existe una gran desigualdad y una asimetría latente entre la forma como la crítica literaria aborda la literatura estadunidense y el conocimiento de sus críticos en torno a la literatura hispanoamericana.

Yo lo veo así: en Estados Unidos son vagamente conscientes de que hay otros países y otras culturas. Desconocen de manera escandalosa otras literaturas, porque sólo se alimentan de sí mismos. Ellos no conocen lo que hay fuera de su propio canon, sólo se leen a sí mismos y se critican a sí mismos…”.

Uno de los mayores problemas, reconoce el también traductor de autores como John Barth, es que existen muy pocas traducciones al inglés de autores que provienen de la tradición latinoamericana.

Se traduce poco y, aunque sí les interesa América Latina por la contigüidad geográfica, ellos tienden a simplificar y a dejarlo todo en dos o tres nombres para mayor comodidad y algunos franceses”.

En suma, “se aprecia una total ignorancia de los estadunidenses sobre la literatura producida en América Latina y España, mientras que persiste un cuasi-servilismo por lo que se publica en ese país. Y cuando un libro producido en Estados Unidos ha tenido éxito en Estados Unidos, llega aquí como si fuera una marca comercial, como una bebida”.

Durante mucho tiempo se ha mencionado que sólo 3% de las novelas publicadas en EU corresponde a traducciones hechas de otros idiomas. Y aunque ese panorama ha cambiado un poco en los últimos años, no existe la misma proporción.

Es desigual, pues se traduce casi todo del inglés al español y muy poco del español al inglés, sólo lo más destacado, a cuentagotas. Esto tiene que con que EU es un país endogámico culturalmente, no mira mucho hacia fuera, aunque ahora hay un poco más de interés por traducir tanto a latinoamericanos como a europeos. Sin embargo, el planeta editorial de EU se mueve por su cuenta y flota en el espacio sin prestar atención a los demás”.