Santa Anna, la otra cara de la moneda

Antonio López de Santa Anna (1794-1876) es el villano favorito de la historia nacional. Fue presidente de México en 11 ocasiones —en los años 20, 30, 40 y 50 del siglo XIX— y le gustaban el lujo, los uniformes, los desfiles, las ceremonias fastuosas, pero era desidioso a la hora de gobernar. Fue un hombre carismático que adoptó muchos enemigos y que, sin demasiado rubor, cambió de casaca política según la coyuntura que se presentaba.

Algunos críticos de su tiempo lo definieron como un dictador ebrio de ambición, aunque otros lo veían como un verdadero patriota. Y aunque la historia ha insistido en señalarlo como el culpable de todas las calamidades que sufrió México en las décadas intermedias a la Guerra de Independencia, falta un retrato completo de su figura y legado, porque es un desconocido para nuestra época, explica a un Diario de circulación nacional el historiador Arno Burkholder, coautor del libro Cara o cruz: Santa Anna, que ya circula en librerías.

¿Qué tanto conocemos hoy a Antonio López de Santa Anna?, se le pregunta a Burkholder. “Es un personaje poliédrico que fue presidente en 11 ocasiones a lo largo de 1820, 1830, 1840 y 1850. Sí, pero te diría que en total el señor no gobernó seis años, aunque sí cambió de casaca política según las circunstancias… algo que también hicieron Vicente Filísola, Valentín Canalizo y Anastasio Bustamante”.

¿Por qué cambiaba de bandera? “Primero fue realista, porque estaba con los españoles; luego se volvió independentista, porque gran parte del ejército se pasó con los insurgentes, quienes supuestamente les garantizaron que no los perseguirían. Luego se convirtió en imperialista, porque Agustín de Iturbide era el campeón del momento y todos querían estar con él. Cuando se peleó con Iturbide se volvió republicano y luego cambió a centralista, federalista y, al final de su vida, se unió a lo que después sería el Partido Conservador. Sin embargo, al término de su último mandato sí intentó ciertas reformas económicas, impulsar el nacionalismo y fortalecer al ejército. Eso también hay que decirlo”.

¿Y sus sucesores vieron en él que todo el pasado era malo? “Como ahora, que es moda decir: ‘¡Malditos neoliberales que tuvieron la culpa de todo!, y que ahora viene sólo algo muy bueno. En realidad, se está repitiendo la misma idea de la historia de hace cientos de años y vas a terminar igual. El poder necesita legitimarse y la mejor forma de hacerlo es echarle la culpa al que estuvo atrás”.

NO VENDIÓ MEDIO PAÍS

Arno Burkholder reconoce que quienes crearon la imagen de Santa Anna como un villano absoluto fueron los enemigos de su tiempo. “Él fue un hombre carismático que rápidamente se hizo de enemigos, como Agustín de Iturbide y de la casta militar que intentó gobernar este país entre 1820 y 1850, que a veces lo miraba con aprecio y otras con envidia”.

Esa casta es la que por sus propios intereses se jugó al país sin que les importara su destino, explica. “Y el caso específico es Texas. Se culpa a Santa Anna de haber perdido ese territorio, cuando en realidad fue capturado y no podía negociar como presidente. Eso le correspondió a Vicente Filísola, su segundo al mando”.

Además, cuando Santa Anna perdió todo el poder en 1855, como consecuencia de la Revolución de Ayutla, “ganó el grupo elegido por Ignacio Comonfort y Juan Álvarez, quienes se le fueron directo a la yugular y lo calificaron de dictador, un corrupto que se embolsaba el dinero de las aduanas y quien vendió La Mesilla para que Estados Unidos construyera un ferrocarril”.

Vinieron los años 50 con Benito Juárez y la Reforma, donde intentó colocarse, pero fue rechazado. Poco a poco se convirtió en una caricatura de sí mismo, culpado de vender la mitad del territorio a Estados Unidos.

¿No vendió medio país? “No es así. El señor intentó defender al país e hizo una guerrilla contra los estadunidenses que habían tomado la Ciudad de México. Él no negoció la venta. De eso se encargó el Congreso mexicano, aunque tampoco quiero decir que sea inocente, porque hizo un montón de tonterías junto con los políticos que lo rodeaban”.

PATA DE PALO

¿Pero fue apresado mientras dormía en la guerra de Texas? “Es una anécdota importante. Ocurrió en 1836 y nos hemos quedado con una parte de esa anécdota. Santa Anna sí se quedó dormido, lo capturaron los texanos y perdimos Texas. Pero nadie recuerda que lle- vaba meses persiguiendo al gobierno texano con un ejército que él mismo armó, financió y movió hasta Texas, porque el gobierno no tenía dinero. Ellos llegaron a Texas en diciembre del 1836.

“Era invierno, nevaba y el ejército mexicano tenía pocos recursos. Pese a todo, el ejército mexicano aseguró la victoria en lo que sería la Masacre de Goliad. Entonces Santa Anna siguió la persecución, adaptó un campamento y tras 48 horas de guardia él y sus hombres esperaban los refuerzos, pero resultaron ser novatos en la guerra”, añade el investigador.

En ese momento él y todos los militares durmieron y fueron sorprendidos. “Pero debemos decir que cuando él fue apresado, el gobierno mexicano movió cielo, mar y tierra para salvarlo, pues era un símbolo del Estado mexicano y no podían permitir que los texanos lo ejecutaran; la solución radicó en los Tratados de Velasco (1837), por los cuales perdimos ese territorio. Sin embargo, Santa Anna nunca firmó nada ni ganó dinero por eso”.

¿Qué sucedió con la pata de palo de Santa Anna? “Tuvo varias patas de palo luego de que perdiera la pierna en 1838, durante la primera invasión francesa, cuando un cañonazo le voló la pierna y afectó una de las manos. Aquel resto de pierna lo enterró en una de sus haciendas, en Veracruz, pero en 1842 la desenterró y la llevó al panteón de Santa Paula. Tres años después hubo una rebelión y Santa Anna salió del país, mientras una turba se iba a Santa Paula para sacar la pata y entonces se jugó el primer partido de futbol no oficial de la historia de México, porque la fueron pateando por todas las calles hasta que desapareció”.