Tributo póstumo a un rebelde; Fernando del Paso (1935-2018)

El amor para Fernando del Paso siguió creciendo, ahora de Guadalajara a la Ciudad de México, aunque sigue sin poder medirse. Las cenizas del autor de José Trigo, fallecido el miércoles pasado a los 83 años de edad, llegaron al Palacio de Bellas Artes para recibir el último reconocimiento oficial; el otro, el fraterno y el filial, el del escritor querido y recordado con sus atuendos de colores chillantes y sus geniales gracejadas, está lejos de terminar.

Paulina, la hija más pequeña, trazó la ruta amorosa que Del Paso cultivó. Lo hizo citando su Palinuro de México y convirtiendo a su padre en el abuelo Francisco: “Lo que nunca jamás pudimos medir fue nuestro amor, porque era infinito. Era, sí, como cuando Palinuro le preguntaba al abuelo cuánto lo quería. Mucho, muchísimo le contestaba el abuelo Francisco. Pero cuánto, abuelo, ¿de aquí a la esquina? Más, mucho más.

¿De aquí al parque del Ajusco? Más, muchísimo más, de aquí al cielo de ida y de regreso, yéndose por el camino más largo de todos y regresando por un camino todavía más largo y eso después de dar varios rodeos y de perderse a propósito de tomar un café con leche en Plutón, de recorrer los anillos de Saturno en patín del diablo y de dormir 20 años como Rip Van Winkle en uno de esos planetas donde las noches duran 21 años, porque a mí me gusta levantarme temprano cuando menos un año antes de que amanezca.” Bellas Artes volvió a convertirse en el santuario luctuoso en que se transforma cada que muere un pilar de la cultura mexicana: con su alfombra roja atravesando el vestíbulo, flores blancas y lilas aquí y allá, y una enorme foto, si acaso demasiado seria, del autor nacido un 1 de abril de 1935. La música de una orquesta de cámara marcó el inicio del Homenaje Nacional, ese pomposo título con el que se adornó la despedida.

No podía ser de otra forma: Alejandro del Paso, hijo del también poeta, llevaba la urna plateada, simple, sencilla, con las cenizas de su padre. Vestía un saco rojo, llamativo como los diseños que su propio padre solía portar; la corbata, igualmente, era multicolor.

A su lado venían sus hermanas Paulina y Adriana, y un poco más atrás los funcionarios: María Cristina García Cepeda, titular de la Secretaría de Cultura federal, y Lidia Camacho, directora del INBA.

A la distancia, sobre una silla de ruedas, esperaba Socorro Gordillo, viuda de Del Paso, a quien antes no dejaban de darle el pésame intelectuales y amigos del escritor que acudieron al acto: Gonzalo Celorio, Cristina Pacheco, Enrique Florescano, José Sarukhán, Silvia Lemus, Carmen Beatriz López Portillo, Homero Aridjis, Silvia Molina, Adolfo Castañón, Vicente Quirarte. A este último tocó leer el discurso del adiós.

Fernando del Paso es nuestro ejemplo más claro de quien, al construirse, nos construye; al forjarse un lenguaje hace más prestigioso y fuerte el colectivo. Desde que rompió sus primeras lanzas, el joven Fernando supo que su vocación exigía una constante metamorfosis y una disciplina sin fisuras. Sonetos de lo diario tituló su primer libro, donde ya daba muestra de su capacidad para transformar lo nimio en hiperbólico”, dijo.

Celebración y agradecimiento, de “la victoria de un hombre sobre sí mismo”, llamó Quirarte al acto en Bellas Artes. Y nuevamente volvió a hablar, como Paulina, de un kilometraje de amor que todavía resulta imposible de contar y que sigue sumando distancia con sus obras: “su labor de arquitecto de vastas y macizas catedrales de verbos, de compositor de óperas de signos que han resistido y resistirán el paso de las generaciones. En esas obras suyas habremos de seguir iluminándonos y creciendo”.

Sí, ya no estaba, pero sí estaba, y Quirarte recordó su espíritu indómito: “Del Paso nunca ha dejado de ser un marginal y un rebelde, tanto en su escritura como en sus declaraciones públicas, consciente de la orgullosa soledad que esa actitud conlleva (…) me atrevo a afirmar que Fernando del Paso está hoy con nosotros en compañía de los suyos, pero también de esta otra familia ampliada, la que él ha procreado con el poder de su inventiva, el virtuosismo de su estilo y la fecundidad de su escritura”.

Antes, las cenizas del autor habían sido recibidas con un aplauso, ovación que se repetiría al final del acto solemne. En su momento, la secretaria de Cultura recordó que, a través de sus obras, Del Paso seguirá presente: “Con espíritu renacentista nos legaste novelas imprescindibles, ensayos reveladores, paisajes de versos y sonetos de amor y de lo diario, trazaste óleos y dibujos ardientes de color; fuiste lector ávido de experiencias, conversador brillante y divertido que sabía que el humor es una virtud de la cultura. En toda tu dimensión cabe el mundo; en tus manos está nuestro corazón latiendo, como la pequeña rosa a la que dedicaste poemas encendidos”.

Una hora y 40 minutos había durado el homenaje y atrás la música seguía sonando, pero poco antes de concluir llegó Alejandra Frausto, quien será la próxima titular de Cultura en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, acompañada de Lucina Jiménez y otros miembros de su equipo. El aplauso para Del Paso se prolongó y los últimos retumbos se fueron perdiendo… otra vez. Ahí queda la obra del escritor para seguir sumando periplos al amor.