Primero de noviembre, día en que “platicamos” con nuestros muertos

  • En los panteones se mezclan todas las clases sociales, los ricos con su riqueza y el pobre con su pobreza, como versa la canción  «La Fiesta» del cantautor catalán Joan Manuel Serrat.

Rocío Ortiz

En víspera de la celebración de los fieles difuntos, se vuelve el día propicio para visitar a nuestros seres queridos fallecidos, en los panteones de San Luis Potosí

Es el Panteón del Saucito, camposanto a punto de fenecer, es donde se aglomera la mayor cantidad de personas que buscan el acercamiento con «su muertito» para platicar con ella o con él, las vicisitudes de la vida, contarle nuestras penas y nuestro andar diario por  el mundo; desahogarnos de las atribulaciones del  devenir nuestro de cada día.

Aquí se mezclan todas las clases sociales, los ricos con su riqueza y  el pobre con su pobreza, como versa la canción  «La Fiesta» del cantautor catalán Joan Manuel Serrat.

Aquí no se distingue a nadie a pesar de que  se ostentan  monumentales sepulcros como humildes y modestas tumbas adornadas con apenas lo esencial, si acaso una lápida que se levantó con la «cooperacha de la familia».

Es el cementerio, punto de reunión de todos los estratos sociales. Lugar de reposo para los que ya se fueron pero que permanecen en nuestro recuerdo y a los que, mientras estén en nuestro pensamiento, no morirán del todo.

En amena plática con Don Ricardo, quien viene a rendirle pleitesía a su amada esposa, fallecida apenas hace dos años, refiere que acude cada mes a dedicarle  la música que a ambos les gustaba en una destartalada  radiograbadora de cassete, sí,  porque el recurso no alcanza para comprar una bocina de esas modernas con «blutu» y con memoria.

Don Richard como le gusta que le digan, conserva un cassete que a duras penas responde, con la música de «Los Cadetes de Linares» porque allí viene la canción, la que más le gustaba: «Una página más» , «la ponía cada ratito» porque decía que le recordaba a sus padres.

Sin embargo para este día Don Ricardo,   hizo un «cochinito» para  tan  especial día,  contrató un grupo norteño que le  interpretara en vivo la canción preferida de su esposa, «vale la pena hacer el gasto por lo menos una vez al año, y así será hasta que venga por mí» dijo un apesadumbrado anciano que se ha quedado solo en el mundo, porque no tuvo hijos y vaga solo por el mundo «como un perrito sin dueño».

Así será la tarde para Don Ricardo, al final y ya entrada la noche y para no irse sin probar alimento tal vez una tostada borracha a las afueras del cementerio.

Atrás quedó la tumba de Doña Eugenia, luciendo el ramo de flores de cempasúchil que su esposo depositó después de acomodar la tierra de la tumba sin lápida porque «no hay lana para darse ese lujo,  tal vez más adelante» afirmó Ricardo,  quién prometió volver el mes próximo para poner en su radio otra vez su canción, «la que más le gustaba».