Gilles Lipovetsky disecciona al ciudadano hipermoderno

El ciudadano hipermoderno es un ser digital que cada vez lee menos; es una persona que se informa en las redes sociales, donde proliferan los discursos y la información sin control y sin verificar, donde los ciudadanos reciben los mensajes que quieren escuchar y no información reflexiva que los invite a pensar, lo que propicia la proliferación de las fake news, afirmó ayer el filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky (Francia, 1944).

Ese ciudadano es el mismo que ya perdió la fe -añadió el pensador galo durante la apertura de la 38 Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO), realizada en el Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca-, una persona que se muestra escéptica de participar en buena parte de las decisiones políticas y que se concentra en una especie de hiperindividualismo, que aspira a una buena educación porque la considera la riqueza del mañana.

En este sentido, dijo el autor de La era del vacío y La sociedad de la decepción, “no podemos conferirle al capitalismo la responsabilidad de proporcionar educación o justicia social a esa ciudadanía. No podemos pedirle que sea justo, porque eso no hace el capitalismo; eso le corresponde al Estado y a la política, lograr que ese capitalismo no sea sinónimo de desfases insoportables y granes desigualdades”.

Durante su charla, titulada Ciudadanía política: pluralismo y democracia en la era de la hipermodernidad, aseguró que no tiene nada en contra de las desigualdades, ya que éstas son necesarias de alguna forma en toda sociedad; pero no se debe caer en el extremo de la injusticia social, en una era de la hipermodernidad donde las personas han perdido la fe en los grandes sistemas políticos.

Lipovetsky también habló sobre el exacerbado individualismo del hombre contemporáneo. “Quiero decirles que ese individualismo no es la tumba de la moralidad y de egoísmo, aunque sí existe esa vertiente y, por eso mismo, les pido que no seamos pesimistas y que  perdamos la esperanza, aunque el panorama ha llegado a un punto muy grave y esto ha propiciado que la gente ya no tenga fe en las grandes transformaciones”.

Lo cierto es que esta cultura neoindividualista ha afectado a todos los sectores de la vida social, desde la familia, la religión, el entretenimiento, las relaciones entre hombres y hasta la vida política, al punto en que se ha acentuado la desconfianza en torno al funcionamiento de las instituciones.

¿Cómo  explicar esta marea de la desconfianza hacia las instituciones?, cuestionó el filósofo. La primera razón tiene que ver con el fin de las grandes ideologías.

Porque antes la gente creía en algo, pero cuando no existió ni la fe ni la creencia, cualquier hecho se convirtió en promesa y esto decepcionó a los ciudadanos”, explicó.

La segunda, apuntó, tiene que ver con las sociedades globalizadoras y cómo el mercado se ha vuelto más importante que el Estado, propiciando que los ciudadanos tengan la sensación de que los hombres políticos son títeres y que están en manos de potencias más grandes, como Wall Street.

Aunado a un tercer factor: la corrupción. Ya que cada vez hay más ciudadanos, considera que los políticos son corruptos y que todos están podridos y vendidos, pese a que la corrupción es un fenómeno que data del siglo XIX.

Paz y educación

Ante un auditorio lleno, el filósofo también afirmó que una de las funciones principales del Estado es responder a la necesidad fundamental de que los ciudadanos puedan vivir en paz.

Pero si el Estado no tiene la capacidad de responder ante esa situación, nos dirigimos hacia una situación catastrófica, porque la raíz de los grandes males que aquejan a las sociedades de nuestro tiempo no se encuentra en el vacío ni en el individualismo, sino en la inseguridad”, destacó.

Este escenario, añadió, se suma a la derrota en torno a las políticas de educación. “Porque en muchos países los estados ya no invierten lo suficiente en este rubro; sin embargo, esa educación forma parte central para elevar el nivel de esas personas que pueden enfrentar la globalización con profesiones que requieren de inteligencia”.

Por eso, cuando notamos que las autoridades invierten en educación, entendemos que se preocupan por el  porvenir de la gente, porque la riqueza no viene de las minas, sino de los hombres, de esas personas capacitadas y formadas para el porvenir de una democracia. Pero si la política no consigue esto, encontraremos una derrota completa ante ese capitalismo de consumo”, concluyó.