Wendy Guerra reconstruye la historia de La Hermandad

  • En ‘El mercenario que coleccionaba obras de arte’, la escritora cuenta la historia de Adrián Falcón y un grupo de guerreros urbanos, quienes se refugiaron en EU para organizar actos terroristas bajo una idea: eliminar el castrismo y volver a Cuba.

En El mercenario que coleccionaba obras de arte, la escritora Wendy Guerra (La Habana, 1970) cuenta la historia de Adrián Falcón y La Hermandad, un grupo de guerreros urbanos procedentes de Cuba, Nicaragua y Colombia, quienes se refugiaron en Estados Unidos para organizar actos terroristas bajo una idea: eliminar el castrismo y volver a Cuba.

La narración es casi un documental que inicia a principios de los años 60 del siglo pasado y podría ser llevada a Netflix o HBO; es un “documento histórico” que cuenta las vicisitudes de Falcón, un cubano de izquierda que emigró a Miami cuando su padre fue fusilado, para integrar a esa generación desplazada que construyó La Hermandad, el grupo que utilizaría el terrorismo para derrocar el castrismo, mediante actos de sabotaje y que más tarde encontró en las canciones de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez un arma para luchar en Nicaragua.

Pero Falcón, sobreviviente de aquel grupo, quebró su historia cuando empezó a colaborar con el narcotráfico, cobró las cuentas de Pablo Escobar, prestó sus servicios a la CIA y a la Contra nicaragüense. Hoy ese personaje colecciona obras de arte, se dedica a la seguridad privada y cuida a sus nietos mientras lee la obra de William Faulkner y escucha la música de Stravinski.

¿Es real Adrián Falcón y esa Hermandad que cambió el rumbo de América Latina?, se le cuestiona a la también autora de Negra y Todos se van. “Es 99.99% real, son historias que el personaje me contó de su grupo, que documenté y luego escribí de memoria; es un dictado de memoria donde amueblé sus apartamentos y definí algunos de sus gustos por las mujeres… bueno, algunas no, y él también me las dictó.

Pero La Hermandad sí existió y me recuerda a las series de Netflix, porque fue un grupo de jóvenes, algunos cubanos y otros nicaragüenses y colombianos, que se unieron para financiar una causa; algunos se lo robaron y otros murieron en el intento, y este personaje es uno de los grandes sobrevivientes de la historia”.

¿La narración es un repaso por los movimientos sociales de América Latina? “Yo conocía perfectamente la historia de la revolución cubana, pero no de la contrarrevolución. Siempre se habla del Che Guevara, pero no del que lo mató. Sin embargo, quiero aclarar algo: Yo no estoy del lado de nadie.

Mi trabajo fue recuperar la memoria, saltar la tapia e ir más allá de lo que nos han dicho sobre la revolución. Lo interesante era salir de la zona de confort, ir con el villano y hacerlo confesar. Eso fue mi arte, mi tarea. Esta novela fue como un combate, porque la elección de armas fue el registro que elegí para trabajar con él y que nos contara casi todo”.

¿Qué pasó cuando supo que La Hermandad se había ligado al narcotráfico, a los Contras y a la CIA? “Me hizo dar tres pasos atrás, porque me aterré y luego me ocupé de conocer esta historia que es un tesoro a nivel historiográfico y logístico. Esto es un documento histórico más que una novela, porque nunca se había dicho que la Contra luchaba con canciones de Silvio y de Pablo”.

¿Qué le sorprendió de este mercenario que hoy es coleccionista de arte? “Que este hombre fue un buen padre a pesar de lo vivido, que hay muchas contradicciones y mucho dolor cuando no se entiende la historia de tu continente.

Yo creo que estamos completamente colapsados de ideologías y esta novela es un mapa de ese colapso. Pero insisto: yo no estoy de parte del mercenario ni de la revolución cubana”.