Bob Beamon y los 50 años de su salto inmortal

Los segundos más recordados de un salto olímpico sucedieron en el atardecer de hace cincuenta años en el estadio Olímpico de la Ciudad de México, cuando Bob Beamon (29 de agosto de 1946, South Jamaica, Nueva York) pasó de ser un buen saltador a enmarcar su brinco como uno de los momentos épicos del deporte en el siglo XX.

Beamon, entonces de 22 años y quien la noche anterior se había ido de parranda (con alcohol y sexo incluidos), era un dotado de virtudes que llegó a los Olímpicos de México como ganador de 22 de los 23 eventos en que había competido. Su mejor registro era de 8.33 metros y esa tarde saltó 8.90, una cifra tan increíble como inesperada.

“No tenía un coach personal, pero eso no importaba porque me entrené a mi mismo”, dijo Beamon hace unos días, cuando visitó la capital mexicana para conmemorar el inicio de las competencias el 12 de octubre. “Sigue siendo un récord (olímpico) y adoro que sea así”, remató recordando su hazaña sobre los favoritos Igor Ter-Ovanesyan (URSS) y Lynn Davies (Francia).

Los Juegos de México habían recibido críticas previas por la altura de la ciudad sobre el nivel del mar, más de 2 mil metros, pero aquel 18 de agosto fue uno de los factores que ayudaron a Beamon a volar 55 centímetros más que el récord del momento (8.35 metros). El salto de Beamon, que tuvo un viento a favor de 2.0, fue asombroso porque en los 33 años previos, el récord sólo había crecido en 22 centímetros; en seis segundos él le sacó más del doble.

Al percatarse del salto, el público enmudeció en el estadio Olímpico y el estrés invadió a los jueces que no tenían una cinta tan larga para confirmar la marca. Cuando el registro apareció en las pantallas Beamon cayó llorando al tartán (fueron los primeros juegos que se utilizó esta superficie) y tuvo que esperar a que Ralph Boston, rival y mentor, se lo tradujera a pies y pulgadas.

La marca permaneció imbatible 23 años, hasta que Mike Powell saltó 8.95 metros en el Mundial de Atletismo celebrado en Tokio en 1991. Es el récord mundial vigente, pero nadie se acuerda de aquel momento. La magia de un salto largo en la historia del deporte corresponde a 1968.

Aquella tarde los rivales tenían claro que era imposible superar la marca que Bob Beamon impuso en su primer intento, pero él pensó que si podría hacerlo. Su segundo brinco fue de apenas 8.04 centímetros, marca tan insípida que pasó olvido. Lo que también se mantuvo al margen fue que en su segundo intento utilizó unas calcetas negras de futbolista, hasta las rodillas, como símbolo del Black Power. “Fui uno de esos atletas afroamericanos que peleamos por los derechos humanos y una mejor vida en nuestro país, incluso ahora sigo siendo uno de ellos”, dijo Beamon al periodista mexicano Juan Carlos Vargas en su visita al estadio del récord.

Beamon también alzó el puño al momento de la premiación e impuso su récord el día en que Tommie Smith y John Carlos eran expulsados de la villa olímpica por haber utilizado un guante negro en la ceremonia de premiación de los 200 metros.

Eran años convulsos y de protestas, de ideologías marcadas en el mundo del deporte, Beamon incluso estuvo a punto de no acudir a la cita olímpica por estas razones. “Al final vine y cambié la historia”, presume el hombre de 72 años.