Expectativas de cambio

En el año dos mil siete, en su libro titulado “Fango Sobre la Democracia”, Roger Bartra vaticinó que la única manera de que un caudillo populista pudiese obtener la victoria electoral, sería en virtud de un enorme deterioro de los partidos políticos tradicionales.

Tal aseveración diez años antes de que ocurriera fue acertada, se cumplió con algunas pequeñas variantes.

El hecho es que López Obrador, a quien aludía el autor, obtuvo una contundente victoria, en paralelo el caos imperante en las organizaciones políticas fue realmente evidente: perdieron identidad y el desgaste de las instituciones partidistas palpable.

También es verdad, no obstante el andar parsimonioso con altibajos, por el cual se iba consolidando el proceso de transición, los objetivos previstos se ubicaban en tres ejes: la descentralización, el federalismo y la parlamentarización.

Ahora el panorama se encuentra en una etapa de indefinición, pues si bien el grueso de los electores se inclinó por huir de un régimen plagado de excesos, corrupción y componendas, subiéndose al barco con la garantía de un cambio de rumbo, aunque sin saber a ciencia cierta el puerto de llegada, lo que era preferible a continuar padeciendo gobiernos virreinales.

En ese sentido, la cuestión ahora se localiza hacia dónde vamos a caminar. De algo no existe duda, pues por primera ocasión en muchos años se tiene la oportunidad de culminar el proceso transicional que poco a poco se fue construyendo, ya sea en la línea adoptada inicialmente o, vamos a retornar parafraseando a Vargas Llosa, nuevamente a la “dictadura perfecta”.

Ahora que se recuerda el cincuenta aniversario de los movimientos del sesenta y ocho, conmemoración que nos invita a reflexionar en tanto que fue un hito de la historia del país, dejando una herida aún sin cicatrizar al desconocer la verdad real sobre los acontecimientos; sin embargo, dejó profunda huella en el sistema político imperante en ese entonces, sucesos considerados por algunos analistas como el principio del fin.

Pues bien, llegó la hora de la verdad y de definiciones, veremos si la amalgama de conservadores nacionalistas, de duras, autoritarias y sectarias posturas que predominan de manera confusa el equipo del presidente electo, siguen inclinando la balanza.

Algo queda claro, el debate parlamentario se encuentra completamente desterrado; la descentralización la ubicaron en el campo de la desconcentración y el federalismo está en veremos, pues desde un punto de vista democrático es pertinente mencionar que su esencia radica en facultades y recursos, lo que desde luego difícilmente se advierte en un ánimo reformista con tendencia al fortalecimiento de estados y municipios, sino más bien se aprecia la tendencia a consolidar el poder central.

En ese entendido resulta aplicable la frase de los convenientes aliados petistas: “la reversa, también es cambio”, ¿o no?.