Los fantasmas del ayer

No, no me voy a referir a los atormentadores espectros de los que se habla en el quinto paso de los doce que se proponen aquellas personas que, padeciendo el mal del alcoholismo, se han propuesto vivir sobrios. Hablaré más bien de un fantasma financiero que vuelve a rondarnos, como un recordatorio de lo que no debe volver a sucedernos.

Me refiero a la vulnerabilidad financiera que hace diez años puso a buena parte del mundo de cabeza y cuya situación conviene hoy, en este décimo aniversario, revisar. Viene a cuento tratar el tema, ahora que leo varios artículos en prestigiados diarios recordándonos, casi con horror, aquella crisis que hace 10 años sacudió violentamente a los mercados financieros de buena parte del mundo, iniciándose en uno de los más poderosos, el de los Estados Unidos de América y llegando a afectar severamente a los mercados europeos.

Respecto a ese fenómeno, a nosotros, los países latinoamericanos, nos toca recordar que nuestra región pudo escapar, si no indemne, si con menos consecuencias negativas que muchas otras naciones en otras latitudes. Quizás haya sido una de esas situaciones excepcionales en las que pudimos escapar a la hecatombe del país vecino del norte, gracias a la solidez de nuestras instituciones financieras, que mantenían indicadores de salud financiera muy superiores a los de aquel país y a los de muchos otros. Una estabilidad que, para algunos analistas, hoy pudiera ser un poco menos sólida y que nos obliga a una prudente actitud de alerta.

Tras la caída de los mercados financieros en 2008, el mundo se ha recuperado a un ritmo lento que ha significado la pérdida de productividad, inversiones y crecimiento en los pasados 10 años. El PIB global creció a 3% en 2008, mientras que en 2017 creció a 3.9%. Mientras que la tasa de desempleo permaneció en 5.5% en este periodo y la desigualdad se ha reducido solamente de .67 a .65, según el índice Gini.

Uno pensaría que la crisis que se desató en Estados Unidos debería haber sentado un presentedente que hiciera que los gobiernos regularan mejor el mercado financiero y lo fotalecieran. Sin embargo, pareciera, a juicio de muchos analistas, que las reglas que originaron la crisis del sistema financiero en 2008 no han cambiado lo suficiente. El reportaje de El País “Recesión a lo grande: crónica de los 10 años de crisis que cambiaron el mundo”, del cual extraigo algunas ideas principales, señala que “nadie supo ponerle el cascabel al gato”: el lobby financiero ha impedido reformar el sistema financiero, que en 2008 se enfocó principalmente a llevar a cabo rescates en el corto plazo.

Una de las decisiones de política que marcaron la forma de enfrentar la crisis fue el bailout al sistema bancario durante las administraciones de Bush y Obama. Las grandes instituciones financieras fueron rescatadas con dinero público en un entorno en el que los individuos y las empresas se declaraban en quiebra, siendo la raíz de esta crisis las hipotecas de alto riesgo. Lehman Brothers, el otrora gigante de la banca de inversión, fue la institución que utilizó con mayor intensidad este tipo de deuda para ofrecerla nuevamente como un producto financiero sólido. Por esta razón, recibió la mayor parte de los costos de la caída. Baste recordar, como lo hace uno de los artículos que he leído estos días, aquellas escenas de ejecutivos muy bien vestidos abandonando sus oficinas con sus pertenencias en una caja de cartón. Sin embargo, este banco no sufrió en solitario, ya que las demás instituciones financieras participaron en mayor o menor medida en este sistema.

Una segunda etapa de la crisis fue el golpe a las bolsas europeas. Esto llevó a plantear rescates nacionales y por parte del Banco Central Europeo a ciertas economías. Pero a pesar de estos rescates, algunos países como Islandia, Grecia e Irlanda tuvieron que declararse en quiebra por no poder pagar su deuda pública. Grecia se convirtió en el caso más emblemático porque los servicios públicos y posteriormente los procesos democráticos, sufrieron los efectos de la recesión. Al rescate, a finales de 2008, se unieron también los ministros de Finanzas del G7 y el G20. Sin embargo, lo más relevante para muchos que hoy advierten riesgos es que este rescate no vino acompañado de un cambio en las reglas del sistema financiero.

Lectores y amigos insisten en que me pronuncie acerca de lo que debemos esperar del gobierno de López Obrador. Y yo más bien insisto en analizar aquellos factores externos o ajenos a su mandato, que podrían afectar los resultados de su gestión, pues buena parte de su política de gobierno para mi es aún un enigma. Quizás aquellos riesgos a los que apenas hace unos días se refirió el presidente electo al señalar que, probablemente, algunos de sus propósitos o promesas se podrían reducir finalmente a eso: a propósitos o promesas.

Nunca será ocioso que nos cuestionemos acerca de la salud de nuestro sistema financiero, atendiendo a esos señalamientos que leemos estos días, los cuales, no obstante que no incluyen motivos muy precisos o explícitos, advierten un probable riesgo, si bien no sistémico, sí digno de ser atendido. Un ejemplo de dichos artículos lo representa uno publicado esta semana en el diario Reforma en el que se habla del riesgo en el que se encuentran los ahorros de muchas personas por la falta de regulación o supervisión de las llamadas Sociedades Financieras Populares, ya que en este sexenio han ocurrido ya ocho casos protagonizados por este tipo de intermediarios financieros en los que se han registrado fraudes u otros problemas que han impedido que los ahorradores accedan a su dinero. En este orden de ideas, el artículo señala que más de la mitad de las 43 existentes estaban en número rojos al inicio de este año.

Otra fragilidad pudiera ser la cartera vencida del consumo privado y el Índice de Morosidad, según el Consejo de Estabilidad del Sistema Financiero de Hacienda y Banxico. La cartera de créditos de consumo creció a una tasa de más de 10% entre 2016 y 2018, derivado de una mayor carga financiera de los hogares. Mientras que el Índice de morosidad ha tenido una tendencia creciente de 4.2% en el 2016 a 4.5% en 2018. A pesar de que existe un nivel sostenible de capitalización, estos indicadores deben ser observados con atención.

Ahí andan los fantasmas del ayer evocados ahora por el recuerdo de los daños que ocasionaron. A una década de distancia, nosotros, pero especialmente quienes serán gobierno en breve, deberán pasar lista de los mismos, pare evitar que se vuelvan realidad.