Jorge Aguilar Mora describe el origen de la modernidad

Goethe sufría una gripe que por poco le provoca la muerte, América esperaba la llegada de Alexander von Humboldt, los jesuitas se sobreponían a la expulsión que padecieron en América, Francia y España; Thomas Jefferson imagina que Estados Unidos puede cubrir todo el continente, y el pintor novohispano Miguel Cabrera certifica la originalidad del lienzo donde apareció la Virgen de Guadalupe.

Todo eso transcurría a principios del siglo XIX, como lo cuenta Jorge Aguilar Mora (Chihuahua, 1946) en Fantasmas de la luz y el caos: 1801 y 1802, su más reciente libro, con el que propone una relectura de esos años que fueron clave para definir el concepto de modernidad, pero sin caer en una simplificación de la historia.

Contado por un narrador omnisciente, el relato se divide en dos crónicas que integran todos los hechos, en apariencia desconectados, que dan cuenta de la historia, el pensamiento, la literatura y la vida cotidiana del siglo que fue definido por los experimentos, los viajes y la guerra.

Sin embargo, lo hace con una lectura distinta a la que se propone en las escuelas de nuestro tiempo, donde se “enseña una historia plana, muy simplista, carente de conflicto y ausente de paradojas”, como sucede con el conocimiento que existe sobre las ideas de Jean-Jacques Rousseau, apunta en entrevista con Excélsior.

Yo quiero mostrar que se entendió mal a Rousseau, porque él era muy paradójico, no era muy sencillo de comprender lo que estaba diciendo, y me refiero a su idea sobre los hombres naturales (expuesta a mediados del siglo XVIII), que no era una cosa muy simplona donde hablaba de regresar al hombre natural. ¡Rousseau nunca dijo eso!”, advierte.

Su idea era que el conocimiento nos alejaba del hombre natural, es decir, de ese concepto de Adán, Eva y el paraíso, dice. “Porque él no era simpatizante de los indios ni de las sociedades primitivas y nunca habló de volver al hombre salvaje. ¡Eso se lo inventaron!”, añade. Así que mientras más intentamos volver a esa idea de paraíso… más nos alejamos, tal como expuso Rousseau.

De tal manera que este libro también expone y demuestra que hemos simplificado la historia a un punto en que ha dejado de ser comprensible, en un tiempo donde las ideas de Rousseau se enfrentan a la idea de ciencia, que también buscaba la perfección y el conocimiento absoluto, un instante en el que todavía no se sabía cómo funcionaba el oxígeno ni cómo se transmitía el calor o la electricidad.

Por esa razón, muchos científicos aún creían en un elemento llamado éter, es decir, una sustancia inaprehensible que permitía la transmisión de todo, tal como lo afirmaban los alquimistas de esa época.

HOMBRE PERFECTO

En Fantasmas de la luz y el caos: 1801 y 1802, Aguilar Mora también aborda el impacto de los jesuitas en ese tiempo. “Los jesuitas en América y España eran los más adelantados de la iglesia católica, eran los que sabían más y estaban en la modernidad, los que aceptaban las nuevas corrientes filosóficas, en contra de la escolástica, es decir, el conocimiento que se transmitía a partir de la tradición aristotélica”.

Ellos que estaban a favor de Descartes y querían hablar de la ciencia y de Isaac Newton, aunque paradójicamente eran los grandes defensores del dogma católico y del Papa, reconoce. “Es más, ellos fueron quienes se percataron de que en Europa existía un enorme desprecio por lo americano, pues creían que todos los americanos éramos ignorantes y analfabetos, aunque algunas de las mejores bibliotecas del mundo hispánico estaban en México, Chile y Argentina”, explica.

Así que entre 1801 y 1802 hubo muchos baches, retrocesos y cientos de experimentos científicos, circuló el trabajo literario de Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, mejor conocido como Novalis.

Al mismo tiempo, Henri de Saint-Simon le daba forma al Sansimonismo —más tarde llamado positivismo—, y le proponía a Madame de Staël —considerada la bestia negra de Napoleón— que procrearan el hombre perfecto.

Y, al otro lado del mundo, en la Nueva España, continuaba la discusión sobre el lienzo de la Virgen de Guadalupe. “Aquí, supuestamente Miguel Cabrera hizo experimentos o pruebas empíricas para demostrar que (el lienzo) sí era un milagro; supuestamente Cabrera vio la tela y probó el color. No sé en qué estaba pensando, pero fue alucinante, porque lo que él afirmaba iba en contra de toda la realidad”, señala Aguilar Mora.

Este libro es el segundo título de la serie que Aguilar Mora emprendió en 2015, con la publicación de Sueños de la razón: 1799 y 1800 (Premio Xavier Villaurrutia), que alimenta este proyecto que nació con la esperanza de cubrir la historia, el pensamiento, la vida, las mentiras y las catástrofes del siglo XIX año por año.

Sin embargo, la idea de estos libros “no es una crónica de efemérides ni tampoco un registro calendárico de acontecimientos, sino una relectura del siglo XIX”, advierte, “sino un intento por mostrar la entramada realidad del siglo XIX, que podría ser una especie de red tridimensional y nada regular ni cuadriculada”.