¡El que al cielo escupe, en la cara le cae!

No sé si en la reunión de “la mafia del poder” que nos ha revelado el diario Reforma, se trató el tema de esta columna o no. Pero si acaso se trató, no me extrañaría que se haya relacionado con un error ahora irremediable, del que, bien a bien, no queda claro quien fue directamente responsable.

Me refiero a la posición del PRI, oponiéndose, como lo hizo, a la reforma constitucional que hubiera aprobado la modalidad de la segunda vuelta. Veamos algunos antecedentes. Las elecciones presidenciales recientes de Francia, Chile y Colombia se han decidido en una segunda vuelta. Es decir, ninguno de los candidatos obtuvo el 50% de los votos para tener una mayoría durante la primera vuelta, lo que los obligó a una segunda jornada electoral, entre los dos candidatos que obtuvieron el primer y segundo lugar en la contienda inicial. De esta forma operó esta regla, diseñada para generar mayorías en los sistemas políticos multipartidistas.

Una de las razones para la adopción de este sistema en Francia fue la dificultad para formar gobierno con un presidente con alta aprobación, generando una situación de 21 cambios de ejecutivo en 12 años, provocados por el rechazo de parlamentos de oposición. Para asegurar una mayoría legítima, la nueva constitución francesa no tuvo más opción que establecer la regla de la segunda vuelta electoral.

Durante las elecciones de 2017 y 2018, Francia y Colombia tuvieron una recomposición de sus sistemas de Partidos, lo que permitió que Macron ganara con un partido nuevo y que Duque superara al partido del presidente y a los otros candidatos. Estos partidos obtuvieron 24% y 39% respectivamente en la primera vuelta ante un electorado polarizado. En la segunda vuelta, dichas organizaciones políticas tuvieron que negociar para, así, generar mayorías.

El politólogo Matthew Shugart publicó en 2007 un ensayo en el que sostenía que los ganadores de una segunda vuelta logran reducir los márgenes de desaprobación presidencial y aumentan la certidumbre sobre el resultado, por lo que la recomendaba para el caso de México. Según este razonamiento, la regla de la segunda vuelta, entre otras cosas, mitiga los incentivos de los perdedores para rechazar los resultados.

Entre 2012 y 2017 se han presentado 15 iniciativas en el Congreso para introducir la segunda vuelta en México, reformando el artículo 81 constitucional. PAN, PRD y PVEM han sido los promotores de estas iniciativas; sin embargo fueron desechadas o quedaron congeladas en comisiones. Las iniciativas citan como algunos de sus motivos generar mayor legitimidad con el resultado de la elección y reducir los conflictos poselectorales.

María Amparo Casar ha comentado sobre el efecto que los presidentes con votaciones menores al 50% tienen frente al rechazo de una mayoría dividida. Con la segunda vuelta, los votantes tendrían una oportunidad de decidir estratégicamente e ir más allá del voto duro, y formar una mayoría opositora al ganador de la primera ronda o validar así su elección. Asimismo, las segundas vueltas obligan a los partidos a formar coaliciones que se traducen en mayorías en el congreso, con las ventajas que esto implica.

Desde 1994, los presidentes mexicanos han ganado las elecciones con menos del 50% de los votos, y con reducidos márgenes de victoria. Junto con este problema, el conflicto poselectoral ha llevado a los partidos a reformular las leyes electorales y de partidos tras cada elección.

Algunas de las limitantes para la segunda vuelta son técnicas, como el costo de organizar una segunda votación y asignar recursos públicos para los dos punteros. Sin embargo, los países fijan periodos de campaña más cortos para la segunda vuelta; Brasil y Colombia, 20 días; mientras que en Francia y Chile es de 15 días. Por el lado del financiamiento, Colombia y Francia han fijado también reglas específicas para los gastos realizados en la segunda vuelta,  recibiendo así un financiamiento público específico para este fin.

Leo Zuckermann comenta atinadamente que las encuestas se perciben como una primera vuelta imperfecta y la ausencia de la segunda vuelta les otorga mayor peso como una señal de quién tiene mayor aprobación en las campañas. Sin embargo, por la dificultad que tienen éstas para reflejar muestralmente las preferencias, no otorgan suficiente información sobre quienes son verdaderamente los dos primeros lugares.

Lo que es claro es que, hoy por hoy, si bien es cierto que nada está decidido aún, la segunda vuelta sería la única alternativa que la mayoría de los votantes tendrían para impedir que un candidato ganador en la primera ronda con menos del 50% ganara la presidencia de la república.

Cuando me referí en este espacio a la conveniencia que para nuestra democracia tendría esta alternativa, recuerdo que algún priísta, asegurando que yo no entendía bien la situación, me comentó que el PRI se había opuesto, pues, políticamente, la apuesta era a una elección a terceras partes en la que el PRI podría ganar fácilmente por un pequeño margen a los otros dos más votados (pensando seguramente en lo que finalmente sucedió en el Estado de México). Ya veremos todos si tenía razón. Si no la tenía, la sabiduría popular se impondrá, cumpliéndose el adagio aquel de que ¡El que al cielo escupe, en la cara le cae!