El salto político a la vuelta de la esquina

México se apresta a una aventura política distinta, a un salto a una tierra incógnita. Si las encuestas no fallan clamorosamente, Andrés Manuel López Obrador se alzará con la victoria el próximo 1º de julio, y el país se encaminará a un gobierno diferente, marcado por la personalidad y el personalismo de AMLO.

De hecho, las grandes preguntas de la noche del domingo estarán en tres frentes: la ventaja que finalmente alcance López Obrador, que puede ser bastante inferior a la esperada por sus seguidores; la disputa en algunos estados clave, como Puebla y Veracruz y, sobre todo, la conformación del Congreso de la Unión.

La actitud pública de Andrés Manuel ha cambiado de matices en días recientes. Ya no se le ve tan preocupado por una sorpresa en la carrera presidencial; en cambio, empieza a alimentar una obsesión por obtener la mayoría absoluta en las cámaras: el “carro completo” al viejo estilo priista.

Ahora sus advertencias van para ese lado: no quiere que sus simpatizantes dividan el voto, sino que el depósito de la fe sea total. Varios de ellos han expresado sus dudas al respecto, ya que tal vez el candidato a diputado, a alcalde, a senador o a gobernador en su boleta es un personaje de virtudes dudosas y escándalos conocidos. A ellos, AMLO les pide que cierren los ojos y confíen. Él da su aval.

Si bien es natural para el candidato que encabeza una lista, pedir el voto unificado, López Obrador ha sido muy machacón. Quiere un Congreso en el que no haya necesidad de negociar nada, y en el que se haga su voluntad. Ya empieza a gestarse, entre los seguidores más fanáticos del Peje, la idea del “fraude chiquito”, según la cual no hay manera de impedir el triunfo de López Obrador, pero sí de negarle una mayoría en el Congreso que, según ellos, está segurísima.

Ya sabemos que la cabra tira al monte y que hay quienes no están a gusto si no están enojados.

Creo que AMLO no debería de preocuparse mucho si no logra la mayoría absoluta de acuerdo con el veredicto de las urnas. La conseguirá más temprano que tarde, a través de la cooptación, la cargada, el oportunismo y la crisis de los otros partidos. Pronostico desde ahora que el Verde será uno de los primeros en cambiar de bando.

Quienes deberían de preocuparse son otros. Es muy probable que las divisiones de la extensa parte anti-AMLO de la sociedad (y de las élites) impidan la cristalización del famoso “voto útil” que habría definido la elección.

Las coaliciones que encabezan el PRI y el PAN corren el severo riesgo de quedar todas golpeadas tras una pelea feroz que, a fin de cuentas, resultó ser por las sobras.

En esto, quien tiene la mayor responsabilidad es la estrategia del gobierno y del PRI, que sirvió para frenar a Anaya, pero a costas de fortalecer a López Obrador, y no a Meade.

Y es que, a pesar de las evidencias en contra de que hubiera habido una alianza, la novedad de esta campaña fue que el concepto PRIAN esta vez sí pegó. Hay dos razones para ello.

La primera dice que no puedes llevar a la opinión pública de paseo si no quiere pasear, pero sí cuando quiere hacerlo. En otras palabras: las condiciones de hartazgo estaban maduras para que triunfara el concepto simplista, que desarmaba al PAN y al Frente al asociarlos al PRI.

La segunda está en la campaña contra el candidato del Frente, que reforzó el concepto de que “todos son iguales”.

Lo que nunca pegó, a pesar del buen historial del candidato como funcionario público, fue la imagen de José Antonio Meade como el honesto que se oponía a los deshonestos. El desprestigio de la marca PRI es demasiado, y el tricolor creyó que con destapar a un no militante había lavado los pecados acumulados.

Cada partido terminará haciendo su análisis de resultados. Ninguno deberá estar exento de la autocrítica.

 El PRI olvidó en la campaña las fortalezas de programa que pudo haber presentado Meade, y prefirió las guerras de lodo.

El Frente con participación ciudadana era una magnífica idea, pero ganaron, primero, las cúpulas a la hora de definir candidatos, y luego la incapacidad de presentar un programa más allá de las generalidades.

Ninguno se percató de que el formato de espotización de las campañas, que simplifica todo, era terreno propicio para la polarización, para las ideas elementales y las frases hechas: es decir, significaba que se jugó en una cancha donde López Obrador jugaba de local.

Precisamente porque Morena no ha cuajado como partido, y porque todo se aglutina alrededor de una figura, es de esperarse que en la coalición Juntos Haremos Historia no se haga autocrítica alguna.

Han tenido varios deslices y desatinos en la campaña, entre los candidatos impresentables, la poca respuesta a acusaciones fundamentadas y la alianza con el PES, que —se verá— resultará costosa: se pagó mucho por pocos votos.

Una pregunta a hacerse en los próximos meses es si Morena funcionará en realidad como partido político, o si seguirá siendo un vehículo de la voluntad del líder. Lo segundo sería un retroceso en el desenvolvimiento de la democracia mexicana. El debilitamiento de varios de los otros partidos generaría ulteriores riesgos.

En fin, el domingo iremos a votar. La gran mayoría de nosotros lo haremos con la convicción de que la decisión de los ciudadanos será respetada por las instituciones electorales.

Muchos, también, votaremos conscientes de la necesidad de una visión crítica hacia el país que tenemos, y crítica, también, hacia el que se puede vislumbrarse después de la elección.