¿Nada para nadie?

El título de esta colaboración corresponde a una pregunta que flota en el ambiente de la contienda electoral para elegir a nuestro próximo presidente. Hoy por hoy, con los datos de encuestas que se han publicado ¿podemos asegurar quién será el ganador el próximo primero de julio o debemos concluir que aún no hay nada para nadie?

Intentar como ciudadanos despejar esta incógnita es importante para emitir nuestro voto. Y no es sencillo; por una parte quizás el primer mandamiento de un estratega electoral para el equipo de campaña y para el candidato, es nunca aceptar, ni remotamente, la posibilidad de una derrota. Y por la otra, como veremos más adelante, proliferan las “encuestas fake” que son promovidas con el objeto de generar una corriente de opinión favorable a quien las promueve y manipula, medios de comunicación incluídos.

A mi manera de ver, para tratar de encontrar la respuesta a la duda en cuestión, conviene analizar cierta información electoral en otras latitudes en tiempos recientes. En el caso de Colombia, la elección de primera vuelta tuvo como ganador a Iván Duque del Centro Democrático, partido del expresidente Álvaro Uribe (39%), mientras que en segundo y tercer lugar quedaron Gustavo Petro (25%) y Sergio Fajardo (24%). Este resultado difiere de los pronósticos de las encuestas durante la campaña, donde Fajardo (en febrero) y después Petro (en febrero y marzo) figuraban como favoritos.

Al igual que en el caso colombiano, como todos recordamos (amargamente, por cierto), las elecciones presidenciales de Estados Unidos (con 306 votos del colegio electoral para Trump frente a 232 de Hillary, aun cuando Hillary ganó el voto popular) y el Brexit (52% en favor, 48% en contra) generaron resultados distintos a aquellos mostrados por las encuestas. En ambos casos, las respuestas reportaron una consistente preferencia por la opción que perdió en las urnas.

En relación a estas discrepancias, hacia 2014 el encuestador Nate Silver se preguntaba si la industria de las encuestas estaba en crisis [1]. Los factores que observaba entonces eran una tasa de respuesta de 10% de la muestra original, respecto al 35% de respuesta que las encuestadoras obtenían en 1990. Así mismo, identificaba una reducción de la calidad de las encuestas en favor de la rapidez de los sondeos de cinco preguntas o menos. Por último, la transición a teléfonos móviles hizo que las encuestas a hogares hoy en día sean un elemento menos representativo.

Esta situación llegó a una crisis en 2016, cuando las encuestas apuntaban a una victoria de Hillary Clinton por márgenes de hasta 80%. Nate Silver señala que algunos elementos de esta falla fueron los altos márgenes de respuestas nulas, la dificultad para encuestar a grupos hispanos y afroamericanos, así como las encuestas realizadas a trabajadores blancos en los estados decisivos para la elección [2].

En otras palabras, las encuestas no fueron capaces de preguntarles a los votantes decisivos cuál era su preferencia. Junto con la complejidad de consultar a los grupos étnicos en EUA, la dificultad para llegar a los votantes jóvenes y aquellos que se encuentran fuera de la ciudad, las encuestas lograron reflejar sólo una parte de la realidad. Por esta razón, varias casas encuestadoras mexicanas en el foro del INE “El papel de las encuestas en el proceso electoral” llamaron a tratar a las encuestas como un producto de investigación, el cual debe refinar sus métodos y ver los resultados sólo como probabilidades, nunca como pronósticos, en el sentido estricto de la palabra.

Por otro lado, existe un debate en la literatura sobre encuestas en relación al efecto que éstas pueden tener en la elección, en términos de favorecer al líder o aumentar el incentivo a votar estratégicamente en contra del puntero [3]. En este sentido, la experiencia estadounidense muestra que la hipótesis del voto estratégico contra el primer lugar pudo haber sido un factor decisivo en el voto a favor de Trump. Al respecto, Nate Silver argumenta que una parte de la falla en las predicciones fueron los cambios de preferencia en las últimas semanas de la campaña.

En México y desde 1994, el INE regula las encuestas exigiendo la acreditación de las casas encuestadoras (sólo 32 empresas cumplen esta acreditación) y la prohibición para publicar resultados tres días antes de los comicios. Sin embargo, en un contexto de fake news, el INE ha detectado ya 119 encuestas que no cumplen los criterios de acreditación. Asimismo, organizaciones como verificado.mx llaman a los votantes a identificar signos que podrían hacer a una encuesta más confiable; estos podrían resumirse en que hacen pública su metodología. Ahora, quizás lo que no estaría mal sería que las registradas tuvieran la obligación de hacer públicos sus resultados anteriores, señalando los porcentajes por los que han fallado anteriormente. Nos sorprenderíamos en algunos casos que vemos hoy publicarse.

Fake news y fake polls parecen ser el pan de cada día. Y el dinamismo de la contienda, en la que las redes sociales cada día tienen más participación, impide verificar todo lo que recibimos, dando lugar a “verdades tácitas” que inundan el ánimo colectivo. Y estas pueden ser a favor o en contra de un candidato o de otro, o transmiten un pronóstico que no tendría por qué serlo. Así las cosas, insisto, mientras que la única encuesta 100% creíble es la del día de la elección, a estas alturas la pregunta está en el aire ¿No hay aún nada para nadie? Usted, querido lector, ¿qué opina?.