Va Meade por indecisos

Convencido de que las encuestas constituyen un ejercicio tan serio y riguroso como el del pulpo Paul o el  gato Aquiles, José Antonio Meade se inventó este martes un método personal, científico y preciso de pronósticos electorales: los resultados del Club de futbol Santos Laguna.

“Cada vez que ganan los Santos, en una elección presidencial gana el PRI”, dijo el abanderado de la alianza Todos por México. Vestía la camiseta de dicho club, que el domingo pasado se coronó campeón de la Liga MX por sexta ocasión en su historia.

Y, apodíctico, Meade agregó, como reafirmando la infalibilidad de su procedimiento: “¡Luego de ver ganar a los Santos, ganamos el debate!”.

Se entiende que el abanderado del PRI descrea de las encuestas. Con diferencias de hasta 10 puntos entre una y otra, en el cálculo de un mismo objetivo, en el presente proceso electoral –como en todos– estas mediciones han servido más para enturbiar que para aclarar el panorama.

Más allá del nulo valor que Meade confiere a los ejercicios demoscópicos, sin embargo, en el área de estrategia electoral de su campaña algunos sondeos sí tienen utilidad práctica.Los mariscales de la campaña tricolor hacen proyecciones y combinaciones de todas las variables en juego, y han llegado a la certeza de que la clave para darle la vuelta a los vaticinios se halla en el segmento de los indecisos.

Y hacia ese sector de ciudadanos orientan las baterías, primero para tratar de desplazar a Ricardo Anaya y luego alcanzar y rebasar a Andrés Manuel López Obrador.

Los estrategas, entre quienes se cuenta el guerrerense Armando Ríos Piter, tienen la seguridad de que los números reportados por las casas encuestadoras hacen factible la proeza de salir del sótano y alzarse con la victoria. No andan desencaminados.

Sostienen que, si bien las mediciones más publicitadas dan al candidato de Morena guarismos del orden de 39, 33 y 29 por ciento de preferencias, también indican rangos de 27, 21 y 18 por ciento de ciudadanos que, a estas alturas del partido, no han decidido el sentido de su sufragio.

Y así las cosas, considerada la diferencia entre el segundo y el tercero y los tiempos para el día D, cabe la posibilidad –sostienen– de que el exsecretario de Hacienda podrá obrar el milagro de revolcar las premoniciones, colocarse a la cabeza y hasta acabar convertido en adalid de la nueva política mexicana.

Semejantes cálculos explican la determinación expuesta por el Presidente Enrique Peña Nieto al empresario Alejandro Ramírez de mantener, contra viento y marea y cualquiera que sea el resultado final, la candidatura de Meade, en vez de desertar o declinar a favor de Anaya.

Lo que ni los encuestadores ni Meade –unos con la arrogancia de quienes practican la fisiognomía y dizque son capaces de adivinar el futuro de una persona con sólo observar su rostro; el otro, atenido a las canillas de los futbolistas— han sido capaces de prever es hacia dónde se orientará el voto de los indecisos.

Tres encuestas, cuyos datos tienen la misma credibilidad de los papelitos de la suerte que canarios adiestrados dispensan en La Villa, indican que para alcanzar al Joven Maravilla, y, a partir de ahí, arañar el cielo con las manos, el postulante priista requiere de 6, 13 o cuando mucho 15 puntos.Suena bien. Pero habría que ver en cuanto crecerá el volumen de sufragios, de la misma cantera del Peje y Anaya.

Si es que para entonces el queretano todavía se hallara en la pelea…No se trata de una insinuación cargada de nequicia. Es simple observación de la realidad, a la manera de los auspicios que determinan el porvenir por el vuelo de las aves.

Estigmatizado como el más corrupto de la contienda, Anaya al parece estar prendido de sus partes más vulnerables por sus adversarios del PRI y el gobierno.No se requiere entonces sortilegio alguno, ni ser clarividente, augur, nigromante, arúspice o rabdomante para predecir que Anaya entrará pronto en modo Diego. ¿Cómo? Haciendo campaña de brazos caídos para, de hecho, salirse de la contienda.

Así hizo en 1994  El Jefe de los panistas, no se sabe si avasallado por el copioso voto de la conmiseración a favor del PRI, tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, o por vulnerabilidades idénticas a las de Anaya.

De consumarse tal predicción, si el portaestandarte de Por México al Frente se replegara, trataría, asimismo, de congraciarse con el peñismo. Algo que se antoja cuesta arriba a juzgar por el calibre de los agravios de parte y parte.

Con respecto a las cifras de las encuestas, en las que ni el exsecretario de Hacienda cree, nadie puede llamarse a engaño. Se requiere ser muy ingenuo para convenir que la finalidad de esas evaluaciones es mensurar las intenciones de voto, no hacer propaganda y tratar de inclinar la balanza con base en el criterio de “el que paga, manda”.

Los hechos hablan. Salvo contadas excepciones, que los ciudadanos han recibido con el regocijo de quien constata que sonó la flauta, elección tras elección estas mediciones terminan en rotundas equivocaciones.

Los directivos de las firmas encuestadoras hace lustros aún tenían cierto pudor y se esmeraban en hallar explicaciones verosímiles a su fracaso. Acabaron por perder la vergüenza.

Por ello vemos que, en el presente proceso, frente a la diferencia abismal entre una y otra cábalas, los diseñadores de las mismas –con rigor científico de quiromante– dicen y repiten con descaro que no hay manera de saber cuál es la buena.

Y que los únicos datos que dirán cuáles encuestas están en lo correcto y cuáles fallan, serán… los resultados de los comicios. ¡Eureka!O sea, la misma apelación a la inexorable realidad que en el Medievo habría hecho algún geomante al lanzar un puñado de arena  para interpretar las marcas que dejara en el suelo.