Bobbio contra Vargas Llosa

El escritor peruano-español Mario Vargas Llosa  reabrió al comenzar este 2018 el debate sobre el  populismo con su libro La llamada de la tribu, justo en la cresta de una nueva ola de repudio mundial contra el neoliberalismo. Como toda polémica suele desviarse o desvirtuarse en la polarización, es importante abrir nuevas argumentaciones.

Partimos del hecho de que el liberalismo filosófico como lo plantea Vargas Llosa lleva al neoliberalismo de mercado capitalista salvaje y el populismo conduce a políticas asistencialistas que promueven a un caudillo y no resuelven las demandas de bienestar en sociedades macadas por profundas desigualdades. Los debates sobre terceras posiciones tienen casi medio siglo, pero hasta ahora no han consolidado una propuesta serena que atienda a la libertad y la propiedad y al mismo tiempo genere desarrollo para reducir las desigualdades sociales y las pobrezas.

Por eso aquí introduzco una variante intermedia. En 1984 el filósofo político Norberto Bobbio publicó su ensayo El futuro de la democracia, sin duda una estación del pensamiento político necesaria para serenar contradicciones. En 1984 el campo socialista agudizaba sus luchas internas, la muerte de Yuri Andropov instalaba a Constantine Chernenko en el poder soviético y abría las puertas en 1985 a Gorbachov. El capitalismo profundizaba su guerra fría contra el comunismo y Reagan llegó al poder para aplastar al oso soviético. El papa Juan Pablo II consolidaba una alianza con Reagan en contra del imperio soviético en Europa del Este.

Del lado capitalista, Bobbio resumía en seis las promesas incumplidas de la democracia, básicamente el dominio de las oligarquías en medio de un aumento de la marginación social. El mundo capitalista se enfilaba, casi en los tiempos políticos del desmoronamiento del socialismo de Estado, a una oleada de globalización de mercados como una forma de romper el cerco de las políticas económicas nacionales. En noviembre de 1989, en el tiempo histórico del derrumbamiento del Muro de Berlín, el economista John Williams presentó en sociedad su propuesta del Consenso de Washington, un catálogo de reformas capitalistas para globalizar los mercados.

La tesis de Bobbio es la misma que han revivido Vargas Llosa y Enrique Krauze –éste con su reciente libro El pueblo soy yo–: cómo la democracia como esencia política del liberalismo ha conducido al populismo, el Estado paternalista y el caudillismo bonapartista alertado por Marx desde 1854 en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, enfilando en casos concretos –Venezuela hoy en día– a regímenes que destruyen la democracia.

El tema que el liberalismo no ha sabido atender es el de las desigualdades sociales. Hoy mismo en México un candidato populista está dominando la tendencia de votos en encuestas, pero dentro de un a sociedad con cifras graves de desigualdad: 60% de trabajadores en la informalidad, 80% de mexicanos con una a cinco carencias sociales, 70% de las familias con el mismo porcentaje del ingreso nacional que tiene el 10% de las familias más ricas y PIB promedio anual desde 1983 de 2.2% cuando por necesidades de empleo debería ser de 6%. Si la mayoría padece desigualdad social y marginación, sus votos son, lógico, mayoría.

El debate liberalismo-socialismo en el espacio político de la democracia está distorsionando los procesos electorales. Hugo Chávez y Nicolás Maduro llegaron al poder por la vía democrática y destruyeron las bases de la democracia. López Obrador podría ganar las elecciones, pero su propuesta de gobierno no se basa en la democracia minoritaria –ganaría con menos del 40% de los votos– sino en la reconstrucción del Estado paternalista. En ambos casos, la democracia no podría suspenderse para evitar la llegada al poder de los populismos. Y en sentido contrario, los neoliberales llegaron al poder por la vía democrática, pero con sus doctrinas monetaristas –no necesariamente liberales en lo filosófico– destruyeron las bases democráticas por el fundamentalismo de sus teorías.

El desafío consiste en un neoliberalismo que no se agote en la estabilización macroeconómica con crecientes costos sociales, sino que encuentre políticas de distribución de la riqueza; y en un populismo que eluda la construcción de caudillismos funestos y logre políticas de equidad social con distribución de la riqueza sin desequilibrios macroeconómicos. A las dos antítesis señaladas por Bobbio –Estado mínimo/Estado máximo y Estado fuerte/Estado débil– se debe agregar una tercera: Estado justo/Estado injusto. Las tres tienen que ver con un Estado como instrumento de desarrollo y bienestar o un Estado como eje de la dinámica del poder.

La propuesta de Vargas Llosa es la de repudiar el populismo y egresar al liberalismo, pero sin que éste responda a las demandas de equidad que las sociedades marginadas exigen al Estado como formas de distribución controlada de la riqueza. Los populistas aplastan al liberalismo en aras de la justicia vía el poder del caudillo y del Estado.

La propuesta de Bobbio está desde 1984: un socialismo liberal, fusionando el socialismo y el liberalismo, ambas bajo las reglas de la democracia. Vargas Llosa se olvida de la sociedad y los populistas distorsionan la democracia. Uno y otro tienen tiempos históricos cortos, el primero defiende la ideología del mercado y el segundo satisface sus pasiones de líder. El debate lo abrió Bobbio desde hace treinta y cuatro años y nadie lo ha retomado porque siguen las defensas de ideologías –la del mercado y la de las masas– y no la búsqueda de respuestas a la paradoja sociopolítica del siglo XX: el mercado produce pobres y el populismo encarama caudillos.