Una buena y una mala

Las máquinas podrán hacer cualquier cosa que hagan las personas, porque las personas no son más que máquinas.
Marvin Minsky

No cabe duda de que en la competencia internacional y  en lo que hace a las posibilidades de los países de  crecer, la productividad es el nombre del juego. Y en este orden de ideas, la automatización del trabajo representará uno de los grandes saltos en productividad en el futuro, pero al mismo tiempo una de las grandes amenazas para el empleo. El Foro Económico Mundial, basado en un estudio de McKinsey, señala que hasta 78% de los trabajos físicos son susceptibles a la automatización. El Foro estima que la robótica será uno de los temas de mayor impacto sobre el modelo de negocios de las empresas para el periodo 2018-2020. Mientras que la OCDE espera que, entre sus 32 países, al menos la mitad de los trabajos se verán afectados por la automatización.

Usemos el caso de España como ejemplo. En un artículo reciente, Marc Vidal señala que en ese país existió una pérdida de 124 mil empleos entre 2017 y 2018. “El envejecimiento de la población, el consecuente incremento de los inactivos y el descenso paulatino de la población activa plantea una problemática para el mercado laboral que requiere de un esfuerzo importante por parte del gobierno y de un consenso urgente por parte de todos los actores políticos, económicos y sociales”. Adicionalmente, España ha perdido su bono demográfico: en 2000 el 42.3% de los empleados tenían menos de 34 años, hoy los jóvenes representan el 24.9%, lo cual representa una baja en la productividad laboral en el futuro cercano.

Esta amenaza a la productividad que enfrenta no sólo España, sino la mayoría de los países en el mundo, se puede ver compensada por la transición a una economía más robotizada y digitalizada. Los robots y procesos automatizados pueden suplir la reducción en la producción que se origina en menos participantes (y en el envejecimiento de los prevalecientes) en la fuerza laboral. Sin embargo, esta puede ser un arma de dos filos, ya que también significa un problema en el que la productividad del trabajo tendrá menos valor, y por tanto los salarios podrían ir a la baja.

Algunos de los empleos que están sufriendo esta transformación son los que tienen que ver con la entrega de servicios a los usuarios finales como mensajería y atención en mostrador. Por ejemplo, la startup sueca Einride, diseñó un vehículo 100% eléctrico que circula sin conductor. Este “T-Pod” es un camión de siete metros de longitud con autonomía de 200 kilómetros y podrá realizar entregas preprogramadas sin necesidad de un mensajero. La tecnología para realizar esta sustitución existe y está siendo probada por las empresas, como fue el caso de Otto, el camión autónomo de Uber que en 2016 realizó una entrega a 200 kilómetros.

En la misma línea está el modelo de drones que Amazon lleva operando a pequeña escala desde 2015, y que otras empresas de mensajería, como UPS, están adoptando. Si bien estos modelos sólo pueden transportar pedidos de 5 libras, el costo del envío para la empresa es de casi .05 dólares por milla, haciendo las entregas más baratas que si fueran realizadas por un mensajero.

Dadas estas condiciones, hoy en día existen propuestas como las de Rutger Bregman en “Utopía para realistas” las cuales buscan redistribuir las ganancias en productividad, por parte de la robótica a los trabajadores, en la forma de un ingreso básico universal. Ya que desde el año 2000, la brecha entre la productividad del trabajo y la productividad de las máquinas se ha venido ampliando.

Sin embargo, el ritmo de adopción de estas tecnologías aún es lento. El Foro señala que tan sólo 10% de las empresas estadounidenses que podrían beneficiarse de los robots, han optado por hacerlo. Más aún, para los sectores que demandan menos habilidades, como las casas de retiro, restaurantes, bares y algunas fábricas, todavía es menos costoso contratar a personas. Por lo que aún hay tiempo para planear las políticas públicas adecuadas que ayuden a enfrentar este cambio tecnológico.

Como ejemplo de lo que se podría hacer, la OCDE argumenta que la desaparición de estos empleos obliga a los países a invertir en nuevos campos de la productividad, por lo que serán necesarios trabajos con diferentes habilidades. Para ellos es necesario reorientar las políticas educativas y laborales para que generen habilidades analíticas y sociales que sustituyan las tareas actuales.

En el caso de nuestro país, México está a pocas décadas de salir de su bono demográfico y como consecuencia de esto, enfrentará un problema de pensiones y una menor población en edad laboral. La OCDE señala que al interior del país existe una gran brecha de productividad en favor de las empresas dedicadas a la manufactura de tecnología automotriz y aeronáutica, cuyos empleos se basan en el trabajo manual que es susceptible a la automatización. Por esta razón, la distribución desigual del riesgo de la automatización entre los países de la OCDE hace necesario preparar a los trabajadores para los nuevos requisitos laborales, y una de las políticas sugeridas para solucionarlo es la recapacitación y capacitación de los trabajadores cuyos trabajos se ven afectados por la tecnología.

Podríamos decir que tenemos dos noticias, una buena y una mala, más productividad pero menos empleo. Y pareciera que lo que hagamos frente a estas realidades depende de nuestros reflejos y de nuestra imaginación. Está por verse si tenemos suficiente de ambos. A ver qué nos dicen los candidatos al respecto