Carlos Illescas: el mar es una llaga

A cien años del nacimiento del escritor guatemalteco Carlos Illescas (1918-1998), su obra literaria no es reeditada ni circula en las librerías de México, reconoce el poeta Marco Antonio Campos. Esto ha propiciado su desconocimiento, pese a que radicó en México de 1944 y hasta su muerte, y pese a obtener el Premio Xavier Villaurrutia (1983) por Usted es la culpable; colaborar para Radio UNAM, Radio Educación y editar las colecciones Problemas Científicos y Filosóficos y Nuestros Clásicos, de la UNAM.

Y aunque la Coordinación Nacional de Literatura del INBA, encabezada por Geney Beltrán, recordará al poeta con una mesa de reflexión el miércoles 9 de mayo —día preciso del aniversario— a las 19:00 horas en la Sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes, su nombre aún no tiene el reconocimiento de otros creadores guatemaltecos que también se exiliaron en México, como Luis Cardoza y Aragón y Augusto Tito Monterroso.

 La voz de Illescas es una de las más sobresalientes de la lírica guatemalteca contemporánea que, por razones políticas, produjo la mayor parte de su obra en nuestro país. De acuerdo con una publicación de la Dirección de Literatura de la UNAM, el poeta “perteneció a la Generación del 40 y al Grupo Acento, caracterizado por su rebeldía política y la apertura a los postulados estéticos y los contenidos temáticos procedentes del exterior, donde también figuraron Antonio Brañas, Otto Raúl González, Raúl Leiva y Augusto Monterroso”.

Marco Antonio Campos insiste, en entrevista con un Diario de circulación nacional, sobre la necesidad de reeditar la obra de Illescas: “Ojalá alguna vez se reeditaran sus tres libros de brevedades, de epigramas, sobre todo Réquiem de lo obscenoLos cuadernos de Marsias y sus fragmentos reunidos, donde el poeta saca la pluma afilada, el látigo implacable y nos entrega el oro de la picardía, para observar la constancia de su formación clásica y moderna, su amor contaminado por el desprecio hacia la política, su pesimismo y su amargura”.

Y aunque más allá de eso está su amor por el hombre, el mundo y la vida, “se pueden resaltar dos rasgos de sus epigramas: uno es que Illescas va preparando en sus textos el golpe, de modo que al último con un giro sorpresivo deja ir la puñalada que cortará cruelmente la sensibilidad”, sostiene Campos.

El otro punto, añade, “es la relación precisa y relampagueante entre ciertos títulos y contenidos de los poemas; la amarga y simpática misoginia de Illescas ilustra la actualidad de la mujer: es diosa y perra, joya y objeto de consumo. Por eso ama poro a poro su cuerpo, le alza estatuas delicadísimas y, como una venganza mínima, le suelta la mejor de las sonrisas feroces e impecables, latigazos verbales”.

DARDOS EPIGRAMÁTICOS

Autor de Friso de otoño (1958) y Ejercicios de poesía (1960), Illescas llegó a México en el magnífico exilio centroamericano de los años 40 y 50, al igual que Cardoza y Monterroso, y se volcó a escribir sobre temas mitológicos, políticos, poemas literarios —que no es lo mejor de su producción porque abunda en referencias— y la relación amorosa. Un ejemplo podría observarse en su poema Polvo enamorado:

 “Llamó a la puerta un día, el mar. Sedujo, / entre las olas solo, la agonía. / Llamó a mi puerta solo el mar un día; /pero entendí la noche que produjo. // Entre las altas ondas me condujo, / llamas de sombra, su melancolía; / y aquella blanca nave sólo mía, / a ser ajena noche se redujo.”

Quizá por ello Eusebio Ruvalcaba —asiduo lector de Illescas— lo definió como el poeta “que abrevaba de la vida con la vehemencia del sibarita… con esa serenidad suya que tranquilizaba a quien lo escuchara. Con ese ánimo suyo, que prodigaba paz y entusiasmo”.

En tanto que Marco Antonio Campos destaca las dos líneas esenciales en la poesía de Illescas: “Una línea barroca y otra epigramática, cualidades que se extendieron a su persona, porque al conversar con él o escucharlo en público… hacía construcciones barrocas o lanzaba dardos epigramáticos.

 “Por eso considero que la mejor manera de recuperar a don Carlos es, sin duda, a partir de la parte epigramática y la parte más barroca que está, por ejemplo, en Manual de simios y otros poemas (1978) y El mar es una llaga (1979), con esos poemas que pegan en el corazón con una gran carga de humor”, dice Campos.

Illescas también es autor de Los cuadernos de Marsias (1973),  Fragmentos reunidos (1981), Usted es la culpable (1985), Modesta contribución al arte de la fuga (1988), Epístola a don Luis Cardoza y Aragón (1990), Planto (1995), Palabra en tierra (1997), Poemas de hospital (1997) y Tus ángeles (1997), libros inaccesibles para el lector actual.

La cuartilla como una de las bellas artes

Escuché sobre la muerte de Carlos Illescas en Radio UNAM. Tenía años sin verlo, pero en aquel momento me dio tiempo de dedicarle unas líneas antes del cierre de El Semanario Cultural de Novedades que para nada le hicieron justicia, pero supongo que fue un impulso necesario. Con eso de los entregables, Illescas recordaba a Alfonso Reyes, que, contaba, se la pasaba interrumpiendo el trabajo de los formadores para hacer cualquier corrección por mínima que fuera: un sinónimo por aquí, una comita por allá. La única aspiración posible consistía en escribir la cuartilla perfecta, y pocos como don Alfonso, nos decía a un pequeño grupo de tertulianos que nos reunimos algún tiempo en su departamento de la calle Heriberto Frías, en la colonia Del Valle.

Poeta de obra celebrada aunque poco conocida, Illescas, con el cariño que le tenía a la palabra escrita, nos formó como editores. Había que entregarle tres cuartillas a máquina, que luego solicitaba que convirtiéramos en dos, en una… ¡en menos! “La letra vive y muere como cualquier animal. No insiste más allá de la pérdida del alma. Encierran sus almenas presurosos, bullentes átomos de pensamiento; de la energía, opacidad y resplandor”, sostiene Illescas en Modesta contribución al arte de la fuga, de 1988.

Cultísimo colaborador de varios medios impresos, se sostuvo con algunos trabajos para el periódico Summa, que pagaba bien y a tiempo. Por aquellos años estaba muy animado porque preparaba un libro de relatos: Diez cuentos difíciles, que publicó Editorial Praxis, en cuya página web encontré algo de Illescas: “Para mí el cuento, lo digo paladinamente, es la mezcla de poesía, prosa, relato, filosofía, cábala, todo en un solo cubilete en donde están los dados que echamos al azar”.

Decir que su inteligencia fue su mejor arma, ni modo, es un lugar común. Alguna vez me platicó que asisitió una discusión futbolera cuyos ánimos fueron subiendo de tono hasta que señaló: “¡Compañeros! Los futbolistas tienen la poesía en la punta del pie”.

POLVO ENAMORADO

(FRAGMENTO)

Llamó a la puerta un día, el mar. Sedujo,

entre las olas solo, la agonía.

Llamó a mi puerta solo el mar un día;

pero entendí la noche que produjo.

 

Entre las altas ondas me condujo,

llamas de sombra, su melancolía;

y aquella blanca nave sólo mía,

a ser ajena noche se redujo.

 

Hoy que lo entiendes, dime, amor, cuál río, camino en movimiento, es quien me nombra

en olas tristes que tu arena apura.

 

Responde con pasión al labio mío

antes que al río el mar un día, sombra

conceda. Y a tus ondas sepultura.

 

Después del sueño, el sueño. Acrece un punto

el universo demencial. Urgencia

de un invisible dardo: su impaciencia,

su camino, su blanco, su conjunto.

 

El juego de vivir es otro asunto,

más rata, más amor, más penitencia

sin universo y dardo, sin demencia,

más al fondo, ay, de un íntimo difunto.