Estos son los rasgos en la vida social que delatan a un psicópata

Arielle Baskin-Sommers, de la Universidad de Yale en EEUU, siguiendo los pasos de Clarice Starling en The Silence of the Lambs (1991) –El silencio de los inocentes–, convenció a los encargados de una prisión de alta seguridad en Connecticut para realizar un estudio sobre los rasgos de personalidad en la psicopatía.

Cuando se habla de este trastorno de la personalidad surgen en la mente un sinfín de personajes despiadados, reales y novelescos, que son incapaces de sentir empatía hacia otros pero son unos maestros de la manipulación, la violencia y el caos. Rasputín, Madame de Merteuil, Charles Manson, Annie Wilkes, entre otros. Cada uno de ellos poseía una gran habilidad oral en la que destellaban grandes habilidades cognitivas; sin embargo, la incógnita en torno a sus límites emocionales se mantiene como el foco de atención de muchos especialistas en psicopatología.

Para Baskin-Sommers, “su conducta parece sugerir que ellos no consideran los pensamientos de los otros”; sin embargo, cuando están atentos a una historia y se les pregunta explícitamente qué es lo que piensa el personaje principal, pueden responder adecuadamente. Por lo tanto, la incógnita se vuelve más compleja: los psicópatas son personas tienen la capacidad de entender a sus víctimas, pero simplemente no les importa en lo más mínimo hacerlo. ¿La razón? A lo largo de su estudio, la psicóloga y sus colegas, Lindsey Drayton y Laurie Santos, encontraron que este grupo poblacional “puede deliberadamente comprender la perspectiva de otra persona, pero en promedio, no pueden hacerlo de manera automática como la mayoría de las personas lo hacen”. De hecho, este estudio es la primera evidencia en toda la historia que permite ver que los psicópatas no poseen esta habilidad automática de empatía que la mayoría de los humanos tiene. Las investigadoras tardaron alrededor de 10 años para concluirlo.

Con una población de 106 hombres de la prisión de alta seguridad, las especialistas diagnosticaron a 22 de ellos como psicópatas, 28 como libres de esta patología, y al resto los ubicaron en una zona gris. Cada vez que realizaban una entrevista se daban cuenta, sin necesidad de abarrotes ni cadenas, que para muchos de ellos “era la primera vez que alguien les preguntaba sobre su vida.” Gracias a ello comprendieron que, si bien es verdad que los psicópatas son «lábiles, narcisistas y conniventes, no todos son agresivos. Lo que sí disfrutan es de comentar detalladamente cada uno de sus asesinatos, para asustar e impactar. Pero no es así todo el tiempo. Hacen una gestión muy elaborada para impresionar”. También notaron que los rasgos de psicopatía se asociaban con la presencia de la interferencia egocéntrica y la lentitud de la interferencia altercéntrica (lo primero sucede ante la dificultad de ver algo como lo vería la otra persona, y lo segundo, cuando existe una evidente influencia por parte de la perspectiva del otro), mientras que el fenómeno de la interferencia egocéntrica –cuando la perspectiva de uno influye sobre el otro– nunca se vio afectada realmente por la perspectiva de ese otro.

No obstante, es importante señalar, tal como lo hace Baskin-Sommers, que “no todos los psicópatas son iguales, y cada uno varía en su conducta”; aunque es verdad que mientras más predominan estos rasgos de personalidad, más notoria es la interferencia egocéntrica y más cargos criminales presentan. Y, sobre todo, no pueden realizar más de dos actividades a la vez que impliquen atención y perspectiva:

Son en realidad los peores multitaskers. Todos somos malos en realizar más de dos cosas a la vez pero ellos en verdad son muy, muy malos. Esto se debe a que la ausencia de la toma de perspectiva automática se vuelve otra manifestación de esta diferencia en la capacidad de la atención.

En otras palabras, “[los psicópatas] pueden tomar la perspectiva de otras personas, pero aquella perspectiva no invade ni choca con la suya”.

Ahora bien, ningún estudio puede definir del todo a la psicopatía, pues se trata de un cúmulo de factores epigenéticos que «materializados» de cierta manera resultan en un trastorno de personalidad cuyas víctimas identifican el bien y el mal, pero deciden ir más allá de toda realidad. Y en el fondo, esto no les importa.