Cultura mexicana inspira la obra «La consagración de la primavera»

La Compañía Nacional de Danza (CND) presentó con gran éxito la noche de este sábado en el Palacio de Bellas Artes el estreno mudial de la obra «La consagración de la primavera» con música de Stravinsky y coreografía de Demis Volpi, inspirada en la cultura mexica y en el ritual del dios Xipe Tótec, nuestro señor desollado en náhualt.

Volpi, quien ha sido invitado como coreógrafo al American Ballet Theatre y ha trabajado como coreógrafo residente del Ballet de Stuttgart, creó «La consagración de la primavera» para la CND a petición de su director artístico, Mario Galizzi; el resultado es una obra que reinterpreta la obra que se estrenó en 1913 con coreografía de Nijinsky y diseño de Roerich, y ofrece una pieza poderosa.

En el libreto original de «La consagración de la primavera» se sacrifica a una joven virgen como parte de un ritual de primavera de la Rusia pagana y baila hasta la muerte ante su tribu -aunque no hay registro histórico de que en verdad haya ocurrido-. Y en la obra de Volpi, el sacrificio es de un joven interpretado estupendamente por Julio Morel.

De acuerdo con el arqueólgo Carlos Javier González,consultor de Volpi para la creación de esta obra, Xipe Tótec es uno de los principales dioses mexicas a quien se le dedicaba una de las fiestas más importantes, el Tlacaxipehualiztli, un ritual que coincidía con el equinoccio de primavera.

Se desarrollaban sacrificios humanos, principalmente de guerreros y enemigos, el tratamiento sacrificial característico es que los cuerpos eran desollados y la piel después era utilizada por hombres jóvenes para convertirse en imágenes vivientes de este dios. Aunque en el origen mítico del desollamiento la primera que muere es la Diosa madre, una mujer, interpretada por Isis Murcio.

Volpi consigue que esta ceremonia mexica se desarrolle al ritmo de la obra de Stravinsky, presenta cuadros significativos con los guerreros, las mujeres y la tribu, y construye, incluso, un gran personaje, el cautivo de Morel.

La estética de esta versión no escapa a los hitos creados por Pina Bausch y Maurice Béjart. La escenografía de Jorge Ballina y el vestuario de Jerildy Bosch presentan tonalidadades claras, cafés, leotardos que trazan la desnudez del cuerpo; además de la presencia de la tierra y la sangre.

Las creaciones de estos coreógrafos son referentes tan poderosos que realidad casi nadie ha escapado de ellos y el tiempo no ha sido suficente para guardar la distancia, prueba de ello son las versiones que se hicieron en todo el mundo a propósito de los 100 años de su creación.

La función abrió con «La pavana del moro» de José Limón, con música de Henry Purcell, estrenada en 1949 y es considerada por la crítica como una de las obras más importantes del coreógrafo sinaloense, y ha sido interpretada por bailarines como Rudolf Nureyev, ni más ni menos.

Está inspirada en «Otelo» de Shakespeare, la historia es conocida por todos, pero el coreógrafo consigue que la tragedia pase por el movimiento y por todas las emociones hasta llegar al clímax y a la muerte.

Para la reconstrucción de la pieza se invitó a Kathryn Alter, quien forma parte del Limón Institute y es maestra en la Limón Company.

El primer bailarín Erick Rodríguez ofrece un Yago perveso y servil, es él quien mantiene la tensión del drama; Gerardo Wyss, en cambio, intepreta al Moro y no alcanza el poderío y la fuerza de su personaje. Lo mismo ocurre con Iratxe Beorlegui, no llega al punto más alto de la sensualidad que exige el rol de Emilia; mientras que Isabel García encarna la dulzura de Desdémona.

El resultado es una Pavana desigual. El programa continuó con el estreno en México de «Ebony Concerto», con música de Stravinsky y coreografía de Demis Volpi. El coreógrafo argentino se inspiró en la obra que el compositor ruso escribió para el clarinetista Woody Herman y su orquesta, estrenada en 1946. Se trata de un dueto interpretado por la primera bailarina Agustina Galizzi y el primer solista Sebastián Vinet, sin más pretensión que dejarse llevar por la deliciosa obra inspirada en el jazz y el blues.

Así, los solos de clarinete se sienten, se escuchan, se contemplan. Sin trama, sin lugares comúnes. Una lástima que en la noche de estreno haya sido con grabación y no en vivo, como ocurrirá en las siguientes funciones los días 11, 13, 15 y 18 de marzo en el Palacio de Bellas Artes, con la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, bajo la batuta de Sylvain Gasancon.

Agustina Galizzi se presenta como una intérprete que domina la técnica, pero sobre todo que disfruta lo que hace. El pelo de un lado a otro, la cabeza en un vaivén de alegría y sentido del humor, la sonrisa que corona su movimiento. En cambio, Sebastián Vinet logra seguirle el ritmo y nada más. Destaca también el diseño de iluminación de Claudia Sánchez y el de vestuario de Miguel Garabenta.

El director artístico, Mario Galizzi, ha realizado diversos cambios desde su llegada, el primero fue sacar «El lago de los Cisnes» de Chapultepec para presentarlo en Bellas Artes sin «mutilaciones»; logró el estreno de «Manon» de Kenneth MacMillan, presentó un decoroso «Cascanuces» y ha mejorado notablemente el nivel técnico de los bailarines

Por ejemplo, en sus manos han comenzado a brillar intérpretes que habían estado en las sombras como Greta Elizondo y Yoalli Sousa, han llegado figuras que han enriquecido a la compañía como Julio Morel y otros intérpretes se han vuelto claves como Agustina Galizzi, Erick Rodríguez y Roberto Rodríguez.

Ahora, con dos estrenos en una noche y la ejecución de «La pavana del moro» de uno de los más notables coreógrafos mexicanos, referente en la historia de la danza, la Compañía Nacional de Danza da otro paso sólido hacia la construcción de una sus más significativas etapas en los últimos años.