Potosinos entre nosotros

Hay personas que viven entre nosotros para las que no tenemos un nombre y apellido. Son personas que vemos cruzar la calle, o que se forman en el banco delante de nosotros. Salen a trabajar de lunes a viernes y los fines de semana tal vez vayan al cine o al parque Tangamanga… potosinos comunes y corrientes. Sin embargo, entre toda esa gente, puede ser que alguien alcance a percibir el poder de lo común y corriente.

El Ing. Francisco de la Rosa y Maldonado nació el 23 de septiembre de 1923 en la capital potosina. Las calles de San Luis lo vieron andar en patines y en bicicleta antes de que partiera a la Ciudad de México a realizar sus estudios profesionales. Una vez graduado de Ingeniería Civil por la UNAM en 1950, regresó a las mismas calles pero ahora a recorrerlas en motocicleta y en su bocho blanco. Volvió y no tardó en comenzar a realizar sus proyectos de pequeñas y grandiosas obras.

Entre todo lo que construyó, destacan la Parroquia de las Tres Aves Marías, el Santuario de Shoenstatt, la Escuela de Educación Especial Rafaela Arganiz, el Jardín de niños La Pajarita, el Colegio Miguel Ángel, el primer campus del ITESM en San Luis, la fábrica de Mole Doña María, varias naves industriales y un montón de fraccionamientos y casas habitacionales en colonias como Nuevo Paseo, Abastos, Los Arbolitos, Librado Rivera y Bellas Lomas. También colaboró en la construcción del Seminario Mayor, el Colegio Motolinía, la Escuela Niño del Obrero, el Colegio Miguel Ángel, el convento de las Madres Reparadoras, y el Asilo Aguirre.

En sus años universitarios, Francisco fue Presidente de la Sociedad de Alumnos de la Escuela de Ingeniería. Más tarde fue socio fundador de la Cámara de la Industria de la Construcción en San Luis y de la constructora Rosval. Al inicio del programa Infonavit, fue uno de los primeros constructores potosinos en colaborar bajo la dirección de Silva Herzog en tiempos del presidente Echeverría. A los 27 años fue llamado por el presidente municipal, el Lic. Agustín Olivo Monsiváis, para ser el Director de obras públicas de la ciudad. En ese entonces el Ingeniero tenía tan sólo 27 años, pero el Licenciado lo eligió porque “sabía mucho y además tenía la conveniencia de que andaba en motocicleta”, lo que le permitía monitorear las obras fácilmente. Bajo este puesto trazó la Glorieta Bocanegra, las avenidas de Himno Nacional y Muñoz, dirigió proyectos de drenaje público como el de la Avenida Reforma, tomó el primer plano aéreo de la ciudad de San Luis, y también se redactó el primer Reglamento de Construcción de la ciudad.

En todos sus trabajos de construcción buscó la excelencia hasta en el último detalle. Por ejemplo, al trazar la Avenida Muñoz, la planeó de 60 metros de ancho pensando en la fluidez del tráfico, aunque su proyecto fue detenido y finalmente quedó de 40 metros. Hace varias décadas no parecía indispensable que los locales comerciales contaran con estacionamiento, pero como Francisco pensaba a futuro, exigía a los dueños dejar un espacio con este fin, cosa que hoy en día la ciudad le agradece.

Junto a su esposa, construyó una gran familia sobre cimientos igual de resistentes que sus edificios. Buscó que sus hijos y nietos, al igual que él, se preocuparan por estar al servicio de los demás, y quedaba claro cuando corregía a sus nietos: “No se contesta ‘¿Qué?’, se dice ‘Mande usted’”. Para su familia siempre fue el apoyo más entusiasta y para sus amigos siempre tuvo las puertas abiertas. El Ingeniero siempre contaba con una anécdota o chiste elegido entre su amplia colección especialmente para la persona con quien estuviera hablando porque el ingeniero valoraba la individualidad de cada persona.

Después de haber ido juntando estas y más hazañas a lo largo de ochenta y tantos años, el Ingeniero de la Rosa fue galardonado con el Premio al Potosino Distinguido. Con su ejemplo de vida nos demostró que no se necesita ser ni millonario ni gobernador ni artista famoso para poder hacer un cambio en San Luis, sino que sólo se necesita querer hacerlo. Se empeñó en hacer bien las cosas a sabiendas de que miles de personas, incluidos sus nietos y bisnietos, podrían disfrutar de un trabajo bien hecho y que su obra afectaría la vida de los potosinos. Todo lo hizo por amor: por amor a San Luis y por amor a su trabajo, porque para él, la única manera de trabajar era amando lo que hacía.

Nunca se cansó hasta que los años le reprocharon el acelere de 92 años y lo sentaron a descansar. Finalmente, el 19 de enero, el Ingeniero dejó este mundo mientras estaba acompañado de su familia. Con la memoria del Ingeniero es apropiado honrar también a tantos potosinos “comunes y corrientes” que trabajan todos los días por hacer de nuestra comunidad un mejor lugar.

¡Muchas gracias, Ingeniero!

QEPD

1923-2018