Los corales de aguas frías también se están muriendo

Los corales tropicales no son los únicos que están sufriendo el impacto del cambio climático. En las aguas más frías y profundas del Atlántico norte también están muriendo. Un estudio de investigadores españoles ha comprobado que el CO2 está provocando la acidificación del agua del océano. Las corrientes están llevando esta corrosión hasta las profundidades. Allí, el coral, el andamiaje de los ecosistemas, se está disolviendo como un azucarillo.

«En los mares tropicales, los corales son organismos simbiontes que viven de la luz. Sus exoesqueletos de carbonato cálcico alojan a las algas que realizan la fotosíntesis. Si las aguas se calientan, pierden a las algas y mueren», dice el investigador del CSIC en el Instituto de Investigaciones Marinas de Vigo (IIM) y principal autor del estudio, Fiz Fernández, «Los corales fríos viven en profundidades de hasta 3.000 metros a las que no llega la luz.

Se alimentan de materia orgánica que va sedimentando y son el sustrato de los ecosistemas de aguas profundas», añade. Hasta ahora, parecían relativamente a salvo de la muerte que está castigando a los corales de aguas cálidas superficiales.

Sin embargo, el estudio del IIM, publicado en la revista Nature, muestra que las aguas más frías y profundas también están siendo sacudidas por el calentamiento global.

El agua del mar se mueve fundamentalmente por las diferencias de temperatura. Las aguas tropicales, más cálidas y ligeras se desplazan hasta los polos y, una vez allí, el frío las hace más pesadas y bajan a capas más profundas, iniciando algo parecido a un viaje de vuelta. Es la esencia de la circulación termohalina que mueve los mares. «Hasta ahora, esta circulación era un flujo de vida, pero empieza a ser un flujo de muerte», comenta Fernández.

Los océanos han atrapado hasta un tercio del CO2 generado por las actividades humanas. De este porcentaje, el Atlántico central y norte acumulan una cuarta parte. Concentrado en especial en las aguas superficiales, su acumulación y la circulación oceánica están llevando cantidades crecientes de este gas de efecto invernadero desde los trópicos hasta los mares del norte.