Guajolota, el antojo chilango

Al menos hay dos testimonios que pelean la paternidad de este delicatesen:

Dicen que en Tulancingo, Hidalgo, unos ingenieros acudieron hambrientos a un puesto donde la dueña ya casi no tenía comida, ella les ofreció una torta rellena de enchilada, la probaron y dijeron que era su guajolote. Después, una empleada de la señora puso un expendio y llamó a estas tortas “guajolotes”.

Otra versión dice que en la ciudad de Puebla se vendían pambazos (estas teleras bañadas con salsa de chile huajillo) con enchiladas dentro.

Lo que falta saber es cómo se hizo la transición de las enchiladas al tamal.

Pero los sibaritas son específicos en resaltar variantes. Se sabe por ejemplo:

Si la torta va con un tamal previamente frito se llama guajolota.

Si la torta va con un tamal en su estado natural, es una torta de tamal.

Si te comes el tamal frito sin bolillo, recibe el nombre de tamal encuerado. Los amantes de la comida saludable no son entusiastas del platillo porque le echan cuentas: 500 calorías del tamal, más otras 500 del bolillo: 1000 calorías, casi la mitad de las que debemos ingerir a diario. Y si agregas el obligado atolito de vainilla o el champurrado, ya ni te contamos.

Pero en las mañanas frías (porque se come en las mañanas), antes del jale en la oficina, del esfuerzo intelectual en las universidades…. ¿cómo no necesitar del carbohidrato que nos permita arrancar?

Los defensores de estas delicias arguyen que por apenas quince pesos, una guajolota o una torta de tamal mejora el estado anímico, remedia el mar de amores y da energía para el resto del día.

Incluso no han faltado los poetas, quienes han dicho que la torta de tamal y la guajolota representan el verdadero mestizaje, el encuentro de dos mundos, la conciliación de dos cereales –el maíz y el trigo- y dos culturas. Poesía pura en las afueras de las oficinas y momento estelar de la gastronomía chilanga.

¿Tú ya has probado las tortas de tamal?