‘Chemsex’, mucho más que sexo con droga

El término chemsex surge de la expresión  chemical sex, sexo químico. Pero para que un ayuntamiento como el de Barcelona haya incorporado su práctica como un problema de salud pública no cabe duda de que el chemsex traspasa determinados límites tanto en el uso de las drogas como en el del sexo.

Durante mucho tiempo se ha usado este término para referirse al uso de cualquier sustancia en un contexto sexual de cualquier grupo de población. Pero hoy y según todas las asociaciones especializadas en el tema, el chemsex es el uso combinado de metanfetaminas o crystal meth, GHB o éxtasis líquido y mefedrona (acompañados de otros estimulantes como el poppers y la viagra) por parte de hombres que tienen sexo con otros hombres.

Lo más frecuente, según se refleja en el estudio de Stop Sida, es que las maratones de sexo duren 24 horas, seguidas de las que duran 48, todo el fin de semana. Y cada semana. Las sesiones no solo se celebran en fiestas privadas a las que se suman participantes convocados vía aplicación de móvil, o en saunas abiertas 24 horas. “También hay chemsex individual y cibersexo mientras se consumen drogas, uno a uno o en grupo”, explica Percy Fernández Dávila, responsable de investigación de la entidad.

En todo caso, se trata de sexo mayoritariamente sin condón, con un 65% de personas con VIH y con infecciones de transmisión sexual en 2 de cada 3 y hasta un 17% de casos con hepatitis C en el último año. Y según el estudio, cuando se les pregunta a los usuarios por el nivel de satisfacción que logran, el 42 por ciento admite que sólo les satisface “a veces”.

La percepción de peligro no pesa mucho entre los usuarios del chemsex, pero sí hay un reconocimiento de que da problemas: no se presentan en el trabajo, pierden amigos y hasta la pareja (la mayoría tiene pareja) porque se les pasó ir a casa o que habían quedado, la vida se vuelve muy revuelta; o directamente detectan efectos de las drogas en su ­salud.

Estas sesiones se prolongan durante varias horas e incluso días, y aunque los servicios de salud pública lanzan campañas contra el uso de cualquier droga, están poniendo ahora un foco especial en las chemsex ya que suponen un reto por las peculiaridades de esas sustancias. Las chemsex están generando un nuevo tipo de adicto, además de un repunte de las infecciones de VIH y otras enfermedades de transmisión sexual, algo muy preocupante.

El alcohol y las drogas se han usado para el sexo históricamente en todos los colectivos. El problema de sustancias como la mefedrona, el GHB y el crystal meth (también llamado tina) es que generan una especial desinhibición de cara al sexo, y permiten su uso durante muchas horas con un “subidón” constante. Para quienes quieren que la emoción sea todavía mayor, recurren al “slam/ slaming” y consiste en inyectarse la mefedrona para que el efecto sea más rápido de conseguir (El intercambio de jeringas facilita la propagación de ITS).

Esto es particularmente peligroso, ya que los efectos de una de las drogas se contrarrestan con la otra y esto hace que estas sesiones duren hasta varios días con el consiguiente daño físico y mental. Dentro del chemsex está la modalidad llamada slam, en la que las drogas se inyectan para conseguir efectos más fuertes y rápidos.  Además del enorme riesgo de compartir jeringuillas, con esta práctica aumentan enormemente las posibilidades de sufrir una sobredosis, en ocasiones mortales. En algunos foros sobre el tema se puede leer que en países como Estados Unidos o Reino Unido (cuna del chemsex) lo último es llevar a uno de los participantes al límite, es decir, jugar a rozar la sobredosis (en el argot se denomina “doblar”) o incluso alcanzarla premeditadamente a sabiendas de que se puede terminar muerto.Más allá de los problemas derivados de la adicción a estas drogas, el aumento de infecciones de VIH y otras enfermedades como la hepatitis C es la principal preocupación de las autoridades sanitarias respecto al chemsex.

Las posibilidades de caer en prácticas de riesgo estando borracho o bajo los efectos de una droga son siempre mayores, pero se multiplican en el caso de una de estas sesiones. El GHB o la metanfetamina afectan directamente a la consciencia, y chicos que normalmente usaban condón en sus relaciones aseguran que al tomarlas es muy fácil olvidarse de tomar precauciones. En el caso del éxtasis líquido, los médicos apuntan a que favorece el sexo anal ejercido con fuerza ya que es un anestésico, lo que favorece aún más los riesgos de infección por la rotura de capilares sanguíneos. El resto de papeletas para terminar contrayendo una enfermedad lo aporta la naturaleza orgiástica de estas sesiones. En las chemsex lo normal es tener sexo con muchos hombres. En muchos casos se llega a perder la cuenta.

El reto ahora es abordar la problemática del chemsex por un lado como problema sanitario. Asociaciones del colectivo gay, y desde ahora también poderes públicos como el ayuntamiento de Barcelona, tienen campañas de concienciación respecto al uso de estas nuevas drogas. Respecto al repunte de contagios por VIH, estas asociaciones apuestan porque se distribuya de forma gratuita el llamado PreP, un combinado de medicamentos antirretrovirales que impide la transmisión del virus del SIDA. Pero advierten de que el chemsex tiene sus raíces en las presiones sociales específicas del mundo gay.

Un colectivo generalmente más liberal en cuanto al sexo, y por tanto más vulnerable a los excesos y sus consecuencias.Las motivaciones para acudir a esta forma de relacionarse sexualmente, además de para mejorar la experiencia sexual propiamente dicha, incluyen colmar otras muchas necesidades psicosociales: personas que no se atreven a tener relaciones con el mismo sexo o realizar determinadas prácticas si no es mediante drogas; jóvenes sin redes sociales y que de esta forma encuentran o creen encontrar un grupo; historias de malos tratos en la adolescencia; dificultades para implicarse emocionalmente.