El carmesí favorito en el Palacio de Bellas Artes

Cuando Vicent van Gogh pedía a su  hermano le comprara pinturas para  trabajar, le hacía un encargo especial: carmín de las Indias. Es el pigmento rojo producido sólo en México desde época prehispánica. El esplendor del color, impreso en textiles indígenas, encantó al pintor holandés, y lo usó en al menos 40 de sus obras; entre ellas La recámara de Van Gogh en Arlés (1889), propiedad del Museo de Orsay, París.

También lo contiene La visita a la tumba (1850) de William Turner que conserva la Tate de Londres, y el retrato Madame Léon Clapisson (1883) de Auguste Renoir, de la colección del Instituto de Arte de Chicago. Son pinturas referenciales del impresionismo que comparten el rojo mexicano, ese que genera el insecto del nopal llamado grana cochinilla. El color que fue, por más de 300 años, el segundo producto de exportación de la Nueva España, a demanda de los artistas europeos: Tintoretto, Tiziano, Velázquez, Renoir, Van Gogh, y más.

Por primera vez estas tres obras están en México. Se presentarán en la exposición Rojo mexicano. La grana cochinilla en el arte, que es un mapa histórico sobre la importancia estética y comercial del pigmento entre el siglo XVI y XIX. Con 70 obras –49 de colecciones nacionales y 21 de internacionales–, la muestra es una investigación histórica, estética y científica sobre los usos de la cochinilla desde tiempos prehispánicos. Hace un recorrido a partir de los códices, los textiles milenarios, pasando por los retratos de la nobleza e incluso los religiosos, hasta llegar a las obras modernistas.

De las “joyas imperdibles” de la curaduría destaca también La deposición de Cristo (1550) de Tintoretto, de la Galería Nacional de Escocia. Lo mismo el Retrato del Arzobispo Fernando de Valdés (1645) de Diego Velázquez, un préstamo de la National Gallery de Londres, y Buenos días señor Gauguin (1889) de Paul Gauguin que viene del Museo Hammer de Los Ángeles.

Pero más allá de desplegar obras maestras, la exhibición atiende varias premisas. Primero, se confirma el origen mexicano de la grana cochinilla que historiadores de Perú demandaban.

A través del lienzo encontrado en la Cueva del Gallo, en Morelos, que data del año 300 a. C., se confirma la pertenencia del pigmento a México. “Es el textil más antiguo que se tiene, y es la primera vez en una exposición”, advirtió el curador George Roque.

Segundo, la curaduría vincula el textil del siglo XVI con la pintura europea para demostrar que los artistas del viejo mundo, principalmente de Italia y España, se apropiaron del color mexicano para imitar en sus obras los tapetes, las mantas o los manteles que veían de manera cotidiana, y con la cochinilla entintaban sus producciones para replicar el esplendor de los telares.

“La cochinilla llega por el puerto de Sevilla desde los años 30 de los 1800 y para los 50 ya estaba en Escocia, Florencia y Venecia. Los pintores venecianos, que hay que recordar que Venecia era la cuna del textil, querían imitar ese resplandor de los colores y usan la cochinilla”, añadió Roque. Premisa que se comprueba con el óleo La deposición de Cristo que data de 1550 y se realizó en Escocia; su manto están pigmentado con el rojo intenso.