Viven cuatro mil 500 personas en situación de calle en la CDMX

Alma tiene 36 años de edad y nueve hijos, a algunos ya no los ve y sabe que otros también viven en la calle. A los tres más pequeños los cuida la familia de su ex pareja, no se los dejan ver, mientras que una de sus hijas, de 15 años, ya está embarazada.

Aún cuando tiene una nueva pareja y un lugar donde vivir en la colonia la Presa, a las faldas del cerro del Chiquihuite, Alma no ha regresado desde hace varios días, aún tiene delineador morado en los ojos y en las manos una estopa embebida con activo. Cuando se enteró de que su hija estaba esperando bebé regresó su adicción, «más fuerte, como nunca», dice entre lágrimas.

En la Ciudad de México viven alrededor de cuatro mil 500 personas en situación de calle, de los cuales 86 por ciento son hombres y 14 por ciento mujeres; la mayor parte de ellos son personas adultas con una proporción de 52 por ciento, mientras que 32 por ciento son jóvenes, 12 por ciento adultos mayores, y 4.0 por ciento son menores de 17 años, precisó el secretario de Desarrollo Social de la Ciudad de México, José Ramón Amieva.

En entrevista con una agencia de noticias a nivel nacional abundó que se tiene cuenta de la existencia de alrededor de 252 puntos de calle, más de 50 por ciento de estos se ubica en la delegación Cuauhtémoc; sin embargo, «podemos decir que se forma un corredor desde la parte del Centro Histórico hasta la parte de la Basílica de Guadalupe, en donde encontramos que estas personas en la calle desarrollan su vida».

La población en situación de calle va por la tercera generación, es decir, las personas que se detectaron en situación de calle ya han tenido hijos que a su vez ya también han sido padres; sin embargo, estas tres generaciones no están conviviendo en la calle, añadió.

Angelita, de 72 años de edad, vive en una casa improvisada con lonas, cartones y propaganda electoral de otros años, la comparte con su hijo Melitón, de 36 años. Ella tuvo tres hijos y lleva 15 años viviendo en las zonas aledañas a la Basílica de Guadalupe, no tiene acta de nacimiento, nunca la tuvo porque su papá no vió la importancia de registrarla «si al final te vas a casar», por lo que no puede acceder a los servicios de ayuda que ofrece el gobierno de la Ciudad de México.

Perdió un ojo durante una peregrinación de cueteros, pero no se desanima, al final de cuentas, como dice, «aquí tengo todo», señalando su casa y a sus dos amigos de cuatro patas, Angelita nunca consumió ningún tipo de drogas y su actividad se centra en el cuidado de los automóviles de quienes visitan la Basílica y en 15 años ha visto de todo, aún cuando a sus hijos los tuvo en un contexto normal, sí refiere haber visto a muchas mujeres en situación de calle o embarazadas y consumiendo sustancias tóxicas, o bien, con los niños viviendo con ellas.

En ese sentido, el titular de la Secretaría de la Desarrollo Social de la Ciudad de México detalló que a «muchos de los niños cuando son pequeños los dejan al cuidado de los abuelos, es un tema preocupante, porque son mujeres jóvenes que tienen una adicción, sobre todo a estos solventes inhalantes que generan en menos de cinco años daños que son irreversibles para el cerebro y que les genera una esclavitud y todas las acciones que realizan en calle las hacen para abastecerse de ese tipo de drogas».

Se trata por lo general de mujeres muy jóvenes que no tienen una educación sexual adecuada y que tienen a sus bebés siendo aún menores de edad y que por lo general dejan al cuidado de sus familias de origen; sin embargo, se conoce que tienen más hijos en condiciones difíciles debido a los problemas de adicción y de salud con los que viven y, de acuerdo con el trabajo de campo que realiza la dependencia, se sabe que las mujeres que viven en esta situación, al llegar a los 21 años, ya han tenido al menos dos hijos.

Explicó que con 10 pesos pueden conseguir «mona», que es una estopa o tipo de tela embebida con solventes, en tanto que el bote tiene un costo de 40 pesos, y comen en su mayoría hidratos de carbono o refrescos, es decir que no llevan una alimentación adecuada.

Arturo, de 57 años de edad, mejor conocido como «El Acapulco» debido a que es oriundo de dicha entidad, lleva al menos 40 años viviendo en las calles y refiere que la vida es dura, a veces no tienen ni para comer, aunado a que tiene siete huesos rotos en el pie derecho, aún así busca ganarse la vida cuidado automóviles, él, junto con su amigo Enrique, originario de San Juan Teotihuacán, son vecinos de Angelita. «Entre todos nos cuidamos», señalaron.

«Cuando me salí a la calle tenía 15 años, ha sido duro vivir en la calle, no me baño muchas veces, pero también es bonita la vida, ando libre como el aire», señaló entre risas, aunque poco después, al mencionar a su familia y bajo los influjos del «whisky», como le llaman al mezcal de bajo costo, un par de lágrimas surcaron sus mejillas.

La neuropsicóloga de la Universidad Iberoamericana, Laura Cecil, explicó que las sustancias tóxicas deterioran de manera importante las funciones cerebrales y físicas de quienes las consumen y se presentan en el mediano y largo plazo, lo que limita las conexiones a nivel cerebral que podría derivar en una muerte neuronal.

En entrevista, dijo que uno de los factores que obligan a este grupo vulnerable a permanecer en las calles es el estigma de marginación, que a nivel emocional genera baja autoestima, los niños, al nacer en las calles, señaló «ya son hijos de la calle».

Cecil explicó que los niños que nacen en esta situación manifiestan estados de alerta más elevados y tienen un perfil psicológico de adaptabilidad, «si no se adaptan, si no están alertas a los peligros, se mueren, es una cuestión de supervivencia», además, expuso que la exposición prolongada a sustancias tóxicas afecta de manera importante el área del lóbulo central frontal, «que es la que nos hace seres sociales».

Así, indicó que quienes viven en situación de calle tienen dificultades para relacionarse con los demás debido a que además están vinculados a las drogas, al estar bajo el efecto de sustancias activas lo primero que se merma es el lóbulo frontal, por lo que son más instintivos, aunado a que el entorno en el que viven los hace más agresivos, «son niños que se relacionan con los demás de manera más instintiva, primitiva y agresiva».

En cuanto a los efectos del consumo de drogas durante el embarazo, expuso que derivan problemas de salud en el feto, bajo peso al nacer, nacimiento prematuro, anemia, falta de minerales y vitaminas, aunado a que a nivel neurológico los bebés pueden nacer con diversos trastornos y síndrome de abstinencia, mientras que al crecer, por lo general enfrentan problemas de aprendizaje, por mencionar sólo algunos de los múltiples efectos.

La directora de Casa Yolia, institución de asistencia social que atiende a hijos de personas en situación de calle e inmigrantes, y a niñas de grupos vulnerables, Mónica Rábago, recordó que en los años 90, cuando el fenómeno de los niños de la calle comenzaba a ser perceptible, ha sufrido constantes modificaciones.

En 2010, junto con otras dos instituciones, realizó una investigación que arrojó que la situación se complica debido a las redes de narcomenudeo y trata de blancas, de las cuales los niños son presa fácil, además, muchos han cambiado la calle por hoteles de paso ubicados predominantemente en la zona centro de la ciudad y en donde por 80 pesos tienen un espacio privado en el que sin ser molestados por policías pueden consumir sustancias tóxicas.

Además, la proliferación de ropa e insumos económicos también cambió su forma de vestir, por lo que a veces es difícil detectarlos, el promedio de salida a la calle también ha cambiado con el paso de los años, así, hace más de 20 años se detectaban niños viviendo solos en la calle desde los seis años, en la actualidad comienzan a alejarse de sus casas en la adolescencia, aunque si tienen hijos, éstos viven en la calle desde pequeños.

La directora de la institución, de las pocas dedicadas a la atención específica de las niñas de grupos vulnerables, explicó que muchas salen de sus casas ante un contexto de violencia, aunado incluso a abusos sexuales, después, por lo general tienen una baja autoestima y en las calles logran sentirse parte de un grupo.

Son niñas que tienen parejas que al saberlas embarazadas en un principio lo toman de buena gana, pero con el avance del periodo de gestación las abandonan, lo que les devuelve la sensación de no ser amadas y deriva en un círculo vicioso en el que el consumo de sustancias tóxicas es el invitado principal.

Se tiene cuenta de que la edad promedio de embarazo es de entre los 15 y 16 años; sin embargo, debido a las intervenciones de instituciones como Casa Yolia, se ha detectado que quienes permanecen en estos programas aumentan la edad de llegada a la maternidad a los 18 años.

Las situaciones de violencia que viven son muy variables

Rábago añadió que los hijos de las niñas de la calle que son atendidos en Casa Yolia muestran poco arraigo a los espacios físicos y niveles elevados de violencia, ello, debido al contexto familiar en el que viven, en donde sus madres al parirlos siendo adolescentes no tienen nociones de maternidad y buscan todavía seguir con la diversión, así, tienen dificultades de aprendizaje, síndromes como el de déficit de atención y dislexia.

A su vez, coincidió en que aún cuando todavía existen familias completas que nunca dejaron las calles, muchas mujeres también establecieron estrategias de defensa para sus pequeños, algunas los dejaron al cuidado de sus familias y otras tantas en instituciones gubernamentales o de asistencia social.

Sin embargo, al no contar con información sobre control de la natalidad, tienen más de un hijo cuyo proceso de gestación es en la calle, lo que sumado a mala alimentación y abuso de drogas, complica la situación de salud de los niños.

«Las situaciones de violencia que viven son muy variables, desde la violencia que puede ejercer la misma madre, que por lo general, al no contar con una experiencia sana de vínculo materno tampoco saben cómo ser mamás y repiten contextos familiares de violencia».

Explicó que hay un sentimiento doble debido a que para ellas la maternidad representa un significado importante, ya que es el único vínculo estable que tienen y son un referente emocional, además de que a veces son el motor para un cambio de vida, aunque otras tantas es repetir el modelo de vida que tuvieron.

Refirió que los hijos de las madres que viven en las calles sufren de una violencia natural por descuido y por desconocimiento, sumado a la violencia que a veces ejercen las parejas de las madres. Los niños se enseñan a robar desde chicos, porque es parte de su dinámica cotidiana, roban simplemente porque tienen hambre.

«Son niños que han crecido generando mecanismos de sobrevivencia en contextos que muchas veces son conductas antisociales y ellos no se dan cuenta debido a que es parte de su dinámica cotidiana, por lo que crecen con una mentalidad de desarraigo en la que no se vinculan con espacios físicos ni crean lazos familiares».

Además, buscan asociarse con otros niños de su misma condición, lo que genera un círculo vicioso, si sus padres tenían un referente familiar deteriorado, para ellos ya no hay referentes estables en los cuales desarrollar una estructura de personalidad que los ayude a vincularse sanamente con otros entornos sociales.

El titular de la Sedeso, Ramón Amieva, coincidió en que lo que se busca es lograr la reinserción de estos grupos a la sociedad, por lo que la dependencia cuenta con diferentes programas de atención, como comedores públicos, Hogar CDMX, en donde pueden reproducir la vida en casa, así como 10 albergues con capacidad para hasta cinco mil personas; sin embargo, el que estas personas vivan en la calle por elección limita la intervención.

Ello, sumado al problema de adicción a la drogas, se tiene cuenta de que al menos 80 por ciento de quienes duermen en cama de concreto tienen un arraigo a sustancias que van desde el alcohol y el activo, hasta piedra, que es un residuo de cocaína, así como marihuana, lo que dificulta que quieran regresar a la vida en sus casas o bien, a enfrentar síndromes de abstinencia al dejar dichas sustancias.

Adelantó que próximamente el gobierno de la Ciudad de México lanzará un programa de atención a niños y niñas, no sólo los que viven en la calle sino para los que trabajan obligados por alguien en los semáforos.

«Niños que están en el olvido o que nos hacemos indiferentes, porque habría que hacer el ejercicio de ver a un niño que está en el semáforo, de cuántos coches pasan, cuántas personas los ven y nadie hace nada».

Alma, Angelita, «El Acapulco» y Enrique dan cuenta de las tres generaciones que viven en las calles, ellos se guarecen de las inclemencias del tiempo a un costado del Museo del Ferrocarril, en la Villa de Guadalupe.

Actualmente, este grupo atiende al «Chagy», quien regresó a las calles después de una traqueotomía y cuya pareja, «La China», vive su segundo embarazo, ellos hacen lo que pueden para ayudarse entre sí, coincidieron, «hemos visto a muchos que se mueren aquí».