¡Sigue temblando!

¿Tiene que temblar para que tomemos conciencia de la desgracia ajena y para que, como una sola persona nos unamos y atendamos las necesidades del prójimo? ¿Es necesario el espectáculo de casas, escuelas, templos y otras construcciones partidas por la mitad para darnos cuenta de la fragilidad social en que vivimos?  ¿Es necesario que veamos esas lozas, aplastadas una sobre otra, como si nunca hubiera habido nada entre ellas, para que dejemos a un lado lo que estábamos haciendo y nos integremos a una cadena humana de ayuda?

Si bien es cierto que todas las imágenes y las historias que aparecen en medio de tragedias como las que nuestro país ha vivido recientemente son impresionantes y sobrecogedoras, a mi parecer, más lo es todo aquello que ponen al descubierto. La inaceptable pobreza y carencias de la gran mayoría de las personas que perdieron lo muy poco que tenían, la desolación de miles de familias viviendo en albergues o a la intemperie, la falta de previsión y capacidad de respuesta de las autoridades más cercanas a la población, como las municipales, el doloroso peregrinar de quienes solicitan los apoyos disponibles para la reconstrucción.

Por otra parte, igualmente críticas, la imperdonable negligencia de quienes debieron vigilar por la adecuada construcción de inmuebles y las deficiencias en el aseguramiento del patrimonio de cientos de miles de personas que, con un adecuado seguro, podrían haber protegido sus bienes. En una sola expresión, todo se puede resumir en la fragilidad social en que vivimos.

La sabiduría popular se vuelve a manifestar en el dicho aquel de que “Al perro flaco se le cargan las pulgas” pues, ciertamente, son aquellos que menos tienen los que más perdieron en estos lamentables movimientos telúricos. Basta ver las escenas de Chiapas y Oaxaca y observar, al lado de la devastadora fuerza de la naturaleza, la condición de precariedad en que viven. De toda esta endeblez, la parte que más preocupa es la relativa a la pobreza en que, pese al paso del tiempo y a los esfuerzos que se hayan hecho, aún viven tantas familias que, ahora sí, después de los temblores, son totalmente desposeídos.

 Quizás haya quien aluda a una lamentable coincidencia, el que los sismos hayan sido más fuertes en aquellas zonas, pero vale la pena traer a cuento algunas cifras de la geografía de la pobreza en México y ya serán mis lectores quienes saquen conclusiones sobre las mismas.

Según el CONEVAL, mientras a nivel nacional en 2016 el 43.6% de la población vivía en situación de pobreza, en Chiapas, dicho porcentaje asciende al 77.1% mientras en Oaxaca alcanza el 70.4%. Lo peor es que pareciera que la situación está condenada a no cambiar nunca, si tomamos en cuenta que el porcentaje poco a variado al paso de los años. En Chiapas, en 2010 el porcentaje era del 78% y en Oaxaca del 67%, o sea que, en este último estado, no solamente no mejora, sino que ha empeorado. Igualmente, es muy preocupante el tema en ambos estados de la pobreza extrema, si observamos que, mientras a nivel nacional el porcentaje de quienes viven en tal condición era del 7.6%, en Chiapas era del 28.1% y en Oaxaca del 26.9%, ¡Casi 4 veces más en dichas entidades!

Otros datos no son menos preocupantes, si tomamos en cuenta, por ejemplo, que mientras la desnutrición crónica es del 10.1% en las zonas urbanas, ésta llega a alcanzar el 19.9% en las rurales. Y si hablamos de casas que se caen, no podemos ignorar los indicadores que se refieren a hogares vulnerables. El indicador de “Carencia por calidad y espacios de la vivienda” de CONEVAL mide a las viviendas con piso de tierra, con techo y muros de material endeble, y las viviendas con más de 2.5 personas por cuarto. Chiapas y Oaxaca poseen índices dos veces más altos al promedio nacional de esta carencia. En Oaxaca, el porcentaje de la población viviendo en hogares vulnerables fue de 20.9% en 2015; mientras que en Chiapas fue de 28.9%.

Así las cosas, coincidirán mis lectores conmigo en que la situación es no preocupante, sino alarmante y exige acciones inmediatas, con efectos en el corto plazo y de acción verdaderamente profunda. Para mí, lo he dicho ya en este espacio, estas acciones se pueden resumir en la implantación de una Renta Básica en las zonas más marginadas del país, que sustituya a toda la batería de programas sociales, tan burocratizados y politizados y que, en un plazo verdaderamente corto termine con esta situación insostenible. Creo sinceramente que llegó el momento de tratar los grandes males con grandes remedios y dejarnos de darles la vuelta.

Si la respuesta a las preguntas que se contienen en el primer párrafo de esta colaboración son positivas y efectivamente, necesita temblar para que actuemos, aunque incomode la afirmación, más vale que aceptemos que en tanto esto no se atienda y resuelva, ¡Sigue temblando!.