Con dinero baila el perro…y el político

Hay personas con las que se genera casi instantáneamente eso que llamamos química. Eso es lo que sucedió conmigo y con Don Alfonso Martínez Domínguez, un político calificado como un viejo lobo de mar dentro de la clase política mexicana. Encontraba yo especialmente agradable conversar con él, ante cualquier oportunidad de hacerlo, como aquella vez que, estando yo en la Secretaría de finanzas del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, me llamó para proponerme pasar a tomarse un café conmigo, a lo que accedí de inmediato.

Ahí llego aquel hombre a quien siempre conversé deliciosamente y a quien admiré y respeté, y con él llegó también todo bagaje de conocimientos relacionados con el sistema político mexicano, para sorprenderme con el tema que lo había llevado a buscarme.

Vengo a felicitarlo, me dijo, por esa iniciativa para fortalecer los órganos y estrategias relacionadas con el financiamiento ciudadano para nuestro partido, ya que me parece que recuperan una parte importante de la verdadera participación de los militantes en la financiación de las actividades políticas. La militancia debe hacerse cargo de la operación del partido y no descansar en recursos del erario, cualquiera que sea la forma en que dichos fondos públicos se obtengan.

Pero también vengo a decirle que disponer de esas Comisiones de financiamiento, así como de lo que ha denominado las Células Empresariales, a través de las cuales se obtendrán recursos haciendo a la vez proselitismo, será solo la mitad de lo que debe hacerse.

Su trabajo no estará completo si no revisa a fondo esa perversión en la que hemos caído al crear esas burocracias partidistas que tanto cuestan al PRI. Cualquiera podría pensar, con razón, que el partido es la Secretaría de elecciones del gobierno, una estructura burocrática más. En mis tiempos, me dijo, los comités distritales, por ejemplo, operaban en casas de militantes o en espacios proporcionados por ellos.

Estaba claro, en aquel entonces, que al militante correspondía aportar a su partido y con ello a las causas que apoyaba y no al revés. De ninguna manera era aceptable que alguien se pegara a la ubre del partido, como parásito, para beneficiarse de él. Uno aportaba la cochera de la casa u otros espacios con orgullo y satisfacción, poniendo el café y los bocadillos para quienes asistían a reuniones o asambleas.

No como ahora, Oscar, que como moscas caen a su oficina todos los días aquellos que buscan solo hacer negocios de la actividad política. Póngase los pantalones y acabe con esa burocracia tan gravosa para todos.

Siguió la amena conversación, salpicada de interesantes anécdotas relacionadas con su rica experiencia, en la cual repasamos los más variados temas, aunque debo reconocer que todo el tiempo seguí pensando en la razón que tenía Don Alfonso, en relación con el tema de los dineros de la política y la forma en que miles de personas se dedican a amamantarse de esas ubres que cada día tendíamos a hacer más ricas y generosas.

A partir de ese día, cada vez que alguien me visitó para proponerme una nueva y “maravillosa” forma de movilización electoral o artículos promocionales, o algún servicio relacionado con la logística de eventos públicos o una creativa campaña de comunicación, no pude evitar verle más el signo de pesos en la cara, que un verdadero sentimiento de compromiso con el partido y sus causas. Por cierto, que la mayoría de las citas que di, obedecieron a recomendaciones de dirigentes o políticos importantes que, seguramente, se beneficiaban con ello.

Ante la dificultad para llevar a cabo la cirugía mayor que por el lado del gasto se tendría que llevar a cabo, decidí, por lo menos, actuar verdaderamente a fondo en lo que hace al financiamiento de campañas y otras actividades políticas relacionadas con ellas, aprovechando integralmente el marco jurídico vigente, el cual, atinadamente, abría importantes espacios a las contribuciones que podían hacer los ciudadanos.

Fortalecimos la Comisión Nacional de Financiamiento y Fortalecimiento Patrimonial, reorganizándola y dotándola de muchos nuevos actores y estrategias para llevar a cabo algo que indistintamente llamamos “financiamiento proselitista” o “proselitismo financiero”, esto es, promoviendo a nuestro partido y a sus candidatos, al tiempo que generábamos recursos financieros.

Desde ahí se diseñó una estrategia integral de financiamiento que contempló, desde la modernización del sistema de cuotas y aportaciones en efectivo y especie, por parte de los militantes y simpatizantes, hasta la organización de eventos de autofinanciamiento. Bajo la marca comercial Claro! que sugería la transparencia en el financiamiento político, organizamos rifas y sorteos, presentaciones de artistas, partidos de base ball, peleas de box, campoeonatos de golf, subastas, eventos taurinos, comidas y cenas de cuota para el autofinanciamiento, venta de artículos promocionales, bailes populares, conciertos, palenques, conferencias y presentaciones editoriales. Todo ello se contiene en el libro La Sociedad en campaña, que publicamos al finalizar la contienda electoral de 1994.

La participación de la sociedad fue verdaderamente entusiasta y solidaria y permitió la recaudación, en el marco de la ley, de impresionantes sumas de recursos que aportaron mucho al financiamiento de nuestras campañas y otras actividades partidistas y de los cuales informamos con un detalle sin precedentes al entonces IFE, sin haber recibido una sola observación negativa sobre el manejo de los fondos en forma transparente.

Hoy ha vuelto el tema a la mesa, una vez que los partidos han propuesto renunciar a los recursos públicos que reciben, lo que nos obligará a revisar el marco jurídico que norma las actividades de financiamiento y ojalá que seamos lo suficientemente inteligentes para prever mecanismos como los existentes en aquellos días, que permitían pulverizar saludablemente el financiamiento recibido, evitando su concentración en unos cuantos aportantes y evite caer en manos de intereses aviesos o criminales. Y además, liberando recursos públicos para causas sociales. De que se puede, se puede ¡Me consta!.