Alfareras de Tláhuac, la solidaridad artesanal

Rita Reséndiz tiene dos recuerdos del Rita Reséndiz tiene dos recuerdos del  19 de septiembre de 1985: primero, la  estampa de un hombre que alcanzó a tomar de la bata a su esposa para impedir que cayera desde un segundo piso, por el ventanal de su departamento.

La casa de huéspedes en donde vivía Rita quedó dañada; se dedicó a ayudar como rescatista en la búsqueda de sobrevivientes y durmió en varios albergues: “De la noche a la mañana me vi durmiendo en una casa de campaña sobre el camellón de la avenida Álvaro Obregón. Posteriormente la delegación hizo unos módulos o campamentos, donde vivimos como 10 años. La vivienda me la otorgaron hasta 20 años después”.

En la Unión de Vecinos Damnificados conoció a León Valencia, quien le enseñó a producir cerámica con un hornoque estaba en una azotea; ella era la única mujer.

“La idea —recuerda— era ayudar y apoyar a los damnificados con esa cooperativa. Empezamos pegando calcomanías, que se me hacía muy bonito, pero cuando ya entramos al mundo de la alfarería para transformar una bola de barro entendí muchas cosas: que además de hacer una pieza con mis manos y vivir de venderla, ambién podía comunicar”.

En 1986, gracias a una donación de la Iglesia Católica de Nueva York, la cooperativa adquirió un terreno en el barrio Selene, entre la delegación Tláhuac y el Estado de México. Dos años después comenzó a funcionar la cooperativa, que entonces era mixta, con un horno del tamaño de una recámara que se llenaba cada cuatro meses y el liderazgo masculino.

“Ellos tomaban las decisiones, qué se hacía con el dinero, cómo se iba a trabajar, entre ellos había disputas. Yo no estaba de acuerdo: en una cooperativa hay igualdad de derechos y de obligaciones.