Dan el último adiós a Mara Fernanda en Xalapa

El viento sopló con fuerza y los cientos de rehiletes multicolores colocados en las tumbas giraron y giraron una y mil veces, como la vida misma; era la forma como era recibida Mara Fernanda. Los rayos del sol se hicieron más intensos, pero las altas temperaturas jamás lograron calentar los corazones de la familia de la joven universitaria que fue asesinada presuntamente a manos de un chofer de Cabify en Puebla.

El hoyo en medio del montículo del panteón Bosques del Recuerdo, en la ciudad de Xalapa, capital de Veracruz, esperaba los restos de la joven de 19 años, cuya partida rompió el corazón de miles de personas. Y mientras las hojas de esos rehiletes, colocados en cada una de las tumbas del campo santo, se dejaban acariciar y llevar por el viento; Mara y su familia se dejaban guiar a la última morada de la estudiante de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).

Decenas de familiares, amigos e incluso desconocidos se unieron para decirle adiós a Mara, la niña y mujer, que se convirtió en la hija de todos los que llegaron a decirle adiós. Karen, su hermana mayor, con el rostro limpio de tanta agua salada que escurría por sus mejillas, cerraba los ojos y de repente sacaba de sus entrañas un gemido hondo que se escuchaba hasta el infinito en medio del silencio sepulcral con que era recibido el ataúd. Su madre, Gabriela, estoica. Con lentes oscuros, rostro adusto sólo observaba, ante el silencio constante, como colocaban la caja de madera.

La voz de una mujer rompió con la quietud… «Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas…», decía. Con el sol en su apogeo, durante media hora rogaron a Dios por el eterno descanso de la joven que abandonó Xalapa para estudiar Ciencias Políticas en Puebla, con la esperanza de mejores estudios y una mejor vida lejos de tierras violentas. Era el tiempo de quietud, que se vio quebrado cuando cuatro jóvenes pusieron sus manos sobre los instrumentos musicales y cantaron a Dios.

«Pasando por el valle del llanto / él lo cambia en bendición /crece en el camino su vigor / hasta llegar a Sión / hasta llegar a Sión», la alabanza comenzó a tocar los corazones. Sin embargo, todos rompieron en llanto cuando desde las voces surgió una melodía, una imploración a los cielos: «Llévame al cielo oh señor / porque morir es con mucho lo mejor, / es con mucho lo mejor…». El dolor contenido salió de lo más profundo del alma, los rostros contraídos, las lágrimas cual ríos y dos palabras que no dejaban de repetir mientras acariciaban el féretro: «mi niña, mi niña, mi niña». Ver bajar los restos en medio de la tierra, fue la peor parte, porque esa escena era el verdadero adiós, el dejar que el cuerpo de Mara se convierta en polvo y su alma vaya al cielo con el viento, ese mismo que hacia girar los rehiletes.