La kasbah de Télouet, residencia del Señor del Atlas

Aunque las de Taourirt y Ait Ben Haddou casi monopolizan la atención del turismo, hay toda una ruta de las kasbahs en Marruecos repartida por ese triángulo ubicado en la región del Anti Atlas que va desde Marrakech hasta Erfoud, pasando por Ouarzazate. Un paraje de excepcional belleza en el que disfrutar tanto de maravillas naturales (los valles del Ourika, Dadés y el Draa, las dunas de Merzouga y Tinfou) como monumentales, caso de las citadas kasbahs. Y una de las que sin duda merece una visita es la de Teloruet.

Aclaremos conceptos. Una kasbah es lo que en español se llama alcazaba: una construcción arquitectónica de carácter militar, fortificada pues, en la que residía el gobernador de la zona con una guarnición. En el caso marroquí, dichos bastiones fueron erigidos por los bereberes con el estilo tradicional y usando el adobe como material principal. Dependiendo del tamaño que alcanzaran, podían constituir auténticas ciudadelas en miniatura, con un laberinto de callejuelas, rampas y escaleras al abrigo de sus elevados muros y viviendas señoriales decoradas con la exquisitez propia de su rango, destacando azulejos, mosaicos y celosías.

La que se alza en Telouet, una pequeña localidad rural de la región de Drâa-Tafilalet, tiene un interés especial; no sólo por el esplendor sobrio y macizo de su arquitectura -tan diferente de otras de la ruta- sino también por la fama de quien fue su principal ocupante, Thami el Glaoui. Nacido en 1879, hijo del artista Hassan El Glaoui y abuelo del cineasta Mehdi El Glaoui, su nombre deriva de la que era una de las tribus más importantes del Alto Atlas debido a su control ancestral de las cercanas minas de sal y de los derechos de paso de las caravanas que enlazaban el Mediterráneo con el Sahel.

La carretera de Tizi n’Tichka, construida por la Legión Extranjera Francesa en 1920 para enlazar Marrakech con Ouarzazate y que sigue en servicio con el código P31, puso fin a esas prerrogativas. Pero antes, en 1912, Hassan El Glaoui fue nombrado pachá de Marrakech por el sultán Moulay Youssef II tras apoyarle en la guerra civil que depuso al anterior, a la par que su hermano mayor Madani recibía el cargo de Gran Visir. Después fue el cabeza de turco para excusar el desastre económico en que quedó el sultanato tras la contienda.

Pero en 1912 los franceses impusieron su autoridad colonial por el Tratado de Fez y Glaoui les ayudó, facilitándoles la victoria y salvando la vida de un grupo de cristianos a los que ocultó en su casa cuando el pachá los buscaba para matarlos. Glaoui supo elegir el bando conveniente y recibió la correspondiente recompensa, pasando a ser el pachá por orden del general Lyautei en 1918. Como Madani falleció, él se convirtió también en el cabeza de la familia y acumuló una enorme riqueza que le supuso ser conocido como el Señor del Atlas.

Esa buena relación con los gobiernos europeos le hizo ganarse su apoyo y amistad, sobre todo de Francia, junto a la que se alineó contra las ansias nacionalistas en las que militaban sus propios hijos, vistas como una actitud contraria a las tradiciones bereber e islámica. Eso le hizo granjearse la enemistad del sultán Mohamed V, especialmente tras un fuerte enfrentamiento verbal con él que le cerró las puertas de palacio y llevó a Glaoui a no realizar el acostumbrado rito de lealtad. En 1953 organizó un golpe de estado que, con apoyo francés, envió al exilio al sultán y su hijo entronizando al anciano Ben Arafa.

Pero los tiempos habían cambiado y la gente no estaba dispuesta a seguir siendo una colonia de Francia. Una insurrección popular en la que se atentó contra el pachá fue brutalmente reprimida, incendiando el Rif. Sin embargo, la alianza con París se rompió también cuando vio las reformas que pretendían imponer, demasiado modernizadoras para sus conservadoras ideas. Ya era tarde; Ben Arafa dimitió y Mohamed V regresó dos años después de irse, traído por los propios franceses. Esta vez Glaoui reconoció su autoridad pero su fortuna fue incautada y no tardó en morir, el 23 de enero de 1956.

Este peculiar personaje dejó tras de sí numerosas kasbahs pero residió a menudo en la de Telouet, a la que también se conoce informalmente como Palacio de Glaoui. Pese a que se se le suele atribuir su construcción, en realidad es anterior y se hizo a caballo entre los siglos XVIII y XIX, si bien es cierto que Glaoui realizó una serie de ampliaciones en la primera mitad del siglo XX que le dan ese singular aspecto ecléctico y la dotaron de dependencias residenciales, más allá del carácter defensivo original que tenía.

Fruto de esa intervención, de la que se dice que requirió cientos de trabajadores a lo largo de un lustro para colocar la rica decoración de azulejos, teselas, estucos y artesonados, es un interior fascinante, casi fuera de lugar: si extramuros el complejo apenas aparenta ser un castillo semirruinoso al que los rumores otorgan uso de establo -y es cierto que en la planta baja las paredes desnudas y las ventanas simples no impresionan-, es al acceder a la zona noble superior cuando encontramos satisfacción a la modesta tarifa de entrada con unas pocas salas restauradas: recepción, harén y dormitorio, más una terraza y un patio.
Paseando por ellas se suceden puertas de cedro, caligrafías en relieve, ataurifes, lacerías, arabescos, arcos, columnas, capiteles labrados, sahns, paños de sebka, nesjis, alicatados y, en general, buena parte de los elementos que configuran la decoración arquitectónica islámica. Imposible no destacar la ventana preciosamente enrejada desde la que se obtienen unas vistas espléndidas del paisaje, haciendo contraste entre la luz exterior y la penumbra interior, y que constituye todo un icono del lugar, como se aprecia en la segunda foto.