Juvenal Acosta, el renovador del erotismo

La obra de Juvenal Acosta tomó por asalto el mundo de la literatura a mediados de los años 90 en México. El país, sumido en una obscena crisis económica y política, descubrió que la carnalidad de un póquer de personajes latía con fuerza. El primer mordisco, seco y sin preámbulos, llevó el nombre de “El cazador de tatuajes”, novela en la que “Julián Cáceres”, un hombre que pertenece a la noche, se descubre como errante y seductor. Vendría después “Terciopelo violento”, obra que consolidó a Juvenal Acosta como un autor de culto, el creador de un mapa del deseo, un narrador capaz de reflexionar como pocos y dueño de los destinos de “La Condesa”, mujer llena de misterios y de las rutas del placer y el dolor. Después, el silencio.

El proyecto de Juvenal Acosta se detuvo, la trilogía “Vidas menores”, se quedó en pausa durante casi 20 años, hasta que en este año, el autor finalmente puso punto final con la novela “La hora ciega”, en la que retoma a sus dos personajes centrales y añade historias paralelas entre la Ciudad de México y Nueva Orleans.

En entrevista, el escritor se adentra en el proceso de volver a la escritura de la trilogía, sus obsesiones como narrador, los proyectos que tiene en puerta y en la importancia de las ciudades en el desarrollo de sus novelas.

-¿Cuándo comenzaste a escribir “La hora ciega” y por qué dejaste pasar tanto tiempo para cerrar “Vidas menores”?

-La empecé hace muchísimos años, está fechada en 2004 cuando comencé a escribirla pero la cerré el año pasado. La empecé y la abandoné un par de veces; durante muchos años estuvo sin terminar por muchas razones: una porque no quería meterme de nuevo a la piel de Julián y a la de La Condesa, porque son seres muy complicados con una cosa muy perversa y muy oscura en el centro de sus identidades y sus cerebros. Tuve un hijo y no quería entrar a ese cuarto tan tétrico, hasta que publiqué “Tenebroso” y hablé con mis editores de la trilogía, dije que era necesario cerrar ese ciclo, no hay nadie que desprecie la posibilidad de resucitar libros que se han muerto y publicar uno nuevo; fueron muy entusiastas y me puse a trabajar todo el año pasado para poder terminar “La hora ciega”.

-Hay personajes nuevos en una trama que ya conoce el lector, ¿por qué incluirlos en una historia que ya conocen tus lectores?

-Había otra historia que contar que está relacionado con un tema que interesa mucho, que es la relación entre el artista y la modelo, estás historias tan obsesivas y complicadas entre el hombre y la mujer me interesan mucho; toda la parte de la segunda noveleta que aparentemente no tienen nada que ver con la historia principal de Julián y La Condesa, se me impusieron y pidieron cabida en este proyecto. Esto tiene sentido si piensas en la novela como algo que está ubicado dentro de la narrativa de los inmigrantes que se introduce con “El Cazador de Tatuajes” y termina ahora, quiero que el tema de esta transnacionalidad de las novelas esté muy presente y esto me permite explorar otra parte del arquetipo del inmigrante con el personaje del pintor. Y todo el tema de la memoria distante en el México de los años 80.

-Dejas de lado en “La hora ciega” los capítulos dedicados a la reflexión filosófica, ahora apuestas por una narración más directa.

-Desde el punto de vista estructural en “La hora ciega” he dosificado el final, hay grandes bloques de narrativa alternándolos para crear una especie de suspenso: primero entra el personaje Joaquín, después se desplaza a Nueva Orleans y su mundo criminal, luego nos vamos a México, regresamos a San Francisco; es decir, se trata de crear una expectativa al lector para no entregarle de entrada todo lo que quiere saber. No cerrar la historia desde el principio sino irla dosificando para que llegue en su justo tiempo, que es el final de la novela.

Creo que pasé de la meditación, del ensayo o el aforismo a la narración directa, eso no quiere decir que haya desaparecido por completo. Me di cuenta que había lugares en los que había que insertar una nota al pie de página, como para recuperar ese tono de meditación que exploré con exceso en “El cazador de tatuajes”. Por ejemplo, en “Terciopelo violento” eso casi desaparece, es el principio de mi aprendizaje, no únicamente ficticio porque no hay nada autobiográfico, pero en el caso de “La hora ciega”, también me encantó que pudiera haber una mezcla de la narración directa en tercera persona, de esta narrativa de corte policiaco, que es un juego con la novela negra clásica; una narración directa en el caso del pintor mexicano interrumpida por algún mini ensayo.

-La trilogía “Vidas menores” convierte a las ciudades en un personaje más, como escritor qué retos implica narrar algo que todos conocemos.

-La ciudad es un texto mismo, una experiencia a la que uno le da vueltas, cada calle que recorres es como una página de un libro, y hay páginas que son memorables, llenas de poesía, con un elemento que se queda en tu memoria y la que vuelves. Las ciudades son así, los escritores y los artistas viven una realidad que es altamente simbólica y vamos encontrando cosas que nos robamos en un apunte o una fotografía. Por una parte está la ciudad real, la que existe, y por otra parte está la ciudad que nos vamos robando a pedacitos para después entregarla en una narración.

-Después de cerrar una obra comenzada hace 20 años, ¿qué retos tienes como escritor?

-Estoy trabajando un estudio sobre la poesía mexicana con temas de amor, sexo y muerte en Villaurrutia, López Velarde y Paz, es un ensayo literario más académico aunque sin olvidar la perspectiva de un escritor. Estoy por terminar una novela que espero entregarle a mis editores en unos meses, que se llama “Lectores poseídos”, y estoy tratando de cerrar el concepto de una novela que sería una continuación e “Tenebroso”, aunque quizá es muy precipitado estar anunciado libros.