¡A la basura!

El día 8 de julio los capitalinos nos amanecimos con la obligación de separar la basura en cuatro diferentes categorías, lo cual, a decir de Tanya Müller, Secretaria del Medio Ambiente del gobierno de la ciudad (de quien, por cierto, tengo buena impresión), es un preámbulo para la puesta en marcha de las plantas de Termo valorización y Biodigestión.

Según lo declaró en una entrevista publicada en El Universal, la funcionaria señaló que es necesario que desde los hogares se haga una correcta separación de los residuos, que no se reduzca solo a dividirlos en orgánicos e inorgánicos. Se trata de lograr separar los residuos orgánicos no reciclables, los cuales servirán para generar energía para el Metro (en algo similar al proyecto que compartí con mis lectores de Pellet, México) y los orgánicos, con los cuales se alimentarán los biodigestores, también para generar energía.

Así las cosas, ahora se deberán separar, de acuerdo con la norma respectiva, en orgánicos, inorgánicos reciclables, inorgánicos no reciclables y los de manejo especial o voluminosos. Se aclara que dentro de los orgánicos quedarán comprendidos los restos de comida o jardinería, incluido el café y el té, con todo y bolsitas o filtros.

En los inorgánicos reciclables se encuentran el papel, el vidrio y el cartón. Los celulares, computadoras, muebles o televisores serían de manejo especial o voluminoso y finalmente, las bolsas de frituras, el calzado, las colillas de cigarro, las toallas sanitarias, el unicel y el material de curación son inorgánicos no reciclables que, después de ser procesados en la planta de termo valorización, producirán energía, como se comentó líneas arriba.

Todo o anterior ha traído a mi memoria diferentes pasajes que viví al frente del gobierno de la ciudad de 1994 a 1997 (¡hace ya más de veinte años!) en relación con este tema que, desde el primer día, llamó mi atención, especialmente cuando el presidente de la república me instruyó para llevarle alguna opinión sobre el manejo de residuos sólidos en la ciudad, ya que, según le decían constantemente, en México no se reciclaba la basura. Hoy a tantos años de distancia y frente a las decisiones recién tomadas por el gobierno capitalino, viene a cuento recuperar los aspectos principales de aquella forma de manejar la basura.

Tendrán seguramente presente mis lectores la imagen de esos camiones que recorren las calles de la ciudad y van deteniéndose en su recorrido para recoger la basura que les entregan los ciudadanos. Unos camiones, en los cuales viaja un equipo de varias personas (no necesariamente todos empleados del gobierno) que, desde que reciben la basura, empiezan a separarla: los cartones, los colchones, las cajas, las cosas reciclables y las van acomodando con una singular habilidad, de manera que, hacia el final del recorrido, ese camión podría ser la más creativa escultura móvil de Rauschenberg.

Afuera del vehículo, acomodados muy ingeniosamente, se encuentran los artículos sujetos de ser reciclados y en el interior del recipiente del camión, los residuos orgánicos e inorgánicos no reciclables. De ahí, estos vehículos llegan (o al menos, llegaban) a lo que se conoce como estaciones de transferencia, en donde se deposita lo que queda en el interior del vehículo en unos camiones muy grandes, con cajas rectangulares que eran (¿son aún?) de color verde con gris, los cuales los llevaban a los tiraderos. En donde pasaban a unas bandas transportadoras flanqueadas a ambos lados rodeadas de pepenadores en versión moderna, los cuales manualmente, hacían la última pepena.

Varias veces los visité; una de ellas con el alcalde de Chicago quien, por cierto, se quedó sorprendido del proceso y de la forma en que aún en esa etapa de pepena, se seguían separando objetos de algún valor para estas familias tan empeñosas y trabajadoras en un entorno tan hostil y hasta agresivo, como el de la basura. En otra ocasión con el periodista Guillermo Ortega, con quien hicimos varios programas que se transmitieron en vivo en su programa matutino y que tuvieron un rating enorme, pues por primera vez los ciudadanos podían conocer las obras del acuaférico, o del emisor poniente o los tiraderos de basura o las obras de la línea B del Metro, como quien dice, las entrañas de la ciudad.

Recuerdo una anécdota interesante, pues al ver que varios de los pepenadores no usaban los guantes supuestamente reglamentarios para manipular los residuos en la banda transportadora, me acerqué con alguna de ellas y le pregunté porqué no se los ponía y me respondió ¡No, jefecito! ¡Con esos pinches guantes no siento bien lo que estoy agarrando y se me pueden ir las monedas, las joyitas o las medallitas! ¡No se siente, jefe, terció alguno por ahí, es como con el condón! Soltamos la carcajada y no dejé de pensar varios días en la forma en que esta gente se ganaba honestamente la vida, sin perder el sentido del humor y el ingenio.

Y en la forma en que, por lo menos en aquel entonces, ese proceso de separación y reciclamiento prácticamente no le costaba al ciudadano, generaba muchos trabajos y finalmente, como lo informé al presidente, reciclaba un muy elevado porcentaje de los residuos de la ciudad. Debo reconocer que se toleraba una extraña mezcla de economía formal e informal que, quizás, no se justificaba. Pero el riesgo mayor era que algún día se agotaría la posibilidad de disponer finalmente de los residuos en lo que se conoce como tiraderos. Hoy, con esas plantas generadoras de energía, parece que el problema finalmente se resolverá. Ojalá.